Los tres pensadores del optimismo
Aunque la atención esté normalmente enfocada en pensadores con un cariz pesimista, no falta quien ha reclamado que la vida y el mundo en su conjunto merecen ser reafirmados.
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Hablar de optimismo en un mundo marcado por las guerras, la pobreza y la desigualdad puede ser visto como un lujo e incluso como una provocación. No obstante, aunque la atención esté normalmente enfocada en pensadores con un cariz más pesimista, no falta quien ha reclamado que la vida y el mundo en su conjunto merecen ser reafirmados.
A modo de ejemplo, a continuación serán exploradas tres figuras que, con sus respectivas diferencias, han legado una perspectiva más optimista de la realidad.
Friedrich Nietzsche (1844-1900)
No es inusual encontrar referencias que vinculan la obra nietzscheana con una suerte de pensador pesimista que ha vaciado de sentido la realidad. Su conocida tesis sobre la «muerte de Dios» destaca que ningún sentido trascendente (Dios, el Progreso, el Bien, la Verdad…) se salva de ser una mera ficción. Esta faceta destructora aniquila de raíz cualquier punto de referencia que nos habilite para rehuir el sinsentido en que parece que nos hallamos inmersos.
Acorde a esto, resulta innegable que la filosofía de Nietzsche nos conduce a un nihilismo difícil de digerir. A partir de aquí, es de justicia reconocer que el filósofo alemán no se resigna a ese destino. Su ocaso de los ídolos es para él un primer paso de cara a una revalorización de la vida.
Acosado por la enfermedad y la frustración –su amada Lou Andreas-Salomé lo rechazó hasta en tres ocasiones–, Nietzsche fue consciente de los dolores de la vida. Es innegable que en el mundo hay sufrimiento. No obstante, la asunción del nihilismo, de la muerte de Dios, es para el filósofo una oportunidad para asumir con entereza la vida, con todas sus miserias.
La asunción de la muerte de Dios es para Nietzsche una oportunidad para asumir la vida con entereza
Una vez se ha diluido la posibilidad de encontrar un sentido externo, el individuo se encuentra con el mejor regalo posible: la posibilidad de dotar al mundo del propio sentido, con sus valores. Es así que la obra de Nietzsche se ofrece como una ocasión para que cada uno haga de la tragicomedia que es la vida una experiencia que esté dispuesto a repetir eternamente: «¿Era esto la vida? ¡Bien! ¡Otra vez!».
Steven Pinker (1954)
Profesor de Psicología en la Universidad de Harvard, así como autor de bestsellers como Los ángeles que llevamos dentro y En defensa de la Ilustración, Steven Pinker es una de las voces más visibles del optimismo racional. Su enfoque se basa en una exhaustiva revisión (no exenta de controversia) de datos históricos y estadísticas para argumentar que el mundo, con todos sus problemas, sigue una tendencia positiva. En términos globales, la mejora de la salud, el aumento de la longevidad, la expansión de la alfabetización o la reducción de la violencia son indicadores que apuntan a ello.
Contra las acusaciones de ser un pensador naíf, Pinker no niega que existen graves desafíos –como la crisis climática, las guerras o las desigualdades estructurales–, pero mantiene que una excesiva focalización en las malas noticias distorsiona nuestra visión de las cosas. Así, en libros como los citados muestra cómo los avances en ciencia y educación son palpables, de tal modo que, aun cuando no debamos esperar ninguna panacea, hay cabida para la esperanza.
Para Pinker, el mundo, con todos sus problemas, sigue una tendencia positiva
Con sus más y sus menos, su optimismo procura apoyarse en la interpretación de los datos sin caer en una mera opinión infundada. Y es así que para Pinker el optimismo gravita alrededor de la convicción de que ningún problema es inevitable, de que todo puede ser abordado con el uso de la razón.
Martha Nussbaum (1947)
La pensadora Martha Nussbaum –Premio Princesa de Asturias en 2012– es una de las figuras más influyentes de la filosofía moral y política contemporánea. A través de su enfoque de las capacidades, elaborado mano a mano con el economista indio Amartya Sen, propone que el desarrollo humano se mida no solo en términos económicos (como, por ejemplo, mediante el PIB de un país), sino a través de las oportunidades reales que tienen las personas para lograr una vida plena.
En trabajos como Las fronteras de la justicia, Nussbaum defiende una visión que reconoce la vulnerabilidad que hay en la vida –llegando a considerar el sufrimiento de los animales–, pero no por ello desiste en la búsqueda de un mundo más justo. De hecho, cree que gracias al reconocimiento de estas fragilidades podremos erigir instituciones más compasivas e inclusivas.
Con un aroma similar al de Pinker, el optimismo de Nussbaum radica en la confianza en el poder de la educación y del diálogo para cultivar la empatía. No se trata de esperar a que las cosas mejoren, sino de formar una ciudadanía que se comprometa con el feliz desarrollo de las capacidades tanto propias como ajenas.
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