Siglo XXI

¿Por qué triunfan tanto las teorías de la conspiración?

A veces, resultan irresistibles de creer. Presión de grupo o necesidad de encontrar lógica en el mundo: esto es lo que lleva a que el cerebro humano acepte las conspiraciones.

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29
marzo
2023

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Si algo nos ha dejado la pandemia  son teorías de la conspiración: que si el covid-19 era culpa del 5G, que si a través de la vacuna nos iban a poner un microchip para que nos controlase Bill Gates… Y, si no fuese suficiente el complot coronavírico, llegó Filomena y unos cuántos se aventuraron a decir que no era nieve, sino bolitas de plástico.

Aunque muchos miren a los conspiranoicos desde su atalaya de todosapiencia, lo cierto es que como sociedad nos encantan las teorías de la conspiración. Si hay una que ha encandilado a todo el planeta, es la de que los estadounidenses nunca aterrizaron en la Luna y las imágenes que vimos fueron grabadas en un set de rodaje bajo la dirección de Stanley Kubrick.

A pesar de que las teorías de la conspiración son fáciles de desmontar –incluso hay una explicación a por qué la bandera de los EEUU ondeaba en la luna–, todas ellas consiguen un grupo de adeptos entre las que triunfan. De la mano de Mark Lorch, profesor de Comunicación Científica y Química de la Universidad de Hull (Inglaterra), vamos a analizar por qué la gente cree en las teorías de la conspiración.

Un cerebro irracional y la presión de grupo

Nuestros cerebros racionales están equipados con un cableado evolutivo no tan evolucionado. «Una de las razones por las que las teorías de la conspiración surgen con tanta regularidad se debe a nuestro deseo de imponer una estructura al mundo y nuestra increíble capacidad para reconocer patrones», explica Lorch. Esto nos lleva a encontrar patrones que justifiquen la relación entre el 5G y el covid o que las vacunas generan autismo, aunque sea completamente mentira. De hecho, un estudio reciente mostró una correlación entre la necesidad de estructura de un individuo y la tendencia a creer en una teoría de la conspiración.

Cuantas más personas crean una información, es más probable que la aceptemos como cierta

Por otro lado, el profesor universitario apunta a la presión de grupo: «Somos animales sociales y nuestro estatus en esa sociedad es mucho más importante (desde un punto de vista evolutivo) que tener razón. En consecuencia, comparamos constantemente nuestras acciones y creencias con las de nuestros compañeros y luego las modificamos para que encajen. Esto significa que si nuestro grupo social cree en algo, es más probable que sigamos a la manada». Cabe destacar el análisis que confirma que cuantas más personas crean una información, es más probable que la aceptemos como cierta. Y si a través de nuestro grupo social estamos demasiado expuestos a una idea en particular, entonces cualquier idea se puede meter de lleno en nuestra visión del mundo.

Cómo frenar las teorías de la conspiración

El fuerte arraigo de algunas teorías de la conspiración hace que pueda ser muy difícil sacarlas de la cabeza de la gente. Lorch aporta varios consejos para lograr que la gente deseche las ideas irracionales.

De entrada, es necesaria una alfabetización científica, que tendrá un efecto a largo plazo. «Con esto no me refiero a una familiaridad con hechos, cifras y técnicas científicas. En cambio, lo que se necesita es alfabetización en el método científico, como el pensamiento analítico», apunta el experto. De hecho, los estudios muestran que descartar las teorías de la conspiración se asocia con un pensamiento más analítico.

Hasta que la educación científica cale realmente en la sociedad, el profesor universitario recomienda ignorar los mitos, «ni siquiera mencionarlos o reconocerlos». Lorch señala que,  en una conversación de este tipo, solo se deben mencionar los puntos clave de la verdad científica, como que las vacunas son seguras y reducen las posibilidades de contraer la gripe entre un 50% y un 60%, y «punto final». «No se deben mencionar los conceptos erróneos, ya que tienden a recordarse mejor», apunta. Asimismo, recomienda no desafiar la visión del mundo de la otra parte, sino «ofrecer explicaciones que concuerden con sus creencias preexistentes».

Su última sugerencia es que en lugar de aportar datos a mansalva, se den los argumentos contando una historia. Los análisis confirman que la gente se involucra mucho más con las narraciones que con los diálogos argumentativos o descriptivos. «Las historias vinculan causa y efecto, haciendo que las conclusiones que quieres presentar parezcan casi inevitables», concluye el profesor universitario.

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