ENTREVISTAS

Antonio Muñoz Molina

«Somos los creyentes de una religión erigida por el dinero»

Fotografía

Iván Giménez
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22
diciembre
2025

Fotografía

Iván Giménez

Hace tiempo que las letras españolas visten el lazo negro de Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019) y de Javier Marías (1951-2022). Quizás el último vértice de esta sucesión de talento sea Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956). Como Ferlosio o Marías, Muñoz Molina valora la importancia del arranque de un texto. Diez veranos ha estado tomando notas, apuntando frases de Don Quijote de la Mancha. En su memoria pervive el prólogo de 1605 y esa frase de incierta semántica: se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación. Hablamos con el autor sobre política, literatura y sobre su libro ‘El verano de Cervantes‘ (Seix Barral, 2025). 


La corrupción ha ocupado de nuevo las portadas. Este país parece que no se libra de vivir en el Crematorio de Rafael Chirbes: esa espléndida novela que recorría las raíces de esta España del engaño, la avaricia y la estafa.

Hay grados de corrupción. Escribí un texto muy crítico sobre esta crisis: Todo lo que era sólido. En parte se basaba en mi propia experiencia como trabajador municipal en los años 80. Esto me dio una perspectiva bastante aguda, aunque limitada, sobre la corrupción. Cuando la izquierda llegó al poder en Europa por primera vez, se encontró con unos ayuntamientos que tenían muy poco dinero pero donde había funcionarios superiores muy bien preparados que eran de carrera. Existía un secretario general, un interventor… Esos cuerpos generales los creó Calvo Sotelo a imitación de los altos cargos administrativos franceses. Había que seguir un escalafón, de tal forma que las diputaciones no podían entrometerse en las alcaldías para evitar cualquier malversación. Cuando la izquierda llegó a los ayuntamientos había una queja de los políticos que decía que la burocracia era una imposición franquista, retardataria, que les impedía acometer proyectos. Esto era verdad solo parcialmente. En 1983, se publica una ley en la que casi nadie se ha fijado, que daba a las alcaldías un poder muy superior al que tenían antes y rebajaba el poder de veto. Además, se pierde el concepto de hacer carrera (no solo acumulando trienios) en la Administración y los políticos consiguen el poder de actuar sin control. En España —según Michael Reid, corresponsal de The Economist— hay más políticos que en cualquier país europeo. Unos 400.000. Cada uno de ellos tiene el poder de nombrar asesores, ayudantes. La corrupción existe por dos razones: el Estado en España siempre ha sido débil y ha estado bajo los intereses de corporaciones, grandes empresas, bancos. Y, la segunda, porque existe una Administración muy politizada, que resulta muy difícil de controlar. Los partidos han creado una cantidad de entidades, agencias que tienen en común que el personal se provee sin control: son todo cargos de confianza. En muchos países no existe ese concepto tan español de la «libre designación».

«En España la Administración está muy politizada»

Cambiando de geografías y pensando en el Quijote, ¿ahora tenemos en Estados Unidos al loco al frente del manicomio?

No. Están llevando a cabo una propuesta profundamente calculada. Mucha gente religiosa y ultraconservadora apoyó a Trump en su primer mandato para situar en el Tribunal Supremo a estos grupos afines, algo que logró. Nada hay de locura. Están destruyendo la Administración. Fíjese, por ejemplo, en lo que ocurrió con la Dana. Es una muestra de ese intrusismo que le comentaba. La política ha ocupado la Administración. La defensa de la consejera es que ella no sabía nada. Cómo es posible que quienes tomasen las decisiones no fueran técnicos. Cómo es posible que estuvieran reservadas a los políticos. La Dana es un caso de corrupción igual que los otros que vemos. Corrupción en el sentido de una Administración [la valenciana] que resulta incapaz de cumplir su deber porque está sometida a las directrices políticas. No se dio la voz de alarma porque se acercaba un puente largo y no se quería perjudicar a la hostelería. Una persona que no tiene ninguna cualificación, que no sabe que existe el sistema de alarma, es el responsable de decidir. Esto es igual que alguien que decide llevarse el dinero en la adjudicación de una obra. Idéntica corrupción.

Hace algunos años hubo una controversia porque aceptó el Premio Jerusalén. ¿Hoy lo aceptaría?

Mi relación con Israel se ha terminado. Es un país muy dividido. Es una nación donde coexistía una clase liberal ilustrada muy potente con un sionismo muy reaccionario y con los ultraortodoxos. No existe el matrimonio civil.

Sin embargo, hasta el ataque de Hamás era la única democracia, imperfecta, pero democracia, de la región.

Con la «pega» de los territorios ocupados [Cisjordania]. Yo me identificaba con una clase intelectual progresista y muy crítica que, entonces, había en Israel. Hablo de gente como los escritores Amos Oz (1939-2018) o David Grossman. Estas personas se han callado y la inmensa mayoría de la población israelita apoya al Gobierno de Netanyahu. Algo que observé todas las veces que fui es que eran capaces de vivir como sí no existieran los territorios ocupados. Me han contactado varias veces: les he dicho que no.

 «Estamos renunciando alegremente a nuestra humanidad»

Regresemos a la escritura. Cuando escribe, ¿lo hace con una estructura ya clara, con brújula? ¿Sabiendo qué les sucederá a los personajes o la línea de trama?

Necesito un punto de partida y un tono. Una vez que lo tengo puedo ir tanteando. Me hace falta una primera frase de arranque. A partir de ahí, fluyen rápido las palabras y luego vuelvo a ellas en una revisión profunda.

Dice el director Víctor Erice que el cine se crea en la sala de montaje.

Son dos cosas distintas. En mi caso, como le decía, el punto de partida es tener esa frase inicial. Tengo alguna novela trabajadísima, que fracasó porque carecía de un arranque bueno. En la primera fase tienes que descontrolarte y en la segunda debes controlarlo todo al máximo. No puedes estar una semana trabajando en una frase. De hecho, El verano de Cervantes llegó a partir de notas que iba tomando, citas del libro, referencias bibliográficas, frases… Durante unos diez veranos he ido completando cuadernos de esa manera. Empezaba un proyecto o una novela y lo dejaba aparcado. Así fue avanzando.

Recurriendo a otra cita: cuenta el arquitecto Norman Foster que las tecnologías creativas vuelven a las personas más creativas.

Para mí la tecnología es la pluma pero también el procesador de datos. Y facilita recabar información sobre todo para las piezas periodísticas. Lo que está cercano al dislate es la adoración por la tecnología que lleva a algunos a defender que la inteligencia artificial es buena para los procesos creativos. Por lo pronto, lo que está consiguiendo es destruir profesiones. Hay un gran papanatismo.

«Algo que observé todas las veces que fui a Israel es que eran capaces de vivir como si no existieran los territorios ocupados»

La IA te ofrece un resultado pero no te enseña cómo ha llegado hasta él.

Lo fundamental de los procesos creativos es que son eso, procesos. Es la diferencia entre un crítico y un artista. El primero se fija en el resultado final y al segundo lo que le interesa es el proceso; saber cómo se ha hecho todo. Somos los creyentes de una religión creada por el dinero. La más poderosa que ha existido nunca. Estamos renunciando alegremente a nuestra humanidad y agachando la cabeza y reverenciando a quienes se casan en Venecia [una alusión a las segundas nupcias de Jeff Bezos, propietario de Amazon, en las afueras de la ciudad italiana]. Hemos vendido nuestros datos y resulta imposible hablar de tecnología sin hablar de poder.

Es un tema del que casi no se escucha: The Guardian publicaba que los ingresos medios de un escritor británico son 8.000 libras (unos 9.200 euros) al año. Cuando Álvaro Pombo ganó el año pasado el premio Miguel de Cervantes comentó: «Es posible que para alcanzar la grandeza en España, tengamos que llegar a la pobreza». Hablaba de precariedad.

Creo que es todavía peor en el mundo de la música. El oficio de músico ha sido arrasado. El músico de sesión, el freelance. La precariedad del escritor hay que verla dentro de la precariedad de los oficios. No es menos precario el periodista. El escritor es distinto a un músico o un periodista. Hace una cosa que nadie le ha pedido que haga. ¿Y la precariedad de quien escribe poesía? Cuando publiqué mi primera novela no se me pasó por la cabeza que pudiera vivir de esto. La literatura unas veces atrae el público suficiente y otras no. Mi proyecto de vida a los 30 años era progresar en mi carrera administrativa en el sector cultural [en Granada] y tener tiempo para escribir. Un libro, independientemente de su calidad, puede atraer lectores o no.

Cervantes no tuvo una escuela como tampoco Velázquez. Dos genios.

Quizás eran demasiado singulares, demasiado distintos de su entorno.

«La parte más tonta del ser humano es, en general, la de las opiniones»

España tiende a dar inmensos talentos de forma casi fortuita, Cervantes, Goya, Velázquez, Picasso… Surgen, sobre todo, en los momentos más inesperados o incluso difíciles.

Quizá porque no existen instituciones sólidas, se pierde mucho talento, pero a veces hay una especie de salto. Aunque, a pesar de todo, no hubo una continuidad como pudo haber en Francia, Italia o Inglaterra. Las ideas de Cervantes serían como las de cualquiera de su época. Lo que ocurre es que la parte más tonta del ser humano es, en general, la de las opiniones. Decía Fernando Pessoa (1888-1935): «Todas nuestras opiniones son de otros». La creación literaria se efectúa con la parte más profunda y menos consciente. Cervantes tenía la sensibilidad artística que le otorgaba la capacidad de crear personajes ricos y complejos.

Hay una frase de Don Quijote apaleado, humillado, cansado, viejo, en la que admite: «Yo no puedo más». Recuerda al final de El oficio de vivir, de Cesare Pavese: «Todo esto da asco. No palabras. Un gesto. No escribiré más». Cogió un revólver, apuntó a la cabeza, en Turín, y no falló.

Es tremendo ese momento de Don Quijote. Resulta estremecedor.

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