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Make America great again: ¿tiene solución la primera potencia mundial?

Una gestión nefasta de la pandemia, una economía en barrena y el mayor estallido social en décadas: Estados Unidos se pone a prueba con tres crisis a la vez.

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Javier Muñoz
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George Floyd sobrevivió a la COVID-19 en abril, pero murió bajo la rodilla de un policía en mayo. La empresa de alquiler de coches Hertz se acaba de declarar en bancarrota, pero los inversores se han lanzado a comprar sus acciones en masa, aun a sabiendas de que dentro de poco no tendrán ningún valor. Donald Trump reanudó su maratón para ser reelegido presidente de Estados Unidos en un estadio de 19.000 asientos de Tulsa (Oklahoma), donde se acaba de confirmar un repunte del virus. Su director de campaña ha dicho que no hay necesidad de tomar medidas de distanciamiento social, pero todos los asistentes al acto deberán firmar un documento que le exime de responsabilidad ante cualquier posible contagio –o fallecimiento– posterior.

Una de las grandes virtudes de Estados Unidos es la de ser el país con los mayores contrastes. Pero, hoy, también es el país con las mayores contradicciones, no en el sentido positivo que le daban a este concepto d’Harcourt –«es mejor contradecirse que petrificarse»–, Goethe –«la contradicción nos hace productivos»– o Guide –«solo los imbéciles no se contradicen nunca»–, sino todo lo contrario. Así lo apunta el economista Jeffrey Sachs en una conversación con Ethic desde su confinamiento en Nueva York: «Donald Trump es un divisor. Un psicópata que ha provocado la muerte innecesaria de miles de estadounidenses cuando debía resolver la mayor crisis sanitaria de nuestra historia. Que ha alentado la subida de los precios de acciones en los mercados mientras la economía real cae en picado. Es un supremacista blanco al mando de un país cuya máxima fortaleza fue siempre la diversidad».

Mientras se escriben estas líneas, Estados Unidos suma 116.127 fallecimientos por coronavirus. Ha superado los 40 millones de parados en poco más de 10 semanas, durante las que la economía se ha contraído más de un 5%. Además, el país se encuentra inmerso en el episodio de conflicto racial más explosivo de su historia reciente tras el asesinato de George Floyd. La primera potencia mundial ha pasado por otras crisis pandémicas, económicas y sociales desde el pasado siglo, pero nunca le habían estallado todas a la vez, como ahora, con un presidente que da la sensación de no tener ninguna de ellas bajo control. «¿El declive definitivo del imperio?», es la pregunta recurrente, hoy, de muchos sociólogos y economistas en las columnas de opinión de periódicos de todo el mundo.

Jeffrey Sachs: «El sistema político estadounidense está corrupto y quebrado»

«Sí que podemos hablar ya del declive de nuestro país como santuario, como refugio, tanto en términos legales como políticos y de valores», explica al teléfono Jonathan Blitzer, periodista de The New Yorker, experto en inmigración. «Ahora mismo estoy frente al ordenador. Me he pasado toda la mañana dándole a la tecla de refrescar en la página de la Corte Suprema estadounidense, porque un día de estos va a anunciar un fallo muy importante sobre unos 700.000 dreamers, personas que, aunque lleven toda su vida en Estados Unidos, no tienen la ciudadanía. Trump canceló este programa para regular su situación, a pesar de que el 80% de la población, votantes de ambos partidos, respaldaban a esa gente. Hay millones de personas indocumentadas en Estados Unidos que ahora el Gobierno considera ‘trabajadores esenciales’, porque son los únicos que han seguido yendo a trabajar en actividades básicas que no podían detenerse durante el confinamiento. Al mismo tiempo, es gente que vive cada día con el temor de que les puedan deportar en cualquier momento. Es otra de tantas contradicciones terribles que estamos sufriendo», apunta.

Derechos sociales: un paso adelante, dos hacia atrás

Muchos expertos coinciden en que la decadencia de Estados Unidos viene de finales del siglo pasado, cuando se instauró un modelo socioeconómico basado en el individualismo y el libre mercado que despojó definitivamente del adjetivo «universal» a derechos de subsistencia como la educación, la sanidad o una jubilación digna. «Tienen una estructura basada en salir adelante solo, sin ayuda del Gobierno. Si no lo consigues, es porque no sirves», explica Gabriela de la Paz, colaboradora del Centro de Estudios sobre Norteamérica en la Universidad privada Tecnológico de Monterrey (México). «Desde 1972, cuando Nixon abandonó el patrón oro, la economía estadounidense ha tenido sus éxitos, pero lo que no ha cambiado es la falta de un sistema que dé un apoyo al más necesitado. Todas las medidas que impulsó Roosevelt en su momento para superar la Gran Depresión fueron temporales y se suprimieron a medida que la economía mejoraba, por eso no tienen políticas para apoyar a los desempleados o los ancianos, por ejemplo».

De la Paz recuerda una situación relativamente reciente, perfectamente comparable con la actual: «Una de las batallas de Obama fue la del seguro social para los gastos médicos, para que la gente no se quedara en la calle solo por pagar una factura de hospital. A partir de la década de los noventa, cuando las empresas empezaron a deslocalizarse, nadie previó qué hacer con quienes se iban quedando desempleados y no tenían habilidades para colocarse en los nuevos empleos, que requieren una educación superior o un conocimiento de las nuevas tecnologías que mucha gente de más de 65 no podían adquirir fácilmente. Luego, con la crisis de 2008, un sector de la población ha ido acumulando un resentimiento cada vez más grande porque la autosuficiencia tiene un límite». «Estos resentidos son los que se sienten en campaña como un anti establishment y anti Wall Street, exactamente como Donald Trump frente a Hillary Clinton, aunque luego demostró ser justo lo contrario», añade la experta. Sus palabras las confirman los fríos hechos: la mayor parte de las ayudas públicas por el parón de la COVID-19 ha ido a las grandes empresas, y solo de forma residual a los pequeños y medianos negocios.

El sistema estadounidense fomenta el crecimiento rápido y el pleno empleo… siempre que no se vea embestido por una crisis de esta magnitud. Es entonces cuando salen a relucir su fragilidad y sus terribles desigualdades, con una clase media que lleva décadas endeudada de por vida a cambio de lo que en Europa damos por sentado, como el acceso a una cobertura sanitaria, a una pensión de jubilación o a unos estudios que permitan encontrar un trabajo cualificado. Todo esto en un contexto en el que el poder adquisitivo del estadounidense medio lleva más de 40 años prácticamente congelado, mientras los beneficios del sector empresarial no han parado de aumentar. «Necesitamos cobertura sanitaria universal y salud pública para la prevención de enfermedades, vigilancia y control de epidemias, pero la oligarquía estadounidense y el poderoso lobby de la salud privada se resisten a esto. Espero que este tema llegue a la cima de la agenda política, pero lo dudo», explica Jeffrey Sachs. El economista no se anda con sutilezas: «La política estadounidense actualmente sirve a una pequeña élite. El sistema político está corrupto y quebrado».

José Ignacio Torreblanca: «Trump está llevando el sistema al límite»

Gran parte de la ciudadanía es consciente de esa necesidad. No son pocos los intentos del pasado de dar pasos en este sentido pero, hasta ahora, todos han sido boicoteados en el último momento. Blitzer lo achaca a una estrategia del Partido Republicano –cada vez más radicalizado– y, al mismo tiempo, a cierta falta de valentía por parte del sector demócrata. «Incluso ahora, en un momento de necesidad extrema, los Estados republicanos han limitado la expansión del Medicare [el sistema que intentó implantar Barack Obama para el acceso a la asistencia sanitaria de los menos pudientes] porque sus gobernadores se resistieron a aceptar ese dinero del Gobierno federal. Para cualquiera que lo piense dos veces, eso es una locura. La estrategia legislativa de los republicanos cuando estaban en la oposición se basó en arruinar todas las políticas de Obama, y la han seguido cuando han llegado al poder. Aquí quedó claro que ni siquiera tenían una visión ideológica para el país, sino una mera actitud de negación», explica el periodista. Y añade: «Cada vez que el Partido Demócrata intenta dar un gran paso en políticas sociales, se echa hacia atrás en el último momento ante el miedo de perder a los votantes indecisos, los que no se casan con ninguno de los dos partidos. Eso es lo que ha pasado con la candidatura de Bernie Sanders, por ejemplo, pero es algo que ya viene de lejos».

Lo mismo sucede con la implantación definitiva de los derechos civiles, en opinión de José Ignacio Torreblanca, politólogo y profesor titular en la UNED, que fue también profesor en la Universidad George Washington. «Hay un referente importante –y es curioso cómo vuelven las cosas–: el año 68, el momento en que intentan dar un empujón fuerte a los derechos civiles, casi se lleva por delante el sistema, porque prácticamente hubo un magnicidio cuando asesinaron a Bobby Kennedy, que iba camino de ser presidente de Estados Unidos. Eso demuestra hasta qué punto la esperanza que generaron los Kennedy provocó un contrapunto brutal. Martin Luther King y Malcolm X también fueron asesinados en un periodo de tiempo realmente corto». «Han pasado 50 años, pero el solapamiento de frustraciones de clase social, de raza, de desigualdad y de pobreza genera este tipo de tormentas. Trump está llevando el sistema al límite», prosigue el analista político.

trump estados unidos

Democracia y dictadura, ¿un camino de ida y vuelta?

«Los politólogos teníamos muy claras las definiciones de democracia y de dictadura, con unos pocos casos extraños, pero ahora hay muchos casos intermedios. Toda la literatura académica sobre democracia es sobre democratización, consolidación de democracia y muy poco sobre retroceso. Pero si miras el informe de Freedom House, ves que ya llevamos una década de retrocesos democráticos», analiza Torreblanca. El experto reconoce que es algo para lo que no estaban preparados: «Sí que conocíamos los golpes de Estado en países frágiles, pero los politólogos teníamos asumido un indicador de que, cuando pasabas un umbral de democracia o de renta, estabas ya en una zona de seguridad en la que no había retroceso posible. Todas estas convicciones se están cayendo ahora. En el núcleo duro de la democracia liberal tenemos ahora una ‘regresión brexit’ populista en Reino Unido con un elemento territorial que aún no ha saltado, pero que amenaza con hacerlo por la situación actual de Irlanda y Escocia. En Estados Unidos, la otra cuna de la democracia y los derechos civiles, encuentras a alguien como Trump, capaz de erosionar desde dentro una por una todas las instituciones democráticas y la separación de poderes. Es un país donde el sistema legislativo ya ha fracasado por la polarización y Trump ahora lleva la línea roja más allá y la pone en el poder judicial. Eso lo hemos visto ya en Polonia, Hungría… En momentos de nacionalismo purista muy emotivo, el poder ejecutivo y legislativo son los primeros en fusionarse, por eso la línea definitiva para el colapso del sistema –o, lo que es lo mismo, el fracaso absoluto institucional–, es el judicial. Y ese el objetivo que persigue ahora Donald Trump», resume.

Jonathan Blitzer: «El Partido Republicano trata de limitar el derecho a voto porque les beneficia»

Un objetivo que podría truncarse en las elecciones presidenciales de noviembre, si sale elegido el candidato demócrata, Joe Biden. O no: «Por la tradición racista del país, el derecho de votar siempre ha sido muy controvertido, y el Partido Republicano siempre ha convertido las elecciones en un campo de batalla», advierte Blitzer. «Trata de limitar el derecho a voto porque le beneficia. Lo hace a través de puros tecnicismos como, por ejemplo, cambiar los distritos electorales para que zonas donde haya más gente inclinada a votar a los demócratas tengan menos votos; o creando bloqueos en las mesas electorales –en los Estados republicanos suelen pedir un tipo de documentación que mucha gente no suele tener–; y tampoco es casual la campaña de Trump contra el derecho a votar por correo, que nunca les beneficia porque gran parte de la clase baja en general –y afroamericana en particular– no se puede permitir ir a echar su voto porque tienen que trabajar». Gabriela de La Paz va más allá: «Cuando van perdiendo en las encuestas, como ahora, los republicanos siempre buscan alguna triquiñuela. No hablo ya de que las zonas rurales hayan recibido cheques federales con el nombre de Donald Trump –algo que no se había hecho nunca antes–, hablo de amañar los resultados. Hay muchas posibilidades de que los recuentos terminen impugnados en los tribunales».

Tal vez no les haga falta llegar a eso, porque numerosos analistas han empezado a dudar de que la victoria demócrata sea tan clara como vaticinaban las encuestas hasta ahora. La cifra del paro de mayo, publicada hace unos días, ha dado la vuelta a todas las previsiones: ha pasado de un 20% –una tasa muy cercana a la alcanzada durante la Gran Depresión– a un 13,5%, cuando todos daban por sentado que iba a aumentar. Hay quien lo ve como un macabro espejismo que se debe a la reapertura de pequeños negocios decretada en muchos Estados que, en su mayoría, están viviendo ahora un repunte de contagios. Pero eso no le impedirá a Trump usarlo a su favor en campaña, igual que la buena marcha de los mercados financieros, como vaticinaba recientemente el premio Nobel de Economía Paul Krugman en su columna de The New York Times.

«Es la economía (y la geopolítica), estúpido»

La crisis inmobiliaria de 2008 y la deficiente gestión del rescate financiero –que apoyó más a los bancos que a los ahorradores– han abonado el terreno para acrecentar las desigualdades y situar al país en una situación más frágil en esta pandemia. Pero no solo puede achacarse a eso: «Estados Unidos está metido en dos de guerras [Irak y Afganistán] desde 2001. No han podido ganarlas de forma contundente y, a pesar de que son una potencia militar, esto supone un descalabro», apunta De la Paz. «Cuando Barack Obama quiso intervenir en Libia y en Siria, el Congreso no se lo permitió, lo que le ha quitado al país la capacidad de ser el peso decisivo en la balanza en crisis importantes en zonas estratégicas», añade la experta.

De la Paz cree que los vaivenes internacionales del actual inquilino de la Casa Blanca han puesto al límite la situación. «Por eso Estados Unidos está sufriendo un retroceso a nivel internacional, agudizado por la política exterior de Trump. Su ‘America first’ ha echado para atrás el multilateralismo, una serie de acuerdos que Estados Unidos había ido forjando durante 50 años o más para ganar aliados, desde la Guerra Fría. Pero no hay que olvidar que en geopolítica los espacios no se pueden quedar vacíos porque, entonces, los ocupa otra potencia. En este caso, China», prosigue, y concluye: «Instituciones internacionales importantes, como por ejemplo el Banco Mundial, se han forjado bajo principios estadounidenses, lo que le ha servido al país para hacer avanzar sus intereses pero, sobre todo, para imponer su visión de las cosas. De repente llega un presidente que desprecia eso, alguien para quien no es importante –en parte, porque tampoco lo entiende–, y logra que disminuya la credibilidad del país a nivel internacional». Dicho de otro modo: por mucho que en su mandato Trump haya logrado un crecimiento sostenido de la economía sin precedentes gracias a sus políticas aislacionistas, a largo plazo dejará de jugar un papel clave en la economía internacional… y eso no es tan sostenible en el tiempo.

Gabriela de laPaz: «En geopolítica, los espacios no pueden quedar vacíos, porque entonces los ocupa otra potencia. En este caso, China»

Queda por ver si el poderío financiero de uno de los pocos países capaces de controlar el valor de sus propias divisas –y de soportar una deuda de tres billones de dólares como la actual– será suficiente para sortear la que, para muchos, es su mayor crisis desde la Gran Depresión. «Cada vez que cantamos el fin de su hegemonía, Estados Unidos demuestra que tiene una capacidad impresionante de movilizar fuerzas muy poderosas, como innovación en el empleo, producción económica… Les hemos expedido el certificado de defunción muchas veces. Incluso en los años setenta parecía un país acabado, y luego rebotó», recuerda Torreblanca. «Después de la crisis de 2008 salieron los primeros del hoyo. Además, se han vuelto autosuficientes en materia energética, de modo que no dependen de Oriente Próximo para su abastecimiento y, a poco que inviertan en energías limpias, se harán líderes en este sector. En ese aspecto han perdido estos cuatro años con Trump, pero muchos Estados han continuado por su cuenta los sistemas de incentivos para este tipo de energías, como es el caso de California», explica el politólogo.

Tampoco está claro su ocaso económico. «Estados Unidos puede emitir bonos perpetuos, puede hacer lo que quiera con el dólar, la deuda y el paquete de estímulo, y lograr su propio plan Marshall todas las veces que quiera porque los demás no tendríamos más remedio que comprar sus deuda e importar su inflación. Si se quitan a Trump de encima, el arsenal financiero que ellos tienen es imparable», concluye Torreblanca, que advierte de que las próximas elecciones serán cruciales para el devenir estadounidense. «Si Trump vuelve a ganar las elecciones, la crisis del país ya no sería en forma de V –caída y ascenso–, sería estructural y mucho más profunda. Con cuatro años más de mandato de Trump, el daño cerebral, las consecuencias del ‘coma’ que ha inducido al país, serán mucho más que el doble», zanja.

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