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Cambio Climático

¿Tengo que renunciar a viajar en vacaciones si quiero cuidar el medio ambiente?

El turismo no es solo una fuente de descanso y enriquecimiento personal, también es una actividad con un peso ambiental considerable.

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20
junio
2025

El turismo es responsable de alrededor del 9% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. En un contexto de crisis climática, viajar ya no es una decisión neutral: se ha convertido en un dilema ético y personal.

Por un lado, el descanso, el ocio y la desconexión son necesidades humanas legítimas, incluso derechos fundamentales para la salud mental y el bienestar. Sin embargo, al planear un viaje, muchas personas experimentan una tensión interna: disfrutar puede concebirse como una concesión a costa del planeta.

Esta contradicción alimenta emociones complejas, como la ecoansiedad, una angustia persistente al saber que podríamos estar contribuyendo al daño del medio ambiente.

Cómo elegir el transporte

Según el Instituto de Recursos Mundiales, casi una cuarta parte del consumo energético total corresponde al transporte. Sin embargo, el daño varía mucho según el medio elegido y la distancia recorrida.

Un estudio comparó el viaje en distintos medios de transporte entre Estocolmo y Burdeos, que cubre unos dos mil kilómetros. El avión emitiría más de seis veces dióxido de carbono que el tren. A pesar de ello, el vuelo tardaría siete horas mientras que el tren necesitaría más de treinta. Y, además, este último costaría hasta ocho veces más.

El avión emitiría más de seis veces dióxido de carbono que el tren

Este contraste muestra una realidad incómoda. Muchas veces, elegir la opción más ecológica no está al alcance de todos. Los ingresos, la ubicación y la falta de infraestructura dificultan el acceso a formas de viaje más sostenibles. Cuidar el planeta parece un privilegio, no un derecho compartido.

Por otro lado, en trayectos más cortos, de unos mil kilómetros, el tren o el autobús son más equilibrados. Emiten menos gases y suelen ser más asequibles. Esto demuestra que la distancia es clave al elegir cómo viajar. Cuando sea posible, conviene priorizar el tren o el autobús, especialmente en trayectos cortos o medianos.

Si volar es la única opción, podemos considerar compensar nuestras emisiones, reducir la frecuencia de vuelos y extender la duración de nuestra estadía para que el impacto por día sea menor.

No siempre podremos elegir lo ideal, pero sí podemos escoger mejor dentro de lo posible.

Cómo elegir el alojamiento

Pero el impacto no termina con el desplazamiento. Lo que hacemos en el destino también cuenta. Alojarse en hoteles, comer fuera o participar en actividades turísticas puede generar más contaminación que nuestras rutinas cotidianas. Por eso, el turismo responsable va mucho más allá de reducir vuelos: implica prestar atención a cada decisión durante el viaje.

En el caso del alojamiento, elegir espacios comprometidos con la sostenibilidad puede marcar una gran diferencia. Se recomienda buscar establecimientos con certificaciones ambientales reconocidas, como Biosphere, EarthCheck o Travelife, que aseguran prácticas responsables en energía, agua, residuos y entorno social.

También es una buena opción optar por alojamientos pequeños y gestionados localmente, que suelen tener un menor impacto ambiental y un vínculo más directo con la comunidad.

Además, plataformas como Ecobnb permiten filtrar hospedajes según su impacto ecológico, facilitando elecciones más conscientes sin renunciar al confort ni a la calidad de la experiencia.

Optar por otras actividades

Aquí surge otra idea. ¿Dejar de viajar debe vivirse como una pérdida? Tal vez no. Puede ser una oportunidad para reflexionar. Cuidar el medioambiente no significa dejar de disfrutar. Nos invita a pensar en nuevas formas de bienestar.

Quizás el verdadero lujo consista en tener tiempo. En vivir con calma. En cuidar la salud mental. En fortalecer los vínculos con nuestra comunidad.

El turismo local o de cercanía ofrece experiencias valiosas que, a menudo, pasamos por alto. Este tipo de viaje está vinculado con un estilo de vida más lento. Propone redescubrir lo cercano, sin prisas.

Caminar por reservas naturales, recorrer rutas en bicicleta o visitar pueblos vecinos. Participar en talleres, comprar en mercados, alojarse en casas rurales. Comer productos de temporada, asistir a fiestas populares o colaborar con proyectos locales. Todo esto puede enriquecer nuestro día a día.

Son formas de reconectar con el entorno que también ayudan a dinamizar la economía local. Y lo hacen con un menor impacto ambiental. Viajar menos no es vivir menos: puede significar vivir mejor.

Repensar nuestras vacaciones

Viajar en tiempos de crisis climática exige repensar nuestras elecciones con una mirada más consciente. El turismo no es solo una fuente de descanso y enriquecimiento personal, también es una actividad con un peso ambiental considerable.

Desde el medio de transporte hasta el tipo de alojamiento y las actividades que realizamos, cada decisión importa. La clave no está en dejar de viajar, sino en viajar mejor: con criterio, responsabilidad y empatía hacia el entorno.

Se trata de reconocer nuestras propias necesidades sin perder de vista sus consecuencias colectivas. Buscar un equilibrio entre el disfrute personal y el cuidado del planeta es hoy una forma de compromiso.

Ser un viajero responsable no es renunciar al placer, sino redefinirlo. Además de reducir nuestro impacto, elegir con conciencia abre la puerta a experiencias más auténticas, más humanas, más conectadas con los ritmos, los paisajes y las comunidades de cada lugar.

Renunciar al viaje lejano no tiene por qué doler. Puede ser un acto de cuidado. Con el planeta. Con nuestra comunidad. Con nosotros mismos.


Asier Divasson-J., phD Student on Sustainable Mobility and Just Transition, Universidad de Deusto y Manuel Amador Cerver, investigador postdoctoral en Sostenibilidad y Análisis de ciclo de vida, Universidad de Deusto. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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