Siglo XXI
«La OMS se ha convertido en presa de los nuevos equilibrios y desequilibrios de poder»
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COLABORA2020
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Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores de España y miembro del European Council of Foreign Relations (ECFR), examina la respuesta multilateral a la crisis del coronavirus en esta entrevista realizada por José Ignacio Torreblanca, director de la oficina en Madrid del ECFR y consejero editorial de Ethic.
Desde tu confinamiento, ¿cómo estás?
Como todos en esta carrera de fondo. Es como un viaje iniciático sin moverse del sitio: ese de explorar nuestros límites y lo que hay a nuestro alrededor, nuestras relaciones… poner en tela de juicio muchas cosas. Es un proceso duro y no voy a decir que lo estoy llevando fácilmente, pero, como todos, haciendo el esfuerzo en esa maratón de la que habrá que salir más sabios, como Ulises.
En tu confinamiento, como todo el mundo, no solo no reduces tu carga de trabajo, sino que casi la has aumentado. Has publicado un artículo muy interesante en Project Syndicate donde reflexionas sobre la inquietud que te produce el desastre de gobernanza en el cual se está convirtiendo Estados Unidos y las tensiones entre los estados y la federación. ¿Se está pareciendo Estados Unidos a Europa, para mal, en esta ocasión?
Mi idea era llamar la atención a los europeos, que muchas veces somos autoflagelantes de más y que, en este caso, lo hemos sido al declarar el fracaso de la Unión Europea porque no había hecho determinadas cosas que no le podíamos pedir que hiciera. Esta hecatombe –porque es mucho más que una crisis– ha actuado de catalizador, ha producido la precipitación de procesos que estaban en marcha y también ha actuado de revelador y ha puesto de manifiesto distancias que estaban ahí. Creo que tenemos que ser realistas y no dejar de ser ambiciosos, pero ser humildes, porque estamos en medio de la niebla. No vamos a empezar a dictaminar, a jugar, a sentenciar, cuando realmente aún no le hemos tomado la medida a la catástrofe y, desde luego, no sabemos ni cómo ni cuándo vamos a poder llegar a una Ítaca que va a ser distinta, como lo fue para Ulises. No sabemos cuándo va a haber una vacuna, ni cómo se va a producir, ni qué va a pasar. Estamos mirándonos el ombligo, pero tenemos que mirar a África, a América Latina, a otros paralelos… De esto no salimos si no salimos todos. Mi idea con el artículo sobre Estados Unidos fue plantear que nosotros somos muy conscientes de las quiebras, de las dificultades, de las tensiones, del famoso unraveling [algo así como desmarañamiento] que se está poniendo de manifiesto, pero no somos los únicos. En Estados Unidos tienen las tensiones entre el gobierno federal y los gobiernos estatales. La política de Trump, que es una política transaccionalista centrada en este America First –que es America by itself [Estados Unidos por sí solo]– ha puesto de manifiesto las quiebras que existían y la polarización de la sociedad, que es mucho más radical que la que nosotros tenemos. Estamos empezando a ver que ese distanciamiento, esas líneas de falla con los estados, están aflorando de una manera que no lo había hecho antes. Pero hay una cosa interesante que hay que tener en cuenta y que, además, también se está dando en Europa: solo hay consenso de los dos grandes partidos sobre la cuestión de China. Es decir, hay que plantear determinados límites, revisar las cadenas de suministro y de logística… Evidentemente, habrá quién pueda decir «tenía razón Trump», pero no. Hay que verlo de otra manera. Lo que no se puede es salir con esa perspectiva transaccional y centrada en los Estados Unidos, como si pudieran ser una isla.
«Para ser una Unión Europea necesitas una posición que guarde tus intereses, pero dé salida a los del contrario»
Madeleine Albright ha hablado en muchas ocasiones de Estados Unidos como «la nación indispensable». En esta crisis, ese Estados Unidos de Trump se está casi echando a un lado y dejando de cumplir ese papel de promotor del multilateralismo, retirando la financiación –o amenazando con retirarla– a la OMS. Estamos echando mucho de menos a alguien que sostenga ese orden internacional en cuyas instituciones tú también has trabajado. ¿Qué está pasando con ese multilateralismo? ¿Están en crisis la OMS y el Banco Mundial?
El cuestionamiento del multilateralismo es otro proceso que estaba en marcha, y tiene distintos niveles. Por un lado, tenemos el cuestionamiento de Trump: el querer hartarse, el querer el rechazo de las instituciones, su minusvaloración; luego hay otro que es el europeo, de decir que hay que hacerlas más eficaces. Si tomamos la Organización Mundial de la Salud, que es la que en estos momentos está en primera línea, vemos ese desinterés de los Estados Unidos, pero también vemos que a este multilateralismo le pedimos cosas que no nos puede dar. La OMS es puramente consultiva, no tiene dientes ni puede hacer cosas que no tiene estatuto para hacer. Es verdad que ha pasado algo que no debía de haber pasado si hubiéramos estado más presentes y, desde luego, la ausencia de Estados Unidos tiene mucho que ver: la Organización Mundial de la Salud, como la FAO y como tantas de estas organizaciones que no tienen grandes presupuestos como puede ser el Banco Mundial o el Fondo Monetario, que son las organizaciones de coordinación, se han convertido en presas de los nuevos equilibrios o desequilibrios de poder. Y ahí ha entrado China en tromba. ¿Cuál ha sido el problema? ¿Que no ha hecho honor a sus competencias? No, para nada. A lo que no ha hecho honor es a su rango moral, a su auctoritas, porque estaba perfectamente mediatizada por uno de los grandes y de los que ahora tienen más que decir en esa organización. ¿Por qué tienen más que decir? Porque Estados Unidos se ha desinteresado hasta límites verdaderamente sorprendentes de los que podemos hablar otro día. ¿Tenemos que recuperar la Organización Mundial de la Salud? Por supuesto porque, no nos equivoquemos, es la que nos va a permitir coordinar, por lo menos en África. Lo que tenemos que pedir y dar es presupuesto, porque de esto no se sale sin un impulso multilateral en muchísimos países frágiles y emergentes. ¿Cuál es el instrumento? ¿Vamos a ir en plan bilateral? No, lo lógico es ir de la mano, al menos con la coordinación de la Organización Mundial de la Salud que, no nos olvidemos, hace muchas otras cosas: no se acabó la tuberculosis, ni la malaria, ni todos los otros trabajos de los que hoy nadie habla y que siguen ahí. La postura europea, que varios miembros del consejo de ECFR han apoyado, es decir que hay que estar en la Organización Mundial de la Salud para ser más eficaces. Creo que es la única manera. Con los europeos detrás, tiene que haber una coordinación con la Unión Africana y tiene que haber también con el nivel europeo y con los programas nacionales, porque todavía hoy no tenemos una comunitarización de los programas de colaboración con lo que antes eran países en vías de desarrollo. Es decir, ese partnership con esos países sigue siendo en gran medida de los estados miembros. Es algo sobre lo que la Unión Europea tiene que reflexionar. Las peleas por entrar al puerto en Haití, tras el gran terremoto de 2010, eran sobre quién conseguía meter el barco, Reino Unido u otro estado miembro. Por lo tanto, en el tema multilateral revisemos, repasemos con realismo, sabiendo que no vamos a tener un acuerdo general para dar más competencias en estos momentos, pero sí para hacerlo mejor, para coordinar. Hacerlo mejor es una función importantísima.
Dentro de Europa hemos visto emerger otra vez esta vieja pelea del 2008 de norte-sur, acreedores-deudores. ¿Estamos abocados otra vez a esta eterna pelea?
Saludo la iniciativa del Gobierno de España de poner un papel claro, entendible, como comienzo de la discusión. No nos podemos encasillar en el vituperio, que es lo que estamos haciendo: ellos son muy malos, nosotros somos unas víctimas y viceversa, los del sur son muy frívolos y nosotros no tenemos esa idea del moral hazard que es una barbaridad. Para llegar a la Unión Europea tienes que ir con una posición que salvaguarde tus intereses, pero dé salida a los del contrario. Como no vayas con eso, no haces nada y, entre medias, tienes que hacer alianzas. En mi opinión, lo que están haciendo es, en un momento muy complicado, que haya una especie de vuelta a nosotros frente a ellos. Si te pones en los zapatos del otro pasa lo contrario. Creo que hay que entender cuál es la postura del holandés, o del alemán o del finlandés, y explicarlo a la población, a los ciudadanos españoles e italianos, y luego ser realista. Comprendo muy bien que en Italia el MEDE levante ampollas, pero habrá que explicarlo y no decir que está descalificado. Esa no es una forma de partir. Tenemos que saber que estamos en un momento intergubernamental, que eso es así, que ha pasado otras veces; que lo poco realista y funcional sería intentar pegar un salto de rana a un momento federal, que son las propuestas que estamos poniendo sobre la mesa. No estamos en un momento de esos. Hay que construir confianza y para eso hay que entender y hablar. Por supuesto que hay que poner planteamientos y propuestas sobre la crisis y por eso termino donde he empezado: en un momento en el que yo criticaría muchas cosas que está haciendo nuestro Gobierno, esto es una estupenda noticia. Que sea proactivo. Estoy segura de que detrás de ese papel hay una reflexión sobre hasta dónde podemos llegar.
De hecho, el planteamiento que hace el Gobierno español más que dividir norte-sur está muy en la tónica del mundo anglosajón, que tiene una relación menos tóxica o controvertida con la deuda. El propio George Soros lo dice, pero también en Estados Unidos y en el Reino Unido se adoptan paquetes de estímulo y expansiones fiscales y endeudamientos sin problema. Parece que la división es más entre el mundo anglosajón y el germánico. Comentaba alguno de nuestros colegas en la oficina de Alemania que la idea de deuda perpetua puede sacudir la conciencia de un alemán.
Por eso estoy diciendo que, sin perjuicio de que me parezca un buen punto de partida, hay que saber que en Alemania no tiene virtualidad, y buscar una salida dentro de plantear soluciones nuevas y tener en cuenta que en Europa las cosas no se consiguen para hoy, son procesos. Me parece que hay que hacer mucha pedagogía poniéndose en los zapatos del alemán o del holandés y entendiendo lo que no puedes decir y, a partir de ahí, saber que esto no es inmediato, que para mañana tenemos una solución. Es un momento excepcional y, por lo tanto, determinadas reglas se hacen más flexibles y se lanza una primera andanada. No quiero ser agorera, quiero ser optimista pero realista: no sabemos lo que va a durar esto, no sabemos el pozo que vamos a tener, así que vamos a empezar y a plantear. Ahí mi optimismo viene casi por defecto porque nos han matado muchas veces al decir «es que esto del euro…» o «es que esto de la Unión Europea…». Hay que entender que es una construcción hecha, como diríamos en España, algo chapuceramente, pero que funciona. Vamos a ir avanzando y consolidando, pero el mercado interior me preocupa muchísimo: tenemos que recuperarlo. Ha habido movimientos muy difíciles de explicar para quienes entendemos que el mercado interior al final es el pilar que no podemos debilitar ni perder. Cuando hablo de mercado interior no hablo de situaciones de emergencia en la que tú no dejas la libre circulación de personas entre dos países. Eso no me preocupa, pero lo que sí lo hace es que han llamado exportaciones a envíos o a ventas dentro del mercado interior europeo. Eso que hay que entenderlo. Hay que buscar que eso no tenga que volver a pasar: habrá que revisar cadenas de suministro, pero tenemos que volver a plantear el mercado interior y superar lo que se ha planteado en el espíritu de muchos ciudadanos de Europa, que es un recelo del funcionamiento de la Unión Europea. Me parece que estos envíos de enfermos de Francia o de Italia a Alemania, que son menores, tienen un enorme valor simbólico y hay que continuarlo. Eso es lo que hace Europa. Tenemos que darnos cuenta de que ha habido determinadas reacciones que se han dado porque no ha habido una coordinación europea. Si hubiera existido una colaboración europea frente a esta hecatombe, no estaríamos donde estamos. Pero tampoco se lo podemos criticar a la Comisión Europea o a las instituciones, porque no tienen competencias y lo que no podemos es soplar y sorber a la vez. No critiquemos, pero sepamos dónde estamos y reconstruyamos sabiendo que estamos en un momento intergubernamental.
«Si hubiera habido una colaboración europea frente a esta hecatombe, no estaríamos donde estamos»
Para concluir quería pedirte una última reflexión sobre algo muy central en tu trabajo y en tu carrera: el estado de derecho. Hay derivas y tentaciones autoritarias que son casi históricamente intrínsecas a los propios estados de emergencia en Europa. Estamos viendo en concreto el caso de Viktor Orbán, cómo ha aprovechado la situación para dar una vuelta de tuerca más. ¿Es algo de lo que se debe encargar también la Unión Europea en este momento o debemos dejarlo en el ámbito del Consejo de Europa? ¿Qué hacemos con quienes aprovechan para atornillar aún más la falta de libertades en sus programas o derivas populistas?
Tenemos el mercado interior y luego ese ámbito de libertad, seguridad y justicia, que es reciente y ahí tendríamos que hablar de la quinta ampliación y de lo que Ivan Krastev denomina la desilusión con Europa. Pero, francamente, eso de subcontratar al Consejo de Europa… Por supuesto que es nuestro deber, de nuevo, con una reacción inteligente, que no sea vilipendiar ni juzgar. Hay que entender lo que está pasando en esos países y reaccionar firmemente a nuestros principios. No se lo podemos dejar al Consejo de Europa, porque ya hay un tratado y ahí sí que hay competencias. A mí me parece que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea tiene un papel que jugar, pero estamos en el terreno de la política. Lo que tenemos es que ponernos de acuerdo y ser consecuentes, algo que no se hace todo el tiempo. Resumiendo: claro que es nuestro deber.
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