Opinión

Los peligros de la ‘instapsicología’

Las redes sociales se han llenado de falsos gurús que, con o sin titulación universitaria, dicen ser expertos en bienestar. ¿Sancionar al charlatán será nuestra única esperanza para recuperar la credibilidad de la psicología e impactar positivamente en la salud de las personas?

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09
abril
2024

Desconocer los peligros de las pseudoterapias supone un serio hándicap para el cuidado de la salud y para el desarrollo adecuado de la práctica profesional. Este es un mensaje que, en el ámbito de la psicología académica, despierta cada vez más interés y sensibilidad. Existe una gran cantidad de guías de tratamiento y de protocolos de intervención psicológica que recogen con minuciosidad aquellas intervenciones y técnicas que resultan adecuadas y empíricamente eficaces ante un problema concreto. Sin embargo, la realidad muestra que el ejercicio profesional de la psicología no siempre se ciñe a estos criterios.  

Innegablemente, las restricciones por covid-19, sus posteriores consecuencias en la salud mental y la paulatina digitalización de los servicios de psicología ha supuesto un antes y un después a la hora de analizar la situación actual de los problemas psicológicos y su tratamiento. Las redes sociales se han llenado de falsos gurús que, con o sin titulación universitaria, dicen ser expertos en bienestar. Su proyección pública se basa, a grandes rasgos, en proporcionar consejos donde se anima de forma general a «vivir el presente», «respirar conscientemente mientras paseamos y miramos las plantitas», «meditar contra la ansiedad», «evitar pensar demasiado» o «tomar contacto con las conexiones transgeneracionales para romper con el trauma».

Es absolutamente habitual que la población se sienta identificada con más de uno de estos consejos. ¿A quién no le gustaría centrarse en el aquí y el ahora y no tener que afrontar sus errores del pasado y estar despreocupado por las consecuencias de sus torpes decisiones o sus malos actos? ¿A quién no le resultaría ciertamente relajante dar un breve paseo o realizar unos ejercicios de meditación y poner su vida en pausa unos minutos? ¿Acaso no resulta liberador ignorar al idiota de tu jefe, no escuchar los reproches de tu pareja o poner en mute los berridos y gritos de tus encantadores hijos al menos durante media horita? Eso sabe a gloria y quien lo probó, lo sabe. Pero, ¿y luego qué? Vuelta a la frustración y a esa sensación de tener una vida de mierda, de estar hasta los huevos.

Al margen del negocio económico, se juega con la integridad psicológica de las personas y se compromete la autoridad científica

¿A quién no le importaría evitar entrar en bucle o anticiparse a posibles hechos del futuro? ¡Claro! Es mucho más fácil anestesiar la preocupación, buscar una distracción y no comenzar a ocuparse de los problemas, sobre todo cuando estos conllevan asumir responsabilidades, romper con el victimismo o desaprender aquellos patrones de comportamiento que resultan disfuncionales. Porque el problema, en muchas ocasiones, no está en pensar mucho sino en no pensar bien.

El análisis de las constelaciones familiares para abordar supuestos traumas debería sonrojar a cualquier persona que ya no solo ame la ciencia sino que tenga unos valores éticos en su práctica profesional. Sin pretender generalizar, cabe señalar que las creencias pseudocientíficas también pueden correlacionarse con las creencias paranormales, las creencias religiosas o el pensamiento conspiranoico (Lobato et al, 2014; Lewandosky, Gignac y Oberauner, 2013; Hansson, 2017). De modo que, aun cuando el trabajo de los tratamientos empíricamente apoyados (TEA) o el desarrollo de los modelos psicopatológicos han supuesto un importante avance a nivel experimental y teórico, muchas personas se aferran a diferentes tipos de creencias sin ninguna base epistémica ni garantía empírica. Y, en ese contexto, siempre habrá (malos) profesionales que se aprovechen de ello.

Quizá sea la suspensión de los propios estándares morales y la racionalización de las conductas inmorales, categorizadas como engaño y mentira, lo que anima a muchos de esos (malos) profesionales o vendehúmos a ofrecer estas pseudoterapias. La consecuencia resulta más que obvia: al margen del negocio económico, se juega con la integridad psicológica de las personas y se compromete la autoridad científica. En relación a ello, cobra también importancia el estatus de la pseudociencia, el cual resulta variable, y, en ocasiones, implícito. Por ejemplo, no es lo mismo realizar una sesión de reiki y psicología en un centro de crecimiento personal y terapias naturales que en una universidad, en un colegio profesional o en una clínica psicológica acreditada sanitariamente. Allí y donde se presente esa pseudociencia presentará un impacto de más o menos autoridad en el público.

La capacidad de seducción de las pseudoterapias en la comunidad resulta aún más influyente si analizamos otros factores adicionales. Quienes llevan a cabo estas prácticas suelen ser personas con un nivel educativo y económico alto o medio-alto y que pertenecen habitualmente a etnias favorecidas por el sistema social (Chao y Wade, 2008; Fasce, 2017). A ello hay que asumir que, con la implosión de las redes sociales, muchos de ellos acumulan grandes cantidades de seguidores, influencers que patrocinan sus servicios o abrazan valores como la diversidad y la igualdad. En psicología, la transparencia y el estándar científico parece que ya no es un imperativo para crecer como negocio. El cliente busca un compromiso social, una comprensión en su manera de ver el mundo y la sociedad porque esto genera confianza. Es como la antesala al vínculo terapéutico. De esta forma se mejora la experiencia de compra del servicio, se asegura una experiencia personalizada, cómoda, adaptada al usuario. Pero, ¿y qué pasa con el estándar científico? El propósito de negocio ha desbancado los estándares científicos en la divulgación de la psicología en las redes sociales y en la oferta de servicios en internet.

La capacidad del ser humano para identificar de forma inmediata los engaños es sumamente baja, acercándose al azar (Bond y De Paulo, 2006; Levine, 2010). Las estrategias de marketing digital y la falta de honestidad por parte de muchos profesionales de la psicología sacan, obviamente, provecho de esto. La neutralización de la identidad moral favorece el crecimiento y popularización de las pseudoterapias. Cuestión que, a su vez, se encuentra influenciada por la desatención de los códigos deontológicos en la formación de los futuros psicólogos o, en general, de las profesiones sanitarias; y por las barreras que a menudo se pueden encontrar entre el mundo de la investigación y el mundo de la práctica asistencial cotidiana.

Mención aparte merecen los Colegios Oficiales de Psicología, que desgraciadamente son a su vez juez y parte en el abordaje de las pseudoterapias. Estas organizaciones están llenas de colegiados que sostienen y publicitan en su práctica privada intervenciones pseudocientíficas, que hacen Gestalt, bioneuroemoción, mezclan el reiki con la psicología o inventan, como en el caso de la entidad Ângel Blau, la «tactoterapia». El control de los Colegios Profesionales de la Psicología, que deberían velar por la práctica empírica y el tratamiento ético, es pésimo.

La capacidad del ser humano para identificar de forma inmediata los engaños es sumamente baja, acercándose al azar

Cuando todavía era estudiante de Psicología, pude constatar esto en primera persona cuando denuncié al COP la práctica de la citada entidad, donde animaban a los pacientes a ser tocados por una diplomada en enfermería mientras rememoraban los abusos sexuales sufridos. A través de la «tactoterapia» se aumentaba la desregulación emocional de la persona y en muchas ocasiones se les hacía revivir el trauma… Con ello, se incrementaba el malestar emocional y se aseguraba una dependencia terapéutica. La enfermera tocaba y cobraba y los psicólogos, también previo pago, luego trataban. La respuesta del COP fue animarme a denunciar por la vía judicial porque ellos no podían hacer nada, ni siquiera llamar la atención de tales profesionales o suspenderles dentro del colegio.

Esto es una barbaridad y el código deontológico señala expresamente que, desde el respeto a las diferentes orientaciones psicológicas, el psicólogo tiene que basar su práctica en la ciencia. Aquí no había ciencia sino falsa ciencia, pero obviamente hay quien no quiere hacer nada porque de ello depende seguir en nómina. Quienes aplicamos terapias con evidencia y procuramos que la psicología no pierda su credibilidad como ciencia nos sentimos verdaderamente indefensos ante estas prácticas y esta falta de apoyo institucional.

Por otro lado, de poco sirve alertar y educar contra las pseudoterapias si tanto los COP como las autoridades sanitarias son conscientes de las malas praxis y no hacen nada. Hay falta de medios y de voluntad política. El Real Decreto 414/1996, de 1 de marzo, por el que se regula los productos sanitarios se encuentra actualmente desfasado y no apela a la práctica psicológica ni contempla la publicidad en internet o redes sociales. Las campañas informativas como coNprueba, que datan del año 2018, son necesarias, pero desgraciadamente, también resultan insuficientes. ¿Sancionar al charlatán será nuestra única esperanza para recuperar la credibilidad de la psicología e impactar positivamente en la salud de las personas?

 

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