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Qué tienen en común las teorías de la conspiración: del 11M al atentado de Barcelona

Las teorías de la conspiración prosperan porque cumplen funciones psicológicas y sociales muy eficaces. Ofrecen explicaciones sencillas a sucesos dolorosos o caóticos, refuerzan la identidad de grupo y permiten desplazar la culpa hacia un enemigo externo.

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29
septiembre
2025

Las teorías de la conspiración no son un fenómeno marginal ni anecdótico. En España, desde los años setenta hasta hoy, cada gran episodio de terrorismo ha estado acompañado de relatos alternativos que ponen en duda la versión oficial. Estos discursos, lejos de quedarse en círculos reducidos, se mueven en las redes sociales, pódcast, medios de comunicación y debates políticos, alcanzando a millones de personas.

Un ejemplo reciente lo encontramos en la entrevista que el youtuber Jordi Wild hizo al excomisario José Manuel Villarejo en 2024, que superó los tres millones de visualizaciones. En ella, Villarejo sugirió la implicación de la CIA y de sectores del franquismo en el asesinato del presidente del gobierno español Carrero Blanco (1973), y señaló a los servicios secretos marroquíes y franceses en los atentados del 11M. Más allá de sus palabras, lo más revelador fueron los comentarios del vídeo: miles de usuarios discutiendo con vehemencia, prueba del atractivo y persistencia de este tipo de narrativas.

Algo parecido ocurre con los atentados yihadistas de Barcelona en 2017. ERC y Junts han reclamado la desclasificación de documentos del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), bajo la sospecha –alentada también por Villarejo– de que los servicios secretos conocían los planes de los terroristas de Ripoll y permitieron que actuaran para dar un «susto» al independentismo catalán. Aunque carezca de pruebas sólidas, esta teoría muestra cómo las conspiraciones logran impacto político real.

Qué caracteriza a una teoría de la conspiración

Aunque cambien los protagonistas o el contexto histórico, todas las teorías de la conspiración funcionan con los mismos ingredientes:

  • Un complot oculto: siempre hay un grupo todopoderoso –el Estado, una multinacional, los servicios secretos o una élite económica– que mueve los hilos en la sombra.
  • La lógica circular: la ausencia de pruebas no se interpreta como una debilidad, sino como la confirmación de que la trama existe y se ha ocultado con éxito.
  • Nada es casualidad: cada acontecimiento forma parte de un plan más amplio, conectado con otros episodios aparentemente independientes.
  • La manipulación de datos: se tergiversan hechos, se inventan pruebas o se repiten rumores hasta que parecen ciertos.
  • El atractivo sensacionalista: ofrecen un relato emocionante, alternativo a la versión oficial, con gran capacidad de difusión gracias a los medios y, hoy en día, a las redes sociales.

 

Estos elementos convierten a las teorías conspirativas en narrativas muy persuasivas: simplifican lo complejo, ofrecen certezas en momentos de incertidumbre y se apoyan en la desconfianza hacia las instituciones.

De Carrero Blanco a Barcelona

En España, a lo largo de las últimas décadas, encontramos múltiples ejemplos de estas conspiraciones:

  • El asesinato de Carrero Blanco (1973): oficialmente atribuido a ETA, pronto se rodeó de teorías que señalaban a la CIA, la URSS o incluso a sectores del franquismo.
  • El incendio del Hotel Corona de Aragón (1979): con 83 muertos, se convirtió en un terreno fértil para hipótesis sobre ETA, el FRAP o la extrema derecha.
  • La campaña de ETA contra el narcotráfico en los años ochenta: la organización terrorista sostuvo que el Estado intoxicaba con heroína a la juventud vasca, una narrativa asumida en su entorno político y mediático.
  • Los atentados del 11M (2004): pese a la autoría probada de Al Qaeda, una parte de la derecha política y mediática alimentó teorías alternativas que aún hoy circulan que también los vinculaban a ETA.
  • Los atentados de Barcelona (2017): la idea de que el CNI conocía y toleró los planes de la célula yihadista de Ripoll se ha convertido en un relato recurrente en medios, debates parlamentarios y redes sociales, a pesar de no contar con evidencias.

Cada uno de estos casos muestra cómo las conspiraciones sobreviven al paso del tiempo, incluso frente a sentencias judiciales firmes o evidencias históricas.

Por qué funcionan

Las teorías de la conspiración prosperan porque cumplen funciones psicológicas y sociales muy eficaces. Ofrecen explicaciones sencillas a sucesos dolorosos o caóticos, refuerzan la identidad de grupo y permiten desplazar la culpa hacia un enemigo externo. En ocasiones, incluso convierten a determinados personajes en héroes o profetas que denuncian los supuestos complots.

En la actualidad, además, las redes sociales multiplican su impacto. Plataformas como YouTube, Telegram, X o Forocoches permiten que cualquier individuo pueda difundir un relato alternativo con el mismo alcance que un gran medio de comunicación. De hecho, una simple búsqueda en Google sobre cualquiera de los casos mencionados devuelve antes las versiones conspirativas que los análisis académicos.

El reto para la democracia

Las teorías de la conspiración tienen consecuencias reales: erosionan la confianza en las instituciones, dificultan la convivencia democrática y, en ocasiones, alimentan la polarización y la violencia. En el caso del terrorismo, se convierten en un recurso político poderoso para movilizar emociones y reforzar identidades, aunque se basen en datos falsos o tergiversados.

Ninguna de las conspiraciones en torno al terrorismo en España ha presentado pruebas sólidas

Por eso es esencial que universidades, investigadores y medios adopten un papel más activo en desmontar estos relatos. Los historiadores, en particular, debemos salir de los límites del ámbito académico y aprovechar también los espacios digitales para explicar con claridad qué sabemos y qué no sabemos sobre nuestro pasado reciente.

Ninguna de las conspiraciones en torno al terrorismo en España ha presentado pruebas sólidas. Todas se sostienen en la falacia de que la ausencia de evidencias es en realidad la mayor prueba de la trama. Su atractivo reside en que convierten la duda y la desconfianza en un relato emocionante, donde nada es casualidad y todo forma parte de un plan secreto.

Frente a ellas, la única respuesta posible es más investigación, más divulgación y más pensamiento crítico. Entender cómo funcionan las teorías de la conspiración no solo ayuda a combatir la desinformación: es también una tarea esencial para proteger la calidad de nuestra democracia.


Pablo García Varela es investigador de Ciencias Sociales, Universidade de Vigo. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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