Opinión

La escuela paralela

Se ha creado una nueva escuela alternativa que emerge con fuerza en nuestras sociedades y que, sin proponérselo, compite con la institución escolar. ¿Estamos preparados para el cambio?

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El desarrollo tecnológico en materia de información y comunicación ha supuesto cambios tan acelerados que han afectado profundamente a la conformación social y política del mundo actual. Los medios de comunicación tradicionales o innovadores encierran un enorme potencial de creatividad y de desarrollo personal, lo cual hace de ellos elementos muy significativos del proceso educativo.

La radio y la televisión, por ejemplo, constituyeron en sí mismas una esperanza para modificar los medios de aprendizaje. Se pensó que esos instrumentos iban a producir una auténtica revolución en el sistema educativo, pero muchas de sus ventajas, inclusive hoy en día, no se han utilizado de forma adecuada ni en el sistema escolar ni en el extraescolar. Qué decir con la aparición del ordenador, de internet, de sistemas digitales, redes sociales y con la irrupción invasiva de la inteligencia artificial generativa. Más bien se ha creado una nueva escuela paralela que emerge con fuerza en nuestras sociedades y que, sin proponérselo, compite con la institución escolar. Una escuela que conlleva riesgos indiscutibles que trascienden a la capacidad del propio medio educativo para su respuesta global.

Estos medios de comunicación e información, digitales o no, desarrollan condicionamientos a través de un vocabulario, categorías conceptuales y actitudes. Los programas generan normas, valores y contenidos ideológicos, explícitos o implícitos, que tienden a relacionarse con el modelo cultural y económico dominante por cuanto participan en la estructura del poder social y que, además, pueden crear cambios en el modelo social vigente. La imagen y el sonido cautivan nuestra pasividad. Nadie deja de reconocer que estos medios invasivos de la privacidad han significado un avance tecnológico de primera magnitud, que para bien o para mal, ha cambiado nuestros comportamientos sociales, muchos de nuestros hábitos, ha puesto al alcance de la vista, el corazón y el cerebro el instante de lo que ocurre en el mundo, está acompañando la crisis de soledad de las sociedades más avanzadas y se ha introducido en lo más recóndito de nuestra vida privada.

El ser humano, al no estar preparado para el cambio, se inclina más a adaptarse a la dictadura de los medios

Pero estos medios no se han integrado en el sistema educativo formal. No se está aprovechando su potencial instructivo y apenas constituyen un medio de aprendizaje decorativo en la gran mayoría de las escuelas en el mundo. Se ha dejado construir, sin intencionalidad, una escuela paralela, la de internet, y todos los medios digitales y audiovisuales, que no solo imponen conductas apropiadas, sino que también ensalzan y refuerzan la violencia, la discriminación, los atractivos físicos superficiales, el narcisismo irreverente, el deseo de acumular, la importancia de los bienes materiales sobre los del espíritu.

Una nueva escuela que ignora a las minorías y pone en gravísimo riesgo la mayor riqueza que tiene nuestro mundo, es decir, su propia diversidad cultural como eje de libertad, de creatividad, de transformación y de progreso. Todo ello sin contar con el hecho de mezclar ficción y realidad, sin discriminar contenidos, lo que induce muchas veces al aprendizaje de errores, con lo que enseña a la población infantil y a los adultos de menor formación intelectual unos conocimientos inexactos, magnificados por la credibilidad en el mensaje del propio medio.

Estos medios de transmisión sofisticados lanzan estímulos permanentes de toda índole, que compiten, por continente y contenido, por versatilidad y plasticidad neurocéntrica, con la escuela convencional, donde los estudiantes aprenden cada vez menos y se aburren cada vez más. Nos encontramos con un desarrollo electrónico y digital que ha revolucionado las «distancias», los «tiempos», los «espacios» y la diseminación de la información. El ser humano, al no estar preparado para el cambio, se inclina más a adaptarse a la dictadura de los medios y de los instrumentos que a modificar los patrones de conducta que ellos le imponen o a obtener de ellos el beneficio apropiado y justo.

La escuela tendría que enseñar a discriminar de forma científica, humanista y estética los mensajes de los medios. Es una nueva realidad que exigen los tiempos en todas las épocas de cambios. La escuela tiene que romper con el papel de informadora y de promotora únicamente de la actividad de la memoria. La reforma educativa es una actividad permanente de la sociedad y no de cambios espasmódicos legislativos de muchos folios.

La escuela tendría que enseñar a discriminar de forma científica, humanista y estética los mensajes de los medios

La auténtica ley de la educación es aquella cuyo único articulado le obliga a cambiar sin pausa y no a ir por detrás de los cambios, como vagón de cola del tren del progreso social, económico, científico y cultural. Solo así dejaríamos de tener escuelas paralelas, pues la formación y la información trabajarían conjunta y convergentemente. La educación como impronta de la sociedad adquiriría su potencial anticipatorio, permitiría formar un ser humano capaz de comprender el vertiginoso mundo de su tiempo, adaptarse a él y transformarlo.

Esa educación anticipatoria necesita de una nueva dimensión en el proceso de aprendizaje. Para Paulo Freire, el mejor alumno de física no es el que mejor conoció y memorizó las fórmulas, sino el que percibió su razón. Yo agregaría que el mejor alumno de filosofía no es el que diserta sobre Platón, Aristóteles, Russell o Hegel, sino el que piensa críticamente sobre todos ellos y corre además con el riesgo de pensar. La nueva escuela tiene que correr ese riesgo si aspira a poner los medios tecnológicos a su servicio o llegará a ser controlada por ellos.


Miguel Ángel Escotet es catedrático emérito del Sistema de la Universidad de Texas y rector de la Universidad Intercontinental de la Empresa (UIE).

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