Robots contra la soledad no deseada
¿Puede un robot ser mi amigo?
Los robots empiezan a colarse en hospitales, escuelas, casas de mayores y residencias con un propósito muy específico: acompañar a perfiles vulnerables que se sienten solos. ¿Puede un confidente artificial aliviar el deseo de conexión que tiene todo ser humano?
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«La soledad es muy hermosa… cuando se tiene a alguien a quien decírselo», afirmaba el poeta Gustavo Adolfo Bécquer. A la soledad se le han atribuido bondades de tinte romántico: los viajes en solitario de autoconocimiento, los retiros monásticos, los aislamientos ermitaños en pos de una sabiduría superior.
Sin embargo, la soledad no deseada es un espacio difícil de habitar. Cuando la soledad no es abrazada, sino impuesta por un conjunto de circunstancias que escapan a la voluntad, la persona no vive una pacífica solitud, sino un auténtico desamparo.
Este fenómeno afecta a un el 20% de las personas en España, sobre todo a jóvenes y a mayores de 75 años, según datos del Observatorio Estatal para la Soledad No Deseada. Un reto a nivel individual y social, puesto que los estudios revelan que esta situación constituye un factor de riesgo para la salud mental y física.
Frente a este desafío, ¿y si el confidente que Bécquer creía que todos necesitamos fuera un robot? ¿Es capaz de paliar el vacío existencial que provoca la soledad? ¿Podría este compañero artificial llegar a sustituir a la interacción humana? ¿Se debe invertir en estas tecnologías o es una manera de eludir la responsabilidad de cuidados hacia el más vulnerable?
Son muchos los interrogantes que despierta el uso de robots, ya no solo de servicio, sino para acompañar a las personas. Una tendencia en auge, especialmente para llenar las largas horas que muchos mayores pasan sin compañía.
¿Es capaz un robot de paliar el vacío existencial que provoca la soledad?
Quizá la primera gran cuestión es la eficacia de los robots para aliviar la soledad. Los estudios al respecto ofrecen datos que sugieren una cierta capacidad para reducir los sentimientos de aislamiento, pero no en todos los casos y nunca una eficacia mayor que la compañía humana.
Los robots de compañía dotados de inteligencia artificial podrían algún día ayudar a paliar la epidemia de soledad, sugiere un informe de las universidades de Auckland, Duke y Cornell publicado en 2023. Sin embargo, «ahora mismo, todas las pruebas apuntan a que tener un amigo de verdad es la mejor solución», afirma Murali Doraiswamy, catedrático de Psiquiatría y Geriatría de la Universidad de Duke.
Una investigación de Harvard Business School, que llevó a cabo seis estudios para evaluar el impacto que tenía el uso de inteligencia artificial en la sensación de soledad de los usuarios, concluyó que puede llegar a reducirla considerablemente. La clave para la eficacia, sugieren los investigadores, es la capacidad de transmitir una actitud de escucha. Sin embargo, esto presenta una gran duda ética: ¿es moralmente permisible aliviar la soledad generando una sensación de comprensión y empatía por una máquina que carece de esas cualidades tan intrínsecamente humanas?
Tal y como cuestiona el filósofo Robert Sparrow en el ensayo The March of the Robot Dogs, en el que criticaba el uso de mascotas robots, «para que un individuo se beneficie significativamente de una mascota robot, debe engañarse sistemáticamente sobre la naturaleza real de su relación con el animal. Eso requiere de un sentimentalismo moralmente deplorable. Recrearse en tal sentimentalismo viola el deber que tenemos de aprehender el mundo con precisión».
Además, otras investigaciones advierten de que el contacto continuado con robots sociables provoca un declive en el deseo de interaccionar con otras personas. Así lo recoge la psicológa Sherry Turkle en su libro Alone Together: Why We Expect More from Technology and Less from Each Other, en el que asegura que depender de objetos inanimados para la interacción social podría tener efectos negativos en nuestra capacidad para conectar con otros seres humanos.
Depender de objetos inanimados para la interacción social podría provocar un declive en el deseo de interaccionar con otras personas
En definitiva, el remedio podría llegar a ser peor que la enfermedad. Los investigadores de la Universidad de Barcelona Núria Vallès-Peris y Miquel Domènech señalan en su artículo Robots para los cuidados. La ética de la acción mesurada frente a la incertidumbre los principales riesgos éticos que entrañan los robots acompañantes. Destacan el peligro de que los ancianos y los niños no distingan la naturaleza artificial del robot y desarrollen vínculos emocionales, los efectos perjudiciales que conlleva la privación de atención humana y los desafíos en cuanto a la privacidad y la protección de los datos.
Sí para reforzar la conexión humana y el cuidado, no para sustituirlo
Los datos del Observatorio Estatal para la Soledad no Deseada señalan que «el 50,1% de la población española piensa que la tecnología ayuda a que las personas se sientan más y mejor acompañadas y el 82,15% que es una herramienta de conexión social cuando estimula el establecimiento de relaciones fuera de internet».
Por ejemplo, los robots contra la soledad también están siendo utilizados para que los niños con enfermedades crónicas puedan acudir a clase manera virtual y no pierdan el contacto con sus compañeros. Una forma de afirmar la presencia de otro ser humano en una situación de aislamiento en vez de sustituirla.
El 50,1% de la población española piensa que la tecnología ayuda a que las personas se sientan más acompañadas
Porque, si la mejor opción es posible, es una legítima duda preguntarse por qué invertir en otras opciones que no solo no son igual de eficaces, sino que pueden empeorar la soledad e iniciar el camino hacia una pendiente resbaladiza y desconocida.
Una pendiente que describe Sherry Turkle en un artículo en el que advierte contra la seducción de las máquinas: «Abrumados, nos hemos visto atraídos por conexiones mediadas tecnológicamente que parecen de bajo riesgo, siempre a mano. Si la comodidad y el control siguen siendo los valores que primamos, nos veremos tentados por robots sociables que, al igual que las máquinas tragaperras atraen al jugador, nos prometen emoción programada, lo justo para mantenernos en el juego. Iniciamos un camino de sustitución con la idea de que la tecnología proporciona alternativas que son mejores que nada. Luego pensamos que quizá la tecnología sea mejor que algunas de las conexiones humanas disponibles. Por último, jugamos con la idea de que la tecnología podría ser mejor que cualquier conexión humana. De mejor que nada a simplemente mejor».
En definitiva, es un equilibrio difícil de conseguir, pero quizá para alcanzarlo basta con partir de una premisa muy simple: no dejar nunca fuera de la ecuación la necesidad que un ser humano tiene de otro ser humano.
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