Los Simpson y el ecologismo
Episodios como «Basura de titanes» o «Lisa, la vegetariana» enfocan desde el humor problemáticas como la gestión de residuos o la sostenibilidad de la dieta.
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De la mano de su creador, Matt Groening, Los Simpson se ha convertido en una serie mítica incrustada, por derecho propio, en el acervo cultural de un manojo de generaciones. Como el buen vino, el humor de sus episodios no pasa de moda y sigue brindando una exposición magistral de comedia.
Es de sobra conocido por todos que no hay nada que no se haya predicho en Los Simpson, como la presidencia de Donald Trump. Junto con esta faceta premonitoria, la serie también ha legado un conjunto de reflexiones filosóficas adheridas sibilinamente en cada capítulo. No es por azar que el libro Los Simpson y la filosofía se haya convertido en un auténtico éxito de ventas. En el nivel más práctico, vayan por caso las constantes referencias –siempre con un ácido sarcasmo– a los múltiples problemas denunciados por el ecologismo.
En tanto posición filosófica, el ecologismo denota la postura moral en virtud de la cual debemos promover una convivencia sana con los distintos ecosistemas del planeta. Lo que implica minimizar, o incluso erradicar, nuestro impacto en ellos. Las motivaciones últimas aducidas son variadas y, mientras que para unos esto es relevante para garantizar la existencia de los humanos (ecologismo antropocentrista), para otros el valor último radica en la propia estabilidad y riqueza de la naturaleza (ecologismo ecocentrista).
Muchos de los episodios ilustran distintas aristas del problema, como con pequeñas dosis. Una de ellas nos remite al hiperconsumismo de las sociedades opulentas. No le será ajeno a nadie cómo en gran medida este es espoleado por grandes sectores empresariales, cuyo oxígeno procede del movimiento de la rueda producción-consumo. Con este espíritu, recuérdese el inicio del capítulo «Basura de titanes».
En la lujosa sala de juntas de una empresa, un hombre hace balance de los beneficios ante la junta de accionistas. Nervioso, hace referencia a la escasez de fiestas consumistas durante el verano, tras lo cual tartamudea: «Pero… ya estamos ganando lo suficiente, ¿no?». Inmediatamente, dos hombres lo sacan a rastras de la sala. Toma la palabra el mandamás, quien –no sin antes cerrar las persianas– subraya la necesidad de inventar una fiesta para el verano que implique regalar cosas. Dubitativo, plantea algo así como «el día del amor», pero aclarando que no debería ser tan descarado. En la siguiente escena Marge felicita el día del amor a su familia.
Sin perder la ironía, esta despreocupación egoísta por las implicaciones del consumismo se extiende a otros tantos episodios. La imagen de Homer cantando mientras tira por el retrete cientos de muelles que van a parar al mar lo representa a las mil maravillas («El viejo y el alumno insolente»).
Si hay un personaje involucrado con la causa ecologista, ese es el de Lisa, protagonista de varios episodios de temática medioambiental
El capítulo «Basura de titanes» ilustra otro punto caliente del ecologismo: la gestión de los residuos. Tras enfadarse con el servicio de basuras, Homer se hace jefe del comisionado de basuras de la ciudad (gracias a un populismo esperpéntico, hoy normalizado). Después de despilfarrar el presupuesto anual en un mes, Homer recauda fondos permitiendo que el resto de ciudades amontonen su basura en Springfield. En una escena cénit maravillosa, del subsuelo empiezan a emerger, como géisers, montañas de basura acumulada que rápidamente inundan la ciudad. No queda otra que trasladar la ciudad a otro lugar (a este respecto, recuérdese el eslogan: «No hay Planeta B»). Mientras se produce el traslado, Homer arroja, indiferente, una bolsa de plástico al aire.
Si hay un personaje involucrado con la causa ecologista, ese es el de Lisa. Son varios los episodios en los que la mediana de la familia mete el dedo en la llaga, convirtiéndose irónicamente con esto en la aguafiestas de la serie.
En «Lisa, la vegetariana» el foco alumbra a la dieta. Si bien la preocupación de Lisa tiene que ver mayormente con el sufrimiento animal, el vínculo entre el consumo cárnico masivo y el calentamiento global ha sido bien documentado. Así, la narración se centra en el contraste entre la actitud cavernícola pro-carne de Homer y Bart frente a la mojigatería de Lisa. Incluso en el colegio, tras cuestionar en clase el consumo de carne, la profesora se «ve obligada» a pulsar la «Alarma de pensamiento independiente».
Sin perder el tono, en «El viejo y Lisa» el señor Burns cae en bancarrota. Apiadándose de él, Lisa lo ayuda a recuperar su fortuna mostrándole los beneficios del reciclado. Sin embargo, la maquiavélica mente de Burns le da la vuelta a la tortilla erigiendo una empresa que fabrica una pasta («La Pasta de la pequeña Lisa») atrapando con una gigantesca red de plástico toda la fauna y flora marina sin ton ni son. Por cuestión de principios, al final del capítulo Lisa se niega a aceptar los millones del señor Burns, lo que a Homer le cuesta un infarto.
Para terminar, cómo no mencionar «Lisa la ecologista». En este capítulo, Lisa se enamora perdidamente de un joven ecologista y se une a su organización. Para evitar la tala de una secuoya centenaria, acampa en el árbol. Pero no consigue evitar, finalmente, que su tronco termine arrastrándose por todo el mundo. Jesse –el atractivo ecologista– es condenado a la silla eléctrica, pero al menos consigue que funcione con energía solar.
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