Opinión

Periodismo y ética: reflexiones sobre el tratamiento informativo del caso Gabriel

«Las declaraciones de la madre de Gabriel son las que han demostrado un grado superior y más ejemplar de dignidad», reflexiona Luis Suárez Mariño.

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20
marzo
2018

La cobertura informativa del denominado ‘Caso Gabriel’ ha planteado, una vez más, controversias sobre el tratamiento de la noticia por parte de algunos medios y profesionales de la comunicación.

La cuestión es meta jurídica, pues el artículo 20 de nuestra Carta Magna ampara como un derecho fundamental, en su apartado d), el derecho a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión y, en su apartado a), el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción; prohibiendo que el ejercicio de estos derechos pueda restringirse mediante ningún tipo de censura previa; de tal modo que estas libertades solo tengan su límite en el respeto a los otros derechos fundamentales, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia.

Desde este punto de vista el derecho constitucionalmente protegido a recibir información, como el derecho a comunicarla, no protege un determinado contenido frente a otro, ni toma en consideración el contenido de la información, o los fines que la misma pretenda satisfacer.

Hoy en día, el mundo de la información, como tantos otros, persigue obtener a toda costa resultados económicos. Buscando atraer con ese fin –en no pocos casos- a la audiencia, sin importarle para ello que el objeto de la información carezca de todo interés público o sea lisa y llanamente un mensaje que referido a la vida privada e íntima de cualquier personaje sin relevancia pública alguna, artificialmente le otorgue dicha trascendencia siempre -como exige el respeto de los derechos antes aludidos- con el beneplácito de los propios protagonistas de esa información, que por dinero están dispuestos a poner en el candelero de la opinión pública sus más simples, privadas y ruines miserias.

Ese comportamiento ruin de ‘protagonistas’ y ‘opinadores’ y también el de los espectadores de ese circo mediático, degrada a unos y otros, y provoca vergüenza ajena a quienes pretenden llevar una vida digna desde el punto de vista moral.

«Los medios persiguen obtener a toda costa resultados económicos, sin importarle que el objeto de la información sea un mensaje referido a la vida privada»

En la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant enarbola el ideal de un ‘Reino de los Fines’, donde cada uno trate a los demás y a sí mismo como un fin y no como un simple medio para otros fines distintos de su propio valor. Ello supone, desde luego, un esfuerzo de racionalidad, porque llevado el principio a su extremo exige reconocer que el mayor de los criminales también encarna en sí mismo un valor por el hecho de pertenecer al género humano.

Justamente el reconocimiento de la dignidad de la persona se ha convertido en el eje sobre el cual giran todos los derechos humanos reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 en París; en el Convenio Europeo de los Derechos Humanos de 1950, en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea del 2000 y en la propia Constitución Española de 1978.

El reconocimiento del valor, que late en la propia dignidad humana, implica el rechazo de la pena de muerte, el de infringir como pena los tratos inhumanos o degradantes, o incluso que el más abyecto de los criminales tenga derecho a un juicio justo y a la presunción de inocencia, mientras no sea declarado culpable por un tribunal imparcial que en un juicio contradictorio, forme su convicción, conforme a las pruebas que se aporten y se obtengan respetando los derechos procesales del acusado.

Todo ello no supone otra cosa que el reconocimiento del valor superior de la Moral; lo que llamaba Kant el imperativo del Fin: «Obra de tal manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otra, siempre al mismo tiempo como un fin y nunca solamente como un medio». Desde luego, resulta loable, que tras varios milenios de andadura, la humanidad haya reconocido que ese es el camino por el que ha de transitar si quiere perpetuarse como especie racional superior.

De todas las declaraciones que estos días hicieron afectados y extraños, políticos y especialistas de uno u otro cariz, en relación a la desaparición y triste desenlace de la vida del niño Gabriel Cruz, fueron sin duda las de su propia madre -la persona más dañada, sin parangón con otra, por la pérdida de su hijo- las que han supuesto, por su altura moral, llamando a la calma, a contener las reacciones de rabia y a «que lo que quede de este caso sea la fe y las buenas acciones que han salido por todos lados y han sacado lo más bonito de la gente», las que han demostrado un grado superior y más ejemplar de dignidad.

Precisamente, junto con el reconocimiento de esa dignidad, como regla superior de conducta, interesa destacar también el valor de la compasión puesta de manifiesto por muchas personas, entre ellos los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, que tras el denodado esfuerzo realizado y la detención de la presunta homicida, no pudieron contener la emoción y rompieron en llanto, identificándose con el dolor de los más cercanos al menor. Precisamente la compasión se define como el «sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien».

«Las declaraciones de la madre de Gabriel Cruz son las que han demostrado un grado superior y más ejemplar de dignidad»

Como explica la filósofa Adela Cortina en su libro ¿Para qué sirve realmente la Ética? «Para alimentar la compasión conviene cultivar la empatía, esa emoción o sentimiento que nos permite situarnos en el lugar del otro y reconstruir con la imaginación qué es lo que siente, sea una experiencia alegre o triste, placentera o dolorosa. Si atendemos al origen griego del término, se trata de una capacidad de reconstruir el pathos del otro, teniendo en cuenta que pathos significa lo que uno experimenta, lo que siente, con lo cual la empatía es la emoción que nos permite sentir lo que el otro siente».

Respeto a la propia dignidad, a la dignidad ajena y a la compasión, como capacidad de reconstruir el pathos del otro, son elementos éticos necesarios para, por una parte excluir la venganza como medida punitiva y el sometimiento al juicio popular a través de los medios de comunicación y, por otra, para otorgar el respeto y consideración debida a las víctimas.

Ello exigiría un mayor autocontrol, una mayor auto exigencia ética de los medios de comunicación, mediante la autoregulación a través de códigos éticos voluntariamente asumidos más estrictos, lo que sin duda ayudaría a conformar una opinión pública realmente libre y una sociedad mejor.

Termino con un consejo de Marco Aurelio que en el siglo II de nuestra era escribió en sus meditaciones: «Si no es bueno, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas. Tú mismo debes juzgarlo».

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