Sociedad

La vida que no fue

Construir nuestra autobiografía no es un proceso pasivo. Nos marcan el camino las emociones y expectativas previas, dando lugar a una versión filtrada (y quizá no muy certera) de la realidad. Pero ¿qué es nuestra vida, lo que en un pasado experimentamos o lo que a día de hoy recordamos?

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30
agosto
2022

Decía Gabriel García Márquez que «la vida no es como fue, sino como se recuerda». La evidencia psicológica confirma lo que el poeta planteaba: nuestro cerebro tiñe el pasado de un hermoso tono sepia, pero la realidad es tan diferente de los recuerdos como puede serlo de la ficción.

Lo cierto es que tu primer amor no fue un cuento de hadas. Discutíais, había celos y juraste y perjuraste que no volverías a enamorarte nunca más, pero ahora has construido una edulcorada visión de la realidad. Lo mismo ocurre con los veranos en el pueblo; «por entonces no había preocupaciones», te repites cada mañana. Claro que las había. Y te sentías solo y odiabas a tus padres por obligarte a huir de la ciudad, y te enfadabas con tus abuelos cuando te dejaban en ridículo delante de la persona que te gustaba. Ahora, sin embargo, la nostalgia ha transformado aquellas vivencias.

¿Por qué recordamos a los muertos como seres de luz? ¿Por qué idealizamos la pérdida de la virginidad? ¿Por qué demonizamos a quienes nos hicieron daño? ¿Por qué endiosamos a personas que nos dieron más amarguras que alegrías? Porque nuestra autobiografía está supeditada a la interpretación que hacemos de la realidad, un proceso sujeto a numerosos sesgos cognitivos.

El llamado ‘efecto Zeigarnik’ nos hace memorizar con más firmeza las tareas incompletas y crear predicciones de esas vidas paralelas que podríamos haber tenido de haberlas completado

El primero y más importante es el sesgo de la memoria adaptativa, según el cual tendemos a comparar los recuerdos con otros más recientes, pero de características similares, para asignarles un valor. Por ejemplo, si preguntas a ese amigo que acaba de divorciarse acerca de su relación, te dirá sin pensar que era «horrorosa», que «siempre había discusiones y dramas». Quizá los últimos meses sí fueron conflictivos, pero en el cómputo general de recuerdos, habrá numerosas vivencias alegres que está pasando por alto porque la ruptura le ha dejado un amargo sabor de boca. Este error mental tan característico nos permite dar continuidad a nuestra historia, pero debemos ser conscientes de que no siempre va a ser fiel a la realidad. Como si de un puzzle incompleto se tratase, a veces colocaremos piezas que no terminan de encajar, pero que nos ayudan a lidiar con la ambigüedad de los recuerdos. 

Otra distorsión cognitiva muy habitual es el llamado ‘efecto Zeigarnik’, que nos hace memorizar con más firmeza las tareas incompletas. Si algo termina de forma brusca se adhiere a tu memoria como un recordatorio constante de lo que pudo ser y no fue; por ejemplo, un amor no correspondido, el grado universitario que no llegaste a terminar o una oposición que acabaste dejando de lado.

A menudo tenemos una visión deformada y maniqueísta de nuestros recuerdos porque los almacenamos erróneamente

Así, para dar coherencia a nuestra autobiografía y luchar contra la incertidumbre que genera el «y si…», solemos crear predicciones de esas vidas paralelas, pero el resultado es siempre peor que nuestra versión actual. En otras palabras: el amor platónico habría sido tóxico, estarías en paro si hubieses estudiado aquella carrera y serías un funcionario infeliz de haber aprobado la oposición. Probablemente no sea cierto, pero creerlo a pies juntillas nos aporta una agradable sensación de confianza en nuestras decisiones.

Sin embargo, los sesgos no actúan solamente a la hora de recordar el pasado, sino que también son frecuentes en el momento en el que estamos procesando el presente. A menudo tenemos una visión deformada y maniqueísta de nuestros recuerdos porque los almacenamos erróneamente. Esto es lo que sucede cuando somos víctima del sesgo de la positividad, que nos hace evaluar a las personas o experiencias de forma más favorable de lo que merecen, y el sesgo de la figura y fondo, que nos lleva a demonizar un suceso por completo en cuanto aparece un pequeño atributo negativo.

¿Cómo evitar idealizar el pasado o, en el lado opuesto, devaluar experiencias que no fueron tan malas? Dedicando tiempo a recordar. Normalmente, nuestras memorias aparecen como estrellas fugaces. Ni les prestamos atención, ni intentamos focalizarnos en lo que sucedió antes o después de aquel momento concreto. Reflexionar sobre vivencias pasadas es la mejor estrategia para que sean más realistas. Pero ¿realmente hace falta que todos nuestros recuerdos hagan honor a la verdad? A veces, y solo a veces, necesitamos dejar espacio a la romantización. Almacenamos en nuestra memoria tantas anécdotas desagradables, críticas que hicieron mella en nuestra autoestima o relaciones que nos rompieron en mil pedazos, que idealizar lo que fue mediocre resulta esperanzador.

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