Opinión

Cultura ‘rave’ y religiones orgiásticas

La cultura ‘rave’ representa una práctica religiosa secularizada que se sustenta en una pulsión atávica del ser humano, que nos exige anhelar la trascendencia y poder sentirnos uno con los demás.

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08
abril
2024

La tesis que aquí voy a formular es un principio de continuidad entre las religiones orgiásticas de la Antigüedad y el fenómeno rave que eclosionó a finales de los años 90 en el mundo occidental. Para ello, recurriré a las enseñanzas del filósofo Ortega y Gasset, quien, sin saber nada de la cultura rave (que nacería más de tres décadas después de su muerte), nos habla de las referidas religiones como si estuviese analizando la cultura electrónica imperante a finales de siglo XX. El hecho de que Ortega fuese incapaz de prever ni conocer el fenómeno rave, nos permite ver con toda la claridad los puntos de conexión entre ambos fenómenos, puesto que el filósofo jamás pudo verse sugestionado para realizar comparaciones o analogías forzadas. Los puntos de encuentro que hallaremos son, por tanto, totalmente independientes.

Sobre las religiones orgiásticas de la Grecia y Roma antiguas, Ortega y Gasset afirmaba lo que sigue en uno de sus libros: «El hombre necesita periódicamente la evasión de la cotidianeidad, en que se siente esclavo, prisionero de obligaciones, reglas de conducta, trabajos forzados, necesidades. Lo contrario de esto es la orgía. La simple idea de que la tribu o varias tribus próximas van a reunirse un día, no para trabajar, sino precisamente para vivir unas horas de otra vida que no es trabajo —en suma, la fiesta—, comienza ya a alcoholizarle. Luego, la presencia de los otros, compaginados en multitud, produce el conocido contagio y despersonalización, y si a esto se añade la danza, la bebida y la representación de ritos religiosos (la danza lo era ya de suyo) que hacen rebrotar del fondo de las almas todas las emociones profundas, extraordinarias, trascendentales del patetismo místico, da un resultado de ilimitada exaltación y hace de esas horas o días una forma de vida que es como ultravida, como participación en otra existencia superior y sublime. Esto es la fiesta».

Debemos dejar claro que cuando Ortega habla de la orgía, no se refiere necesariamente a la práctica sexual que integra a numerosos participantes, sino, más bien, a la celebración dionisíaca en la que muchas personas se unen para verse exaltadas todas ellas en comunidad. Es curioso, por otra parte, que Ortega hable precisamente de «la fiesta», puesto que a finales de los 90 en España la escena electrónica alternativa, lo que podríamos llamar cultura rave, era conocida informalmente y sin más como «la fiesta», y los que participaban en ella, los «fiesteros». A principios de los 2000 ya comenzó a hablarse de gente fashion, al tiempo que se utilizaban otros términos para referirse al objeto en cuestión.

A finales de los 90, en España la escena electrónica alternativa era conocida como «la fiesta»

En la cita transcrita, Ortega analiza y describe, un poco por encima, el fenómeno de los ritos orgiásticos, centro último de algunas religiones de la Antigüedad griega y romana. Pero bien podría estar hablando, también, del fenómeno disco, primero, y, sobre todo, de la cultura rave que estalla en Inglaterra e Ibiza a finales de los 80 y se expande por el mundo entero a mediados de los 90. Hay que decir que el fenómeno rave es una prolongación de la cultura disco nacida en los años 70. Aunque es el fruto de numerosas influencias, la cultura disco representa su semilla y principal tronco cultural.

La escena disco murió de éxito en torno a 1980 y pasó a operar en la clandestinidad. Ya fuera del mainstream, siguió su marcha en Chicago de la mano de Djs como Frankie Knuckles, quien llegó desde Nueva York para pinchar en la discoteca The Warehouse. En ese lugar, la música disco comienza a transformarse, con la introducción de elementos electrónicos, en lo que vendría a conocerse como música house (la gente que iba a comprar discos quería la música que ponían en The Warehouse, y el subgénero electrónico acabó quedándose con ese nombre). Se trataba de una música que surgió de la clandestinidad. Si el blues, el jazz y el rap surgen en zonas marginales en las que preponderan las personas de raza negra, el house y la cultura rave cuentan con raíces negras y puertorriqueñas en las que la cultura gay es protagonista; un protagonismo que inicia su andadura en los años 70 en el seno del mundo disco. Por otro lado, la cultura disco sobrevive, en otra de sus ramificaciones, también gracias a tribus urbanas como los góticos (surgidos a partir de los nuevos románticos), que en el caso de España dominan la primera Ruta del Bacalao valenciana, la prevalente en dicha zona durante la década de los 80, antes de la llegada de gente como Chimo Bayo y los posteriores bakalas chungos de los 90 y su música mákina.

Si atendemos a las palabras de Ortega y Gasset, bien podríamos inferir que esta cultura de «la fiesta», alimentada por los sonidos electrónicos, hunde verdaderamente sus raíces en los ritos orgiásticos de la Antigüedad, en formas religiosas populares y arquetípicas de las cuales el ser humano parece incapaz de deshacerse, que mueren y renacen en distintos puntos de la historia dadas unas circunstancias adecuadas. No obstante, si en la religión dionisíaca el vino era la sustancia que había de despertar al dios interior, en el mundo rave fue el éxtasis o MDMA el fruto que habría de alumbrar los sentimientos comunitarios y trascendentes que despertarían al devoto a la ultravida de la que habla Ortega.

Estamos hablando de religiones sin teología, cuyo corazón es, sin duda, el puro culto. Según Ortega, «un perfeccionamiento de estos métodos y técnicas que descubren al hombre el trasmundo son las ceremonias y ritos en que las religiones antiguas consisten. Porque, a diferencia del islamismo y el cristianismo, esas religiones no son fe, sino que son sustancialmente culto. No se trata en ellas de recogerse dentro de sí y allí en la soledad de sí mismo, en la «soledad sonora, del alma» (San Juan de la Cruz) encontrar a Dios que mana en nosotros como un hontanar desapercibido, sino que se trata, inversamente, de «ponerse fuera de sí», de dejarse absorber por una extrarrealidad, por otro mundo mejor que, de súbito, en el estado excepcional y visionario, se hace presente, logra su epifanía».

Además, añade que «el culto primigenio […] era una danza». La danza, cómo no, es el elemento esencial de la escena rave. Las personas se unen y consumen MDMA para bailar, y lo hacen sin conciencia alguna del vínculo que dicha práctica tiene con lo sagrado. Bien podríamos decir que la cultura rave representó una práctica religiosa secularizada que se sustenta en una pulsión atávica del ser humano, la pulsión que nos exige anhelar la trascendencia y poder sentirnos uno con los demás. Una necesidad que puede verse satisfecha por medio dos vías fundamentales: la música y la danza. Esta última representa en nuestros cuerpos el reflejo y eco de los ritmos y sonidos en los cuales se encarna el dios, siendo el Dj algo así como un sacerdote oficiante, quien —empleando la terminología de William Blake— ha de abrir las puertas de la percepción para aquellos que estén dispuestos a imbuirse del sentir dionisíaco. 

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