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Sociedad

Los efectos de la música en el cerebro

¿Por qué nos gusta nuestra canción favorita?

Las conexiones entre lo que escuchamos y lo que nos conmueve o nos repugna no son claras, pero existe una serie de mecanismos que se ponen en funcionamiento con este lenguaje universal.

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14
marzo
2025

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Hace décadas, con la irrupción del rock, la sociedad se veía amenazada por unos ritmos que parecían degenerados, diabólicos. Ya metidos en el siglo XXI, al reguetón se le acusó de machista, de una obscenidad manifiesta que perturbaría sexual y mentalmente a los jóvenes. En ambos casos, además, se les tildó de simplones, de rebajar la calidad de un arte tan sacro como la música. Y el debate no termina: hace unas semanas, Dani Martín, cantante y exlíder de la banda El Canto del Loco, publicó una canción tachando de «vomitivos» a los nuevos estilos. Ya sea por mercadotecnia o provocación, sus palabras prendieron la mecha y se generó un tsunami de reacciones a favor y en contra, apelando al respeto por el gusto personal.

Independientemente de las discusiones sobre las corrientes más populares o las opiniones particulares, la atracción por la música sigue siendo una incógnita. ¿Por qué nos gusta un género y no otro? ¿Qué palanca se le activa a cada uno al escuchar una canción? La respuesta no está clara. A lo largo de la historia se han estudiado los mecanismos neurológicos que propician estas querencias o rechazos, y se ha llegado, al menos, a una conclusión: nuestro organismo tiene un hueco especial que nos conecta con la música desde los orígenes de la humanidad.

«Los científicos creen que el Homo sapiens empezó a hacer música hace unos 100.000 años para comunicarse y aprovechar sus poderes con fines de supervivencia. Comenzando con la voz y las percusiones, se usaba en todos los rituales necesarios para la supervivencia del clan: caza, lucha, reproducción y religión. Todas las civilizaciones la han utilizado cada vez más a lo largo de los siglos. Después de la voz y la percusión, se inventaron instrumentos de todo tipo», apunta Michel Rochon por correo electrónico.

Se cree que el Homo sapiens empezó a hacer música hace unos 100.000 años

Según añade este médico y compositor canadiense, es en el siglo XX cuando se produce un punto de inflexión. La radio, el fonógrafo o internet modifican nuestra exposición a la música. Y de ser algo que «se escuchaba raramente», casi nunca fuera de los rituales o los conciertos (reservados para la élite), la música pasó a ser «fácilmente accesible» para todos. Eso la ha convertido en «nuestra mejor amiga». «Podemos elegir la música que mejor se adapta a nuestra emoción del momento y escucharla para calmarnos, hacernos llorar, reír, bailar, correr o hacer el amor. Por todas estas razones, sigue presente porque desempeña un papel importante en la cohesión social y la felicidad individual», razona.

Aquí es cuando regresan esos interrogantes continuos. ¿De qué forma actúan esas notas y melodías en nosotros? ¿Cuál es la causa del amor o del desinterés? La música, tal y como anota Rochon, entra en el cerebro y tiene un impacto en numerosas estructuras que ya existen para muchas otras funciones. No hay, esgrime el divulgador, un «cerebro musical» específico. Depende de otros factores, como la cultura. «Aunque es cierto que se ha teorizado mucho sobre los cientos de genes involucrados en la percepción musical y en la ejecución musical», advierte el científico, aludiendo a los estudios sobre el talento de los niños prodigio o sobre el componente genético.

El entorno también influye, puntualiza Rochon. «Empezamos a escuchar música en el vientre materno. Varios experimentos han demostrado que los recién nacidos reconocen la música que escucharon en los últimos meses de gestación. Nuestro cerebro está diseñado para la música. A medida que crecemos, toda la música que escuchamos nos ayuda a desarrollar gustos musicales y ampliar nuestro interés por la música», afirma, lamentado las carencias de la educación musical, que son beneficiosas para otras habilidades como la concentración o la creatividad.

La música que amamos es el resultado de una mezcla de genes, educación y contexto

Tal combinación nos lleva al punto de salida: la música que amamos es el resultado de una mezcla de genes, educación y contexto. La ciencia no puede explicarlo. Lo que se puede afirmar es que es un error juzgar a alguien por sus gustos musicales. «Si una canción o una pieza musical te emociona, te da placer o te pone la piel de gallina, entonces esa música es buena para ti», sentencia el médico. De nada sirve establecer jerarquías ni pertrecharse en una suerte de esnobismo donde se anteponen unos ritmos a otros.

Otra gran incógnita es ese fenómeno de dejar de escuchar música nueva a partir de cierta edad. Según corrige el especialista, eso es algo íntimo, no generalizable: «Yo escucho música nueva todos los días y tengo 65 años. Los amantes de la música adoran explorar nuevos sonidos, y la humanidad es increíblemente prolífica en la creación de nueva música». Lo que sí comparte es el denominado efecto flashback, ese que te retrotrae a un momento concreto del pasado en cuando escuchas unas notas. «El paso de la infancia a la adultez siempre está acompañado por música, como todos los rituales. Esa música tiene un impacto profundo en nosotros porque con ella forjamos nuestra identidad», señala.

«Cuando la escuchamos 20 o 30 años después, nos trae recuerdos importantes sobre quiénes éramos y las batallas que libramos para construir nuestra identidad. Esto solo demuestra el poder y la importancia de la música en nuestras vidas», zanja Rochon. No hay una respuesta concreta sobre la relación que se establece entre unas melodías y nuestro ser o sobre por qué nos cobijamos en aquellos temas eternos de nuestra juventud, pero la conclusión es nítida: da igual si es rock, reguetón o una obra sagrada de piano, lo importante es dejarse abrigar por sus efectos. Que cualquier sonido nos cautive y nos sumerja en el encanto perpetuo de este lenguaje universal.

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