¿Qué es la intuición?
¿Un sexto sentido que ayuda a abrirse paso en la vida o un sesgo cognitivo que refuerza los prejuicios? La intuición forma parte de la experiencia humana y es tan importante saber cuándo descartarla como saber cuándo seguirla.
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Hay un cierto sexto sentido cotidiano que permite saber cuándo un familiar ha tenido un mal día, distinguir si el llanto de un bebé es de hambre o de dolor o discernir si es un buen momento para pedir un aumento de sueldo o mejor esperar a la semana que viene.
Esta intuición no se puede explicar más que con un encogimiento de hombros y un sobrio: «simplemente, lo sé».
Es también el mecanismo que se pone en marcha, por ejemplo, entre quien ha pasado muchas horas de su vida entre los fogones y ha desarrollado un ojo experto que no sabe transmitir con instrucciones precisas, sino con consejos del tipo «pochas la cebolla hasta que pierda el orgullo» o «cuando veas que está, bajas el fuego».
¿Qué quiere decir eso realmente? ¿Qué significa que la cebolla pierda el orgullo? El que lo recomienda lo sabe exactamente, pero no sabe explicarlo. Y produce en el ajeno una desesperación similar a la que sufre el fiel Watson cuando Sherlock Holmes detecta cosas que a él se le escapan.
«Las intuiciones no deben ignorarse, John. Representan datos procesados demasiado rápido para que la mente consciente pueda comprenderlos», advierte el Sherlock Holmes de la cuarta temporada de la serie Sherlock a su compañero.
¿Es la intuición una fuente natural de conocimiento?
Lo cierto es que, a pesar del consejo de Holmes, la intuición a veces sí que debe ignorarse, porque muchas veces es más bien un prejuicio o un sesgo cognitivo.
Los profesores de filosofía Ellie Anderson y David Peña-Guzmán discuten la idea extendida de que no fiarse de la intuición fomenta la duda en uno mismo. «Deberíamos entender que no tenemos que fiarnos de todo lo que sentimos», afirman de manera rotunda y explican que, por ejemplo, una mujer que se agarra a su bolso cuando una persona negra entra en el ascensor no está utilizando la intuición, sino siendo víctima de un recelo aprendido inconscientemente.
La intuición es, en ocasiones, más bien un prejuicio o un sesgo cognitivo
Anderson y Peña-Guzmán critican el papel central que René Descartes le da a la intuición dentro de su teoría del conocimiento. Para él, la intuición no es un presentimiento vago ni una corazonada, sino un acto claro y evidente de la razón. Los filósofos reivindican más bien la crítica de Gaston Bachelard, fuertemente contrario a la idea de que la intuición sirve al conocimiento científico.
«Si educas a un niño para que tenga la expectativa de que las cosas funcionan como ellos intuyen, se acabarán frustrando en áreas como las matemáticas», advierte Anderson. Al fin y al cabo, no hay nada de intuitivo en la trigonometría.
Qué es realmente la intuición
Sin embargo, no está todo perdido para la intuición que, como dice Sherlock Holmes, tiene un papel y puede ser útil en contextos concretos. Quizá la definición que genera más consenso es la que describe la intuición como «un proceso basado en la experiencia que genera una inclinación espontánea hacia una corazonada o hipótesis».
En ese sentido, «la intuición suele operar como un juicio informado dentro del contexto del descubrimiento, guiando a las personas desde un reconocimiento tácito de coherencia hasta percepciones explícitas. Esto sugiere, más que una dicotomía, la existencia de un continuo entre los procesos inconscientes y los conscientes».
La intuición, según Joel Pearson, es aprendida, productiva y está basada en información consciente
El psicólogo Joel Pearson, autor del libro Intuition, ofrece tres componentes clave de la intuición: es aprendida, es productiva y está basada en información inconsciente.
Es decir, la intuición puede florecer en contextos de ambigüedad informativa, pero esto no quiere decir que no esté fundamentada. Es más bien la manera en la que la inteligencia ha aprendido a reconocer patrones y a optimizar el procesamiento de los datos.
Como decía John Stuart Mill, todas las verdades intuitivas son generalizaciones de experiencias pasadas. Pero esas generalizaciones, si están hechas por expertos en un tema concreto, pueden ser de incalculable valor.
Es el ojo clínico de una enfermera que es capaz de detectar que al paciente le pasa algo distinto al diagnóstico inicial ofrecido, la mirada entrenada de un profesor que sabe distinguir entre una respuesta de examen copiada y una original, el tasador de arte que caza una falsificación al vuelo. Así que, si bien no se deberían seguir todas las intuiciones, sí que podemos fiarnos de nosotros mismos y dar el salto de fe cuando se trata de un campo que dominamos.
En Cómo pensar como Sherlock Holmes, la psicóloga Maria Konnikova reivindica el cimiento tan seguro que tienen las mejores intuiciones: «Por pura fuerza de voluntad y de hábito [Sherlock] ha conseguido que sus juicios instantáneos cedan ante una forma de pensar más reflexiva. Y al contar con esta base tan sólida, solo tarda unos segundos en completar sus observaciones iniciales sobre Watson. Por eso Holmes lo llama intuición. Pero la intuición precisa que posee Holmes se basa necesariamente en horas y más horas de práctica».
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