Opinión

Repensar los fines de la economía

El profesor José Luis Fernández aborda los desafíos sociales y las nuevas tendencias económicas en ‘Empresa y gestión sostenible: hacia una ética del management’ (Digital Reasons).

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Carla Lucena
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06
febrero
2019

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Carla Lucena

Hace tiempo que se vienen levantando voces que nos advierten de que necesitamos transformar –incluso hay quien pide abandonar (Kempf, 2009)– el sistema económico capitalista, porque según los datos más fiables que se manejan, de seguir forzando las cosas en la línea en que el capitalismo viene impulsando la dinámica de los procesos económicos y ecológicos desde, al menos, los últimos doscientos cincuenta años, el modelo no es sostenible ni siquiera a medio plazo.

Es sabido que, desde el origen de los tiempos, la dimensión económica de la vida humana se ha venido entreverando con el desarrollo tecnocientífico, que este afecta de manera inmediata a la vertiente social y a las configuraciones políticas; y que todo ello se enmarca, a su vez, en parámetros culturales y filosóficos desde los que la reflexión teórica ha venido tratando de identificar claves de sentido y líneas para el avance en los procesos de humanización y desarrollo integral. El balance, en este sentido, arroja luces y sombras y evidencia muchos puntos ciegos y abundantes ocasiones de mejora. Pues, junto a innegables conquistas de bienestar humano que sería inútil obviar, aparecen también millones de seres humanos en condiciones de pobreza extrema, una desigualdad creciente y un planeta en serio peligro de implosión.

Desde aquellas claves teóricas y epistemológicas, en efecto, se ha venido buscando articular la manera más adecuada de gestionar el doble proceso de desarrollo al que, como las dos caras de una misma moneda –a veces, como es el caso, las dos dimensiones de una misma crisis–, la humanidad viene aspirando, desde siempre; y que la altura de los tiempos demanda ver satisfecho de manera cumplida, sin más dilación… tanto en lo socio-político-cultural, cuanto en lo técnico-económico-ecológico. Pero ello, con algunas necesarias restricciones, emanantes, precisamente, de este punto exacto de la historia en que nos está tocando vivir y que han dado en designar como el Antropoceno (Steffen et al., 2011; Steffen, 2015; Opdebeeck, 2017).

«Los pueblos que no han conocido el crecimiento económico de Occidente no tienen por qué desistir de llegar a nuestras cotas de bienestar»

A medida que la toma de conciencia de estas realidades se generaliza, van apareciendo certezas casi apodícticas que empiezan a configurar una serie de nuevas perspectivas para el análisis de las circunstancias del siglo XXI. Así, por ejemplo, parece haberse asumido casi como un axioma que no es posible marchar por el camino que hemos venido transitando en Occidente desde la Primera Revolución Industrial, la de la robótica, la Industria Conectada y la Empresa 4.0, donde la energía que hace rodar la nueva economía han pasado a serlo los big data y su consecuente analytics.

Los pueblos y las economías que no han conocido el crecimiento económico de Occidente no tienen por qué desistir de llegar a cotas de riqueza y bienestar que para nosotros son normales. Sin embargo, no es razonable pensar que vayan a poder hacerlo de la manera en que nosotros lo hemos conseguido. Esta situación paradójica y casi aporética no es sino uno más de entre los nudos gordianos sobre los que habremos de investigar (Fernández Fernández, 2012) con el fin de aprender a gestionarlo en el más inmediato futuro.

[…] Parece necesario, de un lado, ofrecer una aproximación epistemológica, y de otros, identificar y estimular mediante la innovación creativa nuevas prácticas económicas, nuevos modelos de negocio y nuevas estructuras organizativas y empresariales que resulten compatibles con la sostenibilidad a largo plazo de los procesos económicos, políticos, culturales y ecológicos.

Esta aproximación crítica al paradigma dominante en Economía viene tomando carta de naturaleza en algunas contribuciones teóricas desde hace ya tiempo. Tales son, por caso, las aproximaciones derivadas de las escuelas de pensamiento económico de la economía de la complejidad, la economía ecológica, la economía conductual, la economía feminista, la economía institucional… En la misma línea se habrán de ubicar los movimientos críticos, que emergen, curiosamente, desde el propio interior de los estudiantes de economía, insatisfechos y desencantados con la ciencia normal (Kuhn, 1981) que la mayoría de las universidades imparte en el curriculum de las ciencias económicas… y que, a su entender –pese a los airosos modelos macro y a las elegantes ecuaciones que sobre el papel siempre cuadran– están llenos de prejuicios ideológicos y de simplificaciones conceptuales, cuando no de errores palmarios.

«En la dinámica biológica no todo es crecer. Por analogía, cabría pensar que, en lo económico, tampoco»

Por el contrario, afirman los críticos, se están dejando de lado los verdaderos problemas económicos y ecológicos, resumibles en el verdadero objetivo de la economía como actividad y la economía como ciencia: la satisfacción de las necesidades humanas, de todos los humanos, para que todos podamos prosperar y desarrollarnos de una manera equilibrada, justa y sostenible. El asunto está en que ello no necesariamente debiéramos tratar de conseguirlo mediante un crecimiento económico cuantitativo, infinito, voraz, irresponsable, medible exclusivamente en términos de PIB, sino más bien desde la búsqueda de un progreso en equilibrio (Raworth, 2018: 41-69). Ello exigirá reubicar la comprensión de la actividad económica, más allá de los estrechos límites de mercado (Fernández Fernández, 2016), en las coordenadas de una más amplia realidad social y ecológica; y ello, desde una aproximación teórica holística, más compleja y dinámica; anclada, de una parte, en una antropología que atienda a la dimensión social de la persona, y no solo a la vertiente del autointerés; y de otra, en la voluntad política de aprovechar las posibilidades que la tecnología y el diseño innovador nos ofrecen de cara a distribuir de manera justa a preservar el planeta e incluso regenerarlo desde un diseño inteligente y una Economía Circular.

Si bien es cierto que estos planteamientos aún no acaban de calar en las instituciones que representan el mainstream de la ciencia económica, van encontrando eco, sin embargo, en ámbitos cada día más amplios. Un ejemplo de ello lo representan las propuestas que dimanan desde el contexto de la Doctrina Social de la Iglesia, desde el que, entre otras cosas, se tematiza desde hace décadas la aspiración al desarrollo de los pueblos –la Populorum Progressio– o, más recientemente, se propone como aspiración última del quehacer económico la consecución de lo que se ha dado en llamar una ecología integral (Pablo VI, 1977; Francisco, 2015).

Ciertamente, en la dinámica biológica no todo es crecer… Por analogía, cabría pensar que, en lo económico, tampoco. Pese a la auri sacra fames… el crecer por el crecer puede resultar teleopático… indeseable, malo. Es como la metáfora de la célula cancerígena… que crece; y que si sigue creciendo, acaba en muerte… El equilibrio de los procesos –tanto los de la vida como los de la sociedad– pide crecer, sí. Pero, llegados a un cierto punto, lo que se requiere es madurar. Y esto, naturalmente, es otra cosa, tiene otros alcances y revela potencialidades ilusionantes.

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