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Agricultura 3.0: sembrar, cosechar… y reciclar

¿Sabías que los suelos tienen un enorme potencial de absorción de dióxido de carbono? Las últimas estrategias para conservar un planeta habitable pasan por luchar contra la degradación de la tierra, trabajar por la seguridad alimentaria y reciclar correctamente los productos empleados en el proceso agrícola.

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31
enero
2020

«Campos de trigo y centeno y prados de fina hierba», escribía Antonio Machado. Por versos como este, el poeta sevillano pasó a la historia de la literatura como el que mejor retrató con palabras los campos castellanos. Vastas extensiones de cereal a las que hoy la industria agroalimentaria ha vuelto la vista: en un planeta en emergencia climática, la rotación de cultivos que se aplica desde la Edad Media se ha puesto de nuevo sobre la mesa como estrategia medioambiental. Con esta histórica técnica podríamos contribuir en la reducción de las emisiones de CO2 y limitar la temperatura global de la Tierra a 1,5oC, pero también ayudaríamos a asumir el reto de la seguridad alimentaria y de la adaptación de los sistemas agrícolas y forestales a las nuevas condiciones climatológicas.

«Aumentar el carbono orgánico de los suelos, restaurar y mejorar las tierras de cultivo son medidas necesarias si queremos tener una oportunidad para preservar el mundo en el que vivimos frente al cambio climático y alimentar a la creciente población», afirma Paul Luu, secretario ejecutivo de 4 por 1000, una iniciativa internacional puesta en marcha por Francia durante la cumbre COP21, cuyo objetivo es mostrar que la agricultura y, sobre todo, los suelos agrícolas pueden desarrollar un papel determinante a la hora de ayudarnos a enfrentar los retos sociales y medioambientales y cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible fijados en la agenda 2030 de Naciones Unidas.

Según la ONU, en 2050 alrededor de 10.000 millones de personas habitaremos el planeta y, para poder alimentar todas esas bocas, la producción de alimentos debe crecer un 70%. En concreto, la producción anual de cereales habrá de aumentar a hasta los 3.000 millones de toneladas. Desarrollar una agricultura sostenible y trabajar por la seguridad alimentaria pasa por luchar contra la degradación de los suelos. «Estamos acostumbrados a pensar, sobre todo, en la calidad del aire o en el papel de los mares en el clima, pero no siempre somos conscientes del rol y la importancia que tienen los suelos», apunta Cristina Sánchez, directora ejecutiva de la Red Española del Pacto Mundial.

La actividad agrícola es una gran fuente de emisiones de gases de efecto invernadero. El dióxido de carbono y el metano representan el 49 y el 30%, respectivamente, de las emisiones generadas por la agricultura, la silvicultura y el uso de la tierra. Esto significa el 14% del total de las emisiones producidas por la actividad industrial del hombre, según estima la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Si se consiguiera que el nivel de carbono del suelo aumentara anualmente un 0,4% en los primeros 30-40 centímetros de profundidad, se reduciría considerablemente el CO2 en la atmósfera. Es aquí donde la rotación de cultivos entra en juego: alternar lo sembrado por temporadas evita el agotamiento del suelo –como utilizan distintos nutrientes, no se producen grandes desequilibrios en la tierra–, ayuda a luchar contra las plagas –que no tienen tiempo de acomodarse en el terreno– y ahorra en abonos –al ser un suelo rico, se reduce el uso de pesticidas y fertilizantes–.

Sigfito recogió 4.150 toneladas de residuos de envases agrarios, reciclando correctamente el 100% de los plásticos y los metales recogidos

«Proponemos a los agricultores que planten legumbres justo después de plantar cereales, porque estas primeras tienen la capacidad de capturar nitrógeno de la atmósfera y fijarlo en el suelo. Así los siguientes cultivos pueden obtener de aquí parte del nitrógeno que necesitan», explica Luu. «Los cultivos son complementarios, por eso es tan importante la rotación». Tanto es así que, para recibir las ayudas de la Política Agraria Común (PAC), es necesario aplicar la alternancia de cultivos. Además de rotarlos, «puedes asociar dos que sean compatibles en un mismo terreno durante una misma época del año», añade. La acumulación de carbono en los suelos continúa hasta 30 años después de poner en marcha estas prácticas. Si tenemos en cuenta que se estima que existen 570 millones de granjas y más de 3.000 millones de personas en el mundo viviendo en zonas rurales susceptibles de implementar esta técnica, el potencial de la rotación es inmenso.

La reforestación es otro componente estratégico. En la actualidad, 13 millones de hectáreas de bosque desaparecen cada año. Solo entre 2010 y 2015, el mundo perdió 3,3 millones de hectáreas de áreas forestales. Ante la deforestación, el terreno queda desnudo y pierde más carbono. La agricultura tradicional solía talar los árboles porque dificultaban los procesos mecanizados de siembra y recolección. «Ahora hemos descubierto que absorben el exceso de fertilizantes minerales evitando que lleguen a los ríos y que, además, concentran una gran biodiversidad, por lo que cada vez más agricultores están plantando árboles», explica Luu. Y no solo en los límites de las cosechas, sino en medio de los campos de cultivo. «Lugares como el sur de Francia o España tienen almendros u olivos en medio de las cosechas. Se trata solo de organizar el terreno de manera que los tractores no dañen las raíces ni las ramas». Lo más curioso de esta práctica, reconoce, es que es más eficaz de lo que se pensaba. «En algunos puntos calurosos como el sur de Europa, un poco de sombra viene bien a ciertas cosechas».

¿Qué hacer con los residuos agrarios?

Hablar del papel de la agricultura en el cambio climático implica hablar de los residuos agrarios. En concreto, del problema de gestión que empieza por la gran variedad de remanentes que este sector genera, y acaba en las dificultades a las que se enfrentan los agricultores para poder gestionarlos correctamente. La legislación española vigente es compleja y no pone a disposición de la industria suficientes herramientas para su correcto reciclaje. En el caso de los envases, solo existe regulación obligatoria para la gestión de los fitosanitarios y el resto (fertilizantes o bioestimulantes) son voluntarios. Si no están adheridos a Sigfito –único sistema de recogida de envases de fertilizantes y fitosanitarios que garantiza la correcta recogida y gestión en toda España–, la responsabilidad recae sobre el agricultor, quien debe hacerlo por su cuenta o contratar a un gestor autorizado que lo haga. El resultado es que, muchas veces, los envases acaban donde no deben o se queman, causando un gran riesgo tanto para el medio ambiente como para la salud de las personas. «La actual gestión individual no es viable ni medioambientalmente eficiente», apunta Rocío Pastor, directora general de Sigfito. «No podemos esperar a que los campos se llenen de residuos como está pasando con el littering marino. Hay que adelantarse al problema y ofrecer una solución».

Las nuevas Directivas de Residuos y de Envases de la Comunidad Europea parece que van a cambiar un poco las cosas en el sector de la agricultura . De momento, obligan a los fabricantes a ofrecer cobertura de recogida a todos aquellos que generen residuos en cualquier punto del país, evitando que solo se recoja en las zonas donde se concentraban mayores cantidades, por lo que se desatendía a los que generaban pocos remanentes. Aun así, la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA) considera que las consecuencias para los agricultores y ganaderos son «excesivas» y que hace falta «una responsabilidad ampliada del productor». Por otro lado, esta normativa también obliga a los fabricantes a asumir la responsabilidad de la gestión de todos los envases agrarios antes de 2025.

Aunque este nuevo marco supone un avance en el reciclaje de los envases agrarios, –especialmente aquellos cuya difícil gestión imposibilitaba su reciclado–, el sector sigue demandando un sistema de recogida que incluya otros residuos. «Es imperativo que las administraciones relacionadas con el medio ambiente y la agricultura cambien la normativa estatal y la adecúen a las particularidades de la producción agraria», explica Pastor. Entre las mejoras, menciona, «poder agrupar los residuos y no recogerlos explotación por explotación, simplificar los trámites, formar al agricultor o fijar prioridades y clasificar los residuos de mayor riesgo ambiental». La UPA, además, resalta que esta problemática asociada a los residuos agrarios de nuestro mundo rural afecta más a las pequeñas y medianas explotaciones agrarias.

La industria reclama un sistema integral que incluya un proceso productivo donde se reutilicen los materiales de los residuos para fabricar nuevos productos, contribuyendo a la transición de una economía circular. «Es un sector muy atomizado, a la par que muy bien organizado. Son los propios agricultores, junto a los fabricantes, quienes quieren y necesitan poner los medios para dotarse de soluciones de gestión integrales que lleguen a todos», señala la directora ejecutiva de Sigfito. Gracias a su actividad, esta organización recogió el año pasado más de 4.150 toneladas de residuos de envases agrarios. De todo lo recogido se ha valorizado el 100% de los residuos.

La pregunta que muchos se hacen es si iniciativas como 4 por 1000 también deberían ser obligatorias, como las directrices europeas. «Las iniciativas voluntarias tienen a favor la fuerza del compromiso de quienes se adhieren a ellas», explica la directora ejecutiva de la Red Española del Pacto Mundial. «Realizar acciones eficaces de sensibilización e información es fundamental para crear movimientos transformadores», concluye.

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