Opinión

Muros (físicos y mentales)

La enfermera Vera Schmitz ha recorrido ocho países distintos en los últimos cuatro años de la mano de Médicos Sin Fronteras (MSF). En esta tribuna para Ethic, reflexiona sobre la crisis de los refugiados y sobre los muros políticos y sociales que les impiden proyectar un futuro estable, seguro y digno.

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01
agosto
2019

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Sudán del Sur, Guinea, Yemen (dos veces seguidas), Etiopía, de nuevo Yemen, Nigeria, República Centroafricana, República Democrática del Congo e Irak. Así se condensan mis últimos cuatro años en terreno con MSF.

Se podría pensar que la lista de países lo dice todo: conflictos, pobreza, enfermedades, guerras civiles, hambrunas…. Pero, ¿es eso realmente? Porque cuando miro hacia atrás, hay mucho más. Recuerdo rostros, historias, nombres de compañeros y pacientes, la naturaleza que nos rodeaba, la comida local, la música…

También momentos trágicos como cuando perdíamos a un paciente, o complicados cuando todo parece demasiado difícil, cuando estoy agotada y exhausta. Y alegrías, como la de los pacientes en Guinea cuando se curaron y pudieron salir del centro de tratamiento de ébola. O la (increíblemente deliciosa) ruptura del ayuno durante el Ramadán en Yemen junto con el personal local y nuestro pequeño héroe, como llamamos con cariño a un recién nacido al que casi perdimos, pero que luchó para volver a la vida. La tenaz voluntad de las madres iraquíes que, a menudo, llevan solas la pesada carga de la vida en el campo de refugiados, y de mis compañeros iraquíes que soportan años de violencia y, sin embargo, no pierden la sonrisa.

«Decir que si hubiera menos barcos de rescate, menos personas intentarían atravesar el Mediterráneo es una falacia»

Desde la distancia, estos países suenan lejanos. Es posible que haya leído sobre alguno en los medios de comunicación; otros pueden resultarle completamente desconocidos. Los motivos para huir y buscar refugio fuera de ellos son tan numerosos como las personas refugiadas. Todas han dejado hermanos, hijos, padres y amigos. Hay una historia detrás de cada una de ellas, algo que a menudo se olvida cuando solo se habla de cifras. Si se para a pensarlo, recordará que muchos de quienes tratan huir a través del Mediterráneo proceden de algunos de estos lugares.

Aunque nunca he trabajado en los barcos de rescate de MSF, sí lo he hecho en algunos de los países de los que huyen. La ruta a través del Mediterráneo es tan peligrosa que la decisión de arriesgar la vida es su último recurso. Decir que si hubiera menos barcos de rescate, menos personas intentarían atravesar el Mediterráneo es una falacia. Porque las razones para huir de sus hogares siguen siendo las mismas. Que Libia no es un lugar seguro de origen es de sobra conocido.

En el transcurso de mis años con MSF, he escuchado muchas historias. Algunas son difíciles de soportar. La fortaleza de las personas, de quienes no pierden la esperanza, es siempre uno de los recuerdos más extraordinarios que me llevo a casa. Otra cosa que me acompaña es la conciencia de mis propios privilegios con los que nací y crecí y del refugio seguro al que puedo regresar tras cada nueva misión.

Sin embargo, cuando vuelvo a mi Viena natal, también crece la preocupación en relación a cuán altos han crecido algunos muros, no solo en Europa, mientras estaba fuera. Son muros que nos impiden ver a las personas que requieren ayuda, que prohíben salvar vidas. Un ejemplo lo tenemos en el Mediterráneo Central, donde siguen muriendo personas aunque ahora nos las veamos.

En lo que a mí respecta, seguiré escribiendo y hablando de la asistencia que proporcionamos y de la población a la que ayudamos. Ya sean ancianos o niños, soldados heridos o mujeres embarazadas, vivan en África Subsahariana o en Oriente Medio.

¿Y usted? No cierre los ojos, no se deje engañar por los muros, incluso si están hechos de palabras.

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