Opinión

Revoluciones, transiciones y reformas

Gema Martín Muñoz, directora general de Casa Árabe, reflexiona sobre la complejidad el nuevo tiempo histórico que se ha desencadenado tras el estallido de la Primavera Árabe.

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23
febrero
2012

Los países árabes están viviendo un proceso político-social que se caracteriza por un cambio generacional profundo en el que se está poniendo fin a la era poscolonial y abriendo un nuevo ciclo histórico cuyo nuevo orden está presidido por la consecución de los derechos ciudadanos y la legitimidad democrática.

Esa nueva generación (el 60% de la población árabe actual tiene menos de 20 años) ha sido el resultado de diversas «revoluciones silenciosas» en las que las mujeres han estado también muy involucradas (transición demográfica, urbanización, acceso intensivo a la educación, cambio social en el seno de la familia y de la estructura patriarcal, acceso a las nuevas tecnologías).

Todos esos profundos cambios y transformaciones han aportado conciencia política y ciudadana a esa nueva generación que, a la vez que se ha ido apropiando de la esfera pública, constataba su creciente marginación política, económica y social. Progresivamente se fue abriendo un profundo cisma entre las sociedades y los gobernantes. Toda una serie de movimientos sociales y huelgas desde 2008 anunciaban la intensidad de ese cisma.

Asimismo, desde la Guerra del Golfo en 1991 el orden internacional ha sido progresivamente hegemónico con respecto a esta región, en la que no sólo no se resolvían conflictos anclados en la historia (Palestina), sino que se abrían injustamente otros (Iraq). Las dependencias externas y la falta de capacidad de los gobiernos para defender los intereses regionales, ha ido también progresivamente minando la legitimidad y credibilidad de los regímenes en el poder.

Todo ello ha ido generando un intenso sentimiento de frustración ligado a una vivencia histórica poscolonial dominada por la impotencia y la desposesión. La gran parte de los ciudadanos árabes tienen una memoria colectiva muy consciente de pertenecer a una parte del mundo de inmensa relevancia (cuna de grandes civilizaciones, situación estratégica de gran valor geopolítico y acumulación en su suelo de las principales fuentes de hidrocarburos del mundo) que les debería dar influencia y bienestar, pero cuyos beneficios han quedado desde hace más de un siglo completamente fuera de su control.

En la alquimia de todos estos factores se encuentra la explicación de las revoluciones prodemocráticas actuales, en las que la recuperación de la dignidad como ciudadanos y el deseo de dirigir su propio destino y el de su rica territorialidad son un eje central.

Desde diciembre de 2010 se han ido sucediendo diversas revoluciones en Túnez, Egipto, Bahrein, Yemen, Libia, Siria, pero con contextos particulares y muy diversas evoluciones. El caso tunecino ha sido el más estructurado y rápido al pasar en menos de un año de una revolución a la elección de una Asamblea constitucional dando los primeros pasos de lo que se puede ya denominar una transición a la democracia. En Egipto esa transición aunque avanza se ve lastrada por el control del poder por parte de una junta militar que si bien favoreció la desaparición política de la cabeza del antiguo régimen, Hosni Mubarak, sigue muy vinculada a la cultura política y los privilegios que ese régimen les aportó. Por ello Egipto sigue en una dinámica entre revolución (las manifestaciones y reivindicaciones ciudadanas siguen expresando su desconfianza y desacuerdo con la lentitud e imperfección del proceso político) y transición (se han celebrado elecciones y formado la Asamblea constituyente).

La miopía occidental en sus apoyos a las dictaduras más represoras de esos partidos islamistas no ha sido una causa menor en el estallido de estas revoluciones.

La miopía occidental en sus apoyos a las dictaduras más represoras de esos partidos islamistas no ha sido una causa menor en el estallido de estas revoluciones.

En Libia, la revolución desembocó en conflicto bélico con intervención internacional y el país, cuya estructura institucional sumada a la necesidad de reconstrucción debe ser totalmente refundada, se encuentra liderado por un gobierno emanado del Consejo Nacional de Transición cuya inestabilidad se manifiesta a través de los enfrentamientos y luchas de poder entre los diferentes grupos regionales y militares que ganaron la guerra al régimen de Gaddafi, así como a través de las influencias y tensiones entre los diferentes países árabes y occidentales que desempeñaron un papel sustancial en dicha victoria y que apoyan uno u otro liderazgo.

Estas dificultades, sin duda presentes en el escenario libio, no van por ello a impedir la celebración de las próximas elecciones, momento a partir del cual comenzará la compleja transición a la democracia de Libia. En Siria, la revolución ciudadana se está enfrentando a un enrocamiento radical del régimen por sobrevivir a costa de no importa cuanta represión haya que invertir para ello. Nada indica que la contestación y las movilizaciones vayan a agotarse, la oposición se ha organizado en torno a tres principales plataformas, una de ellas armada, y el horizonte futuro juega en contra del régimen cada vez más aislado pero no por ello derrotado, y, por tanto, el proceso va a ser largo, complejo y violento.

Las presiones externas son firmes en la retórica pero prudentes en la acción (ya sea la Liga Árabe o la comunidad occidental). El escenario sirio no es el libio. Por un lado, porque el “momento libio” exigía una clara manifestación internacional a favor de las revoluciones árabes, toda vez que en el caso tunecino y egipcio se habían puesto en evidencia ciertas dudas y debilidades, cuando no en algún caso cierta esperanza a mantener el statu quo.

Por otro lado, el contexto geopolítico de Libia en el Magreb, más aislado y débil, no es el de Siria en Oriente Medio donde el régimen cuenta por el momento con apoyos de Hezbollah en Líbano y de Irán, y por tanto una intervención armada exterior puede desbordar las fronteras sirias y desestabilizar aún más la frágil región medio-oriental.

La región de la Península Arábiga, no se ha visto libre de revoluciones, en Bahrein y Yemen. La comunidad árabe e internacional ha pasado de puntillas el aplastamiento de la revolución bahreiní con intervención de tropas exteriores procedentes del Consejo de Cooperación del Golfo. Las claves son diferentes en este caso, y el miedo a que Irán pueda instrumentalizar a su favor la revolución (la inmensa mayoría de la población es shií) y la idea de que cualquier proceso democrático daría el gobierno a esa mayoría shií, es algo inaceptable para los gobiernos sunníes de la Península Arábiga. En Yemen, la aceptación finalmente del presidente Saleh de la Iniciativa del Golfo deja el escenario abierto a diversas evoluciones. Tanto podría ser el comienzo de un nuevo proceso que necesita profundizar en unas reglas democráticas que aún no están suficientemente presentes, como derivar de nuevo en la violencia y el enfrentamiento civil si no se dan visos de avanzar hacia la transición.

Otros países, como Marruecos y Jordania, que han ido desarrollando un sistema político donde los niveles de pluralidad y pluripartidismo alcanzan cotas muy superiores a los otros casos manifiestamente autocráticos y totalitarios derribados por las revoluciones, han optado por profundizar en la reforma para evitar la revolución. El caso más significativo es el marroquí donde la reforma constitucional aprobada el 1 de julio pasado ha instituido cambios de gran alcance y las elecciones del pasado 25 de noviembre han significado un cambio político de envergadura, llevando por primera vez al partido Justicia y Desarrollo (PJD) al gobierno. Estos son sin duda nuevos parámetros que alteran el statu quo precedente y anuncian que la profunda transformación generacional en marcha ya no puede ignorarse.

Si la transición democrática se conjuga con el éxito electoral de partidos islamistas, como se ha visto en Túnez, Egipto y Marruecos, es porque hoy día, y por razones en las que la miopía occidental en sus apoyos a las dictaduras más represoras de esos partidos islamistas no ha sido una causa menor, representan para la mayoría el cambio, la alternancia y la posibilidad de recuperar su soberanía frente al clientelismo exterior practicado por los viejos regímenes. Todo en esta región está sometido a cambio y renovación actualmente y los procesos van inevitablemente a ser diversos, largos y complejos.

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