Sangre, la historia de un fluir constante
El fluido que nos recorre se ha desarrollado durante cientos de miles de años hasta alcanzar su complejidad actual, explica Mar Gómez Glez en su nuevo libro.
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Este es un texto sobre la sangre, un líquido que nos repele y fascina al mismo tiempo. La niña que se quitaba las costras y chupaba las gotas que emergían de la piel es la misma adulta que gira la cabeza cuando tiene que enfrentarse a unos análisis. ¿Quién no conoce el sabor de su propia sangre? Las mujeres estamos acostumbradas a verla salir de nuestro cuerpo y, sin embargo, la menstruación es uno de los más antiguos tabúes. Podemos enviar cohetes a la luna, pero todavía no podemos reproducir sangre viable en un laboratorio. El fluido que nos recorre se ha desarrollado durante cientos de miles de años hasta alcanzar su complejidad actual, mucho antes de que el Homo sapiens apareciera sobre la tierra, aunque yo me centraré solo en la nuestra, en la humana. En la sangre y su marea corre la naturaleza salvaje. Ahora que la ciencia nos empuja a tomar una postura sobre las posibles formas de comercialización del cuerpo resulta imprescindible informarnos de lo que nos constituye.
La hemorragia es la causa de muerte evitable más común. Este líquido puede tumbarnos cuando fluye demasiado rápido o demasiado lento y puede atacarse a sí mismo. Es el órgano del que dependen todos los demás. La principal causa de muerte en el mundo es la cardiopatía isquémica, cuando no le llega suficiente sangre al corazón y este deja de irrigar al resto de los tejidos y células. Una neurona muere entre cinco y diez minutos después de quedar privada de oxígeno. No hay pensamiento sin sangre, ni tampoco palabras. En medio de la revolución digital nos recuerda que tenemos un cuerpo. Su naturaleza líquida, en perpetuo movimiento, se revela contra la apariencia de control que nos generan las máquinas. Aun con todo el nivel de desarrollo que hemos alcanzado necesitamos la presencia de nuestros semejantes. Puede que un ordenador sea capaz de pintar un cuadro o escribir un libro, pero no puede — al menos, no todavía— atender un accidente. Nuestro sistema circulatorio tiene mucho de mecánico. No acudimos a la inteligencia artificial para que nos arregle un váter y tampoco para que nos ponga una venda. Nos sustenta una red de tuberías por donde la sangre mueve todo lo necesario para la vida.
La sangre está presente en cada ser humano desde que nacemos. Lo que tiene de obvio esta frase hace que no pensemos en ella con frecuencia. El cuerpo no suele tomar relevancia hasta que algo desajusta el piloto automático con el que nos conducimos a diario. Eso me pasó hace un par de años, no solo en carne propia, sino también con personas muy cercanas, y despertó mi atención. La enfermedad, el accidente o el funcionamiento anormal del cuerpo nos arrastran a la duda de la propia existencia. Despiertan el problema de la identidad. El ego se rebela contra su dependencia. Somos un ser que se piensa, dice la filosofía védica. Hoy en día se habla mucho del poder de la mente. La mente o la actitud pueden cambiar tu cuerpo, pueden influir en tus enfermedades. No lo niego. Sin embargo, no por este motivo debemos perder de vista que la enfermedad o los cambios que se producen en nuestro cuerpo por el paso del tiempo o las experiencias vividas también modifican nuestra conducta. ¿Quién no se ha enfadado irracionalmente por tener la glucosa baja en sangre?
Al darme cuenta de que la mayoría de las enfermedades o las anomalías que me rodeaban — y en gran medida todavía lo hacen— tenían que ver con la sangre, me decidí a investigar. Quería conocer su funcionamiento más allá de las nociones básicas sobre los glóbulos rojos o los leucocitos. Empezó como algo personal, para mejorar mi propio estado de salud y ser más consciente de lo que me afectaba. Imagino que como muchas y muchos lectores tras la pandemia aprendí a hacer test básicos de antígenos o a calcular mi nivel de oxígeno en sangre. Enseguida me inundó la evidencia de que el interés por la sangre iba más allá de lo biológico. Mi formación en sociología y mi pasado periodístico me predispusieron a indagar sobre las consecuencias históricas y sociales que la ciencia, la protociencia y las creencias han atribuido a este líquido. Como escritora, me cautivaron las asombrosas historias y los insólitos personajes que aparecieron en el viaje. No podía parar. La admiración y el horror tomaban turnos. Nada hay más humano que la sangre. Nada más detestable, nada más magnífico. Esta paradoja ha sido en gran parte el motor que trasformó la obsesión en libro. Adentrarse en la sangre es adentrarse en la crueldad, pero también en el milagro. En la sangre y su historia están inscritas las luces y las sombras de la humanidad.
Este texto es un fragmento del libro ‘Sangre‘ (Ariel, 2025), de Mar Gómez Glez.
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