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No nos quieren libres ni vivas

En esta sociedad infoxicada en la que un escándalo supera a otro a velocidad de vértigo, el espacio para la indignación se llena y se vacía tan rápido que la dimisión por incompetencia tiene tanto realismo como un animal mitológico.

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10
octubre
2025

Contaba Maquiavelo en El Príncipe que, en política, quien sobrevive no es el que nunca yerra, sino el que admite los errores y rectifica. Pero lo cierto es que, mientras usted lee estas líneas, nadie habrá dimitido tras entonar un mea culpa público por las deficientes pulseras antimaltrato para mujeres que dos gobiernos progresistas, dos, han encargado a dos empresas privadas, dos.

La ministra de Igualdad, Ana Redondo, sobrevive –si entendemos por supervivencia mantenerse en el cargo–. Lo hace a pesar de que la realidad se empeña en arruinarle el relato que, inmoralmente, se obstina en defender públicamente.

En esta sociedad infoxicada en la que un escándalo supera a otro a velocidad de vértigo, el espacio para la indignación se llena y se vacía tan rápido que la dimisión por incompetencia tiene tanto realismo como un animal mitológico. Para qué dimitir si mañana habrá otro en la picota por una ineptitud igual o mayor que la de este momento.

En esta sociedad infoxicada, el espacio para la indignación se llena y se vacía tan rápido que la dimisión por incompetencia es un animal mitológico

Y así, agarrada al sillón, una ministra de Igualdad negligente ha sorteado la tormenta porque ha llegado una consejera de salud a sustituirla en el vórtice de la tormenta, en definitiva, a tenderle un capote involuntario.

Pongamos que una mujer ha denunciado a su agresor. Pongamos que un juez ha decidido que ese infraser no pueda acercarse a ella. Pongamos que hay un dispositivo que alerta de que eso no se cumpla. Pongamos que hay un ministerio que se enorgullece de defender a las víctimas. Pongamos que ese mismo ministerio, progresista, decida encargarle ese servicio, más baratito, a una empresa privada. Pongamos que esa empresa privada no pueda acceder a los datos de los infraseres que llevan ese dispositivo. Pongamos que las víctimas se encuentren con ellos frente a frente. Pongamos que las mujeres, los abogados, los jueces y los picoletos lo denuncien. Pongamos que, a pesar de todo lo anterior, no pasa absolutamente nada.

Esta sociedad adormilada ni siquiera despega un ojo ante semejante sinvergonzonería. No se agita ante una responsable política que no pide perdón a las víctimas por haber sido negligente en el desempeño de sus funciones. Por haber pedido valentía a las mujeres mientras el ministerio descosía la red que debía sostenerlas.

La indignidad llega al punto de que esa ministra supo hace un año que, durante al menos ocho meses, los agresores vivieron en un oasis, en una tabula rasa de medidas quebrantadas. Ni se lo comunicó a las víctimas, ni a los juzgados ni pidió datos al CGPJ de posibles absoluciones ni sobreseimientos provisionales. De lo que no se habla, no existe.

Esta sociedad narcotizada no se revuelve cuando las mujeres levantan la voz para denunciar y decir basta. No se indigna cuando aquel mismo ministerio abandona sus banderas para tacharlas de difusoras de bulos. «Hermana, yo sí te silencio». Para eso ya teníamos a la extrema derecha.

¿Con qué credibilidad puede sentarse Ana Redondo a hablar de defensa de las mujeres? ¿Qué ha aportado a las víctimas de violencia de género? ¿Tiene su ministerio mejor reputación entre las mujeres que antes? ¿Ha podido dar más alas a los negacionistas de turno?

En esta ineficacia política por obstinación, no bajarse de la burra por lo que eso implica –reconocer la propia incompetencia–, ha venido la consejera de salud de Andalucía, Rocío Hernández, a pelearle el protagonismo, aunque al menos con distinto resultado. Iba por el mismo camino hasta que se ha visto empujada a dimitir. No por decencia, no, sino por tacticismo político. Eso es lo que mueve el corazón de nuestros políticos.

Diez días ha estado mareando la perdiz, camuflándose en las paredes de San Telmo esperando que amainara la tormenta. Y le habría salido bien la jugada de no ser por unas elecciones autonómicas que asoman y unas encuestas que, por su culpa, se precipitan. Su salida no busca salvar el pellejo de las mujeres andaluzas, sino el del presidente Moreno. Que las mayorías absolutas en estos tiempos son rara avis y, los experimentos, con gaseosa.

Ahora dirán que han actuado con rapidez, pero esos protocolos de cribado absolutamente demenciales están operativos desde hace casi tres lustros y las mujeres andaluzas llevan quejándose de retrasos en las mamografías desde tiempos del COVID. Lo han hecho mientras se ha ido desmantelando poco a poco la sanidad pública para vestir la privada. Como todo lo que perturba, se ha metido bajo la alfombra hasta que les ha estallado en la cara. Porque, de nuevo, de lo que no se habla, no existe.

Nuestros dirigentes luchan por la supervivencia política mientras, en la asociación AMAMA, lo hacen por la supervivencia humana

Decía la presidenta de AMAMA, la asociación que destapó el escándalo de las mamografías (y qué más habrá que no sepamos), que nuestros dirigentes luchan por la supervivencia política mientras ellas lo hacen por la supervivencia humana. Y, la verdad, no deja de ser tan escalofriante como cierto porque ¿saben qué?, que en la Junta de Andalucía hoy respiran más aliviados al entender superada una crisis (o, al menos, una parte), pero esos cientos, miles de mujeres seguirán en sus casas mirando frente a frente a su tumor, buscando reconocerse en un cuerpo amputado, aprendiendo a vivir con palabras como Tamoxifeno o PET-TAC. Se levantarán y su crisis particular seguirá ahí.

Pasa que la ministra Redondo también resoplará aliviada pensando en que se libró de esta, esta vez también, mientras miles de mujeres mirarán con recelo un dispositivo de baratillo en el que ya no confían. ¡Y aún tienen el valor sus señorías de sacar pecho porque «ninguna mujer ha muerto» por esto! ¿Qué quieren, una medalla?

¿Hasta cuándo vamos a seguir siendo para ellos «fallos tecnológicos» y «casos»? ¿Cuánto tiempo más van a seguir mofándose de las mujeres?

Ni nos quieren vivas, ni nos quieren libres. Nos quieren calladas y baratas.

No será con mi silencio.

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