TENDENCIAS
Advertisement
Sociedad

¿Por qué diciembre te hace sentir triste?

Diciembre tiene fama de mes mágico, entrañable, lleno de luces, reencuentros y buenos deseos. Pero la realidad es que, para muchas personas, diciembre es una tortura emocional. Una carga. Un mes donde todo lo que se siente parece doler más.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
11
diciembre
2025

Diciembre tiene fama de mes mágico, entrañable, lleno de luces, reencuentros y buenos deseos. Pero la realidad es que, para muchas personas, diciembre es una tortura emocional. Una carga. Un mes donde todo lo que se siente parece doler más.

Y no es casualidad.

No hablamos de depresión navideña como si fuera una rareza clínica. Hablamos de un estado emocional frecuente y, muchas veces, silenciado. Porque, claro, ¿cómo vas a decir que estás triste si todo el mundo está brindando, sonriendo, publicando fotos bonitas y deseando felicidad en mayúsculas?

Pero lo cierto es que diciembre arrastra consigo una combinación explosiva: nostalgia, expectativas infladas, agotamiento acumulado, ruido emocional y una dosis generosa de positividad tóxica.

Vamos por partes.

Diciembre arrastra consigo una combinación explosiva: nostalgia, expectativas infladas, agotamiento acumulado…

Primero, la nostalgia. Diciembre es el mes del recuerdo. Nos empuja a mirar atrás. A hacer balance. A repasar todo lo que pasó (o no pasó) durante el año. Y muchas veces, lo que encontramos no es precisamente inspiración. Es vacío, decepción, pérdidas, cosas pendientes.

A esto se suma el recuerdo de quienes ya no están. Las personas que formaban parte de nuestras Navidades y que ahora solo viven en la memoria. Una silla vacía en la mesa puede pesar más que todo el menú. Y cada canción navideña que suena en la radio puede ser una puñalada si te conecta con un momento del pasado que ya no existe.

La segunda capa del problema son las expectativas. La Navidad viene cargada de guiones que parecen escritos por un publicista: familia feliz, brindis emotivos, regalos con un lazo perfecto, reconciliaciones a última hora. La vida real, en cambio, va por otro lado. Hay tensiones familiares, discusiones pasadas que no se han resuelto, vínculos rotos, distancias emocionales.

Y cuando la realidad no encaja con el guion, aparece la frustración. La sensación de que algo falla. Y como suele pasar, asumimos que el problema somos nosotros. Que deberíamos estar disfrutando, pero no lo estamos. Que deberíamos agradecer, pero nos cuesta. Que algo en nuestra forma de sentir está mal.

Aquí entra en escena la positividad tóxica. Esa idea de que hay que mirar siempre el lado bueno, que todo tiene una lección, que si estás mal es porque no te estás enfocando bien. Este discurso, aunque disfrazado de buenas intenciones, puede hacer mucho daño. Porque convierte el malestar legítimo en un fallo personal. Y porque invalida emociones que son completamente humanas.

Estar triste en diciembre no es un error. Es una respuesta lógica a un contexto emocionalmente cargado. Es normal sentir nostalgia. Es normal sentir que el cuerpo no da más. Es normal sentirse fuera de lugar cuando todos parecen celebrar algo que tú no estás sintiendo.

Además, no podemos olvidar que diciembre también arrastra agotamiento. No solo físico, también mental. Venimos de meses de trabajo, estrés, incertidumbre, crisis varias. Y de pronto, en lugar de parar, el calendario nos lanza a una maratón de compromisos sociales, compras, cenas, regalos, balances y propósitos de año nuevo. Todo concentrado en tres semanas. Todo con prisa. Todo con presión.

Y en medio de todo eso, hay que «estar bien».

Lo que más cuesta aceptar es que la tristeza en diciembre no se puede maquillar con espumillón. Que no se va con un brindis. Que no se tapa con un post en redes sociales. La tristeza necesita espacio. Necesita ser nombrada, sentida, aceptada.

Detrás de cada foto, de cada mensaje, puede haber cansancio, conflictos y vacíos que no se ven

Negarla solo la hace más ruidosa.

No se trata de hundirse en la melancolía ni de declarar la guerra a la Navidad. Se trata de permitirnos vivirla desde donde estemos. Con lo que tengamos. Con la honestidad suficiente para decir: esto es lo que hay este año. Sin fingir. Sin forzar.

También es necesario hablar de la comparación constante. Diciembre es, además, un escaparate. Todo el mundo parece más feliz, más acompañado, más exitoso, más luminoso. Pero esa versión que vemos es una postal. Y detrás de cada cena, de cada foto, de cada mensaje, puede haber cansancio, conflictos y vacíos que no se ven.

Por eso, tal vez la mejor forma de sobrevivir a diciembre no sea intentar encajar en la fiesta general, sino aprender a sostenerse en medio de la diferencia. A decir «no me siento bien» sin culpa. A no ceder ante la obligación de disfrutar. A aceptar que estar un poco roto también forma parte del cierre del año.

Y si hay algo que sí podemos hacer, es rebajar el listón. No exigirnos alegría, sino presencia. No forzarnos a celebrar, sino elegir cómo queremos vivir estas fechas, aunque sea en modo mínimo. Aunque solo sea respirando y pasando el día sin daño.

Porque no hay una única forma de pasar diciembre.

Y si para ti es un mes difícil, mereces poder decirlo sin sentir que estás estropeando la fiesta a los demás.

Ser consciente de todo esto no es pesimismo. Es salud mental. Es aprender a vivir una Navidad más real. Más honesta. Más humana. Incluso si eso significa, este año, simplemente sobrevivirla.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

La vida que no fue

Marina Pinilla

¿Qué es, en realidad, nuestra vida? ¿Y si lo que un pasado vivimos no es lo que hoy recordamos?

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME