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«La democracia no garantiza la felicidad de las personas»

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Noemí del Val
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12
febrero
2019

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Noemí del Val

Juan Luis Cebrián (Madrid, 1944) ha controlado durante décadas la sala de mandos del Grupo Prisa, lo que le convierte en una de las personas más influyentes de la historia reciente de nuestro país. Mitad periodista, mitad empresario, su poliédrica imagen permanecerá irremediablemente ligada a la modernización de España.

La Constitución ha cumplido 40 años, es solo un poco más joven que El País. En este tiempo han pasado muchas cosas y, con la crisis y los escándalos de corrupción, muchos piden una regeneración democrática.

Es un mantra que prácticamente se produce en todos los países y cambios de época. Desde una concepción de la democracia, a mi modo de ver, bastante ignorante. La democracia no es un régimen perfecto, sino un instrumento. No garantiza el buen gobierno ni la felicidad de las personas. Es un método para elegir a quienes nos gobiernan y, sobre todo, para echarlos en caso de que no nos gusten. Y es muy imperfecta, de modo que siempre tiene que estar regenerándose. Los conflictos no desaparecen con la democracia, da herramientas para resolverlos por métodos no violentos y, sobre todo, respetando los derechos de todos, especialmente los de las minorías frente al abuso de poder de las mayorías.

¿Qué ha sido lo peor y lo mejor de estas cuatro décadas?

Lo mejor es el final de la dictadura, y la reconciliación entre los españoles, los vencedores y los vencidos en la Guerra Civil. Esto es algo que las nuevas generaciones no perciben bien, pero la Transición se hizo por las dos partes. Fue un proceso de reconciliación nacional. La Guerra Civil fue un trauma histórico para este país y para Europa en general, y para la generación de quienes no hicimos la guerra, pero nacimos inmediatamente después. En cuanto a lo peor, ha habido muchos errores y fracasos, pero yo me quedaría con el olvido por parte de las generaciones jóvenes de ese proceso de reconciliación. No se puede entender cuál es la arquitectura política del país sin comprender que aquello fue un proceso de pacificación de una guerra que, psicológicamente, había durado cuatro décadas, porque los que no participamos teníamos una constante propaganda en los medios. Conocíamos la guerra tanto o más que quienes participaron en ella, porque la dictadura se encargó de mantener viva la memoria de la guerra como una forma de subsistencia del propio dictador.

¿Está agotado el modelo del 78?

Es un modelo de democracia liberal clásico, tampoco es un invento muy especial. Donde más innovación hubo, y debemos tener en cuenta que es una de las últimas constituciones democráticas, fue en el Estado de las Autonomías. Se hizo así por no crear un Estado federal, ya que aquello era de la República, y estaba reinstaurándose una monarquía. Y al margen de eso, para no soliviantar al ejército. Volviendo a los jóvenes, creo que no se hacen una idea de lo que era el ejército en los años setenta y ochenta. Los intentos de golpe de Estado que se dieron respondían a una configuración del ejército muy concreta. Y la idea de un federalismo no era bien recibida por los militares. Y tal vez por eso, el Estado de las Autonomías, por su indefinición, es lo más confuso de la Constitución. Pero, por lo demás, es una constitución democrática como cualquier otra, y funciona bastante bien.

«O el capitalismo se reforma, o estamos perdidos»

Pero llevas 20 años pidiendo la reforma de la Constitución.

Sí, pero pocas cosas. La preeminencia del varón sobre la hembra en la sucesión monárquica. Es una contradicción en los valores de la Constitución. Y el título octavo, de la organización territorial, como he dicho, fue muy caótico en su redacción. En primer lugar, no hay una lista de las autonomías, porque no existían. Creo que falta una relación de atribuciones y competencias de un Gobierno federal. Y también que hay que suprimir la circunscripción provincial de la ley electoral, es una barbaridad. Y, por último, darle al Senado una entidad, que sea una cámara territorial real.

¿Esto aplacaría la ansiedad nacionalista en Cataluña?

No me cabe la más mínima duda de que Cataluña nunca va a ser independiente. Solo puede serlo unilateralmente o mediante un acuerdo bilateral con el Gobierno español. Lo primero es imposible, no tiene fuerzas armadas para una rebelión, y tiene una deuda gigante con el Estado español de 50.000 millones de euros. Por tanto, no tiene poder político suficiente para declarar la independencia, por más que la mitad, o algo menos, de su población, la reclame. Y no hay Gobierno español dispuesto a sentarse para negociar la salida de Cataluña. Porque ese Gobierno caería automáticamente.

Te consideras liberal progresista.

Liberal en el sentido americano, de la defensa de una democracia liberal. El reconocimiento de las libertades individuales, de la capacidad de iniciativa, es básico en una democracia. En las últimas décadas ha habido un gran avance sobre el imaginario de los derechos colectivos, medio ambiente, etcétera. Pero no olvidemos que la democracia liberal está basada en los derechos de la persona. El liberalismo se ha confundido con el capitalismo salvaje, y un liberalismo progresista, como el mío, incluye las posiciones socialdemócratas.

¿Debe celebrarse un referéndum sobre la monarquía en España?

No soy partidario de los referéndums. Franco los hacía, y agitaba la idea de que se consultaba al pueblo. Y los hicieron Hitler y Mussolini. Atañe a esa democracia emocional de la que hablamos. Y suele requerir una respuesta binaria, por lo que no tiene muchos matices. Y cuando no es así, resulta demasiado confuso. Dicho eso, el debate monarquía o república me parece irrelevante. La gente en España no es monárquica. Nos olvidamos de que nuestros dos intentos de república acabaron como el rosario de la aurora. Lo importante es la democracia. Y lo que es cierto es que Juan Carlos, que recibió los poderes de Franco, los puso todos a disposición del pueblo. Pienso que habríamos tenido democracia sin monarquía, pero con costes mucho mayores. Y ya fueron muy grandes. La Transición fue traumática, un momento muy violento y difícil. Cuando Carrillo quitó frente a las cámaras la bandera republicana y puso la rojigualda, nos impactó a muchos idealistas, pero dejó claro que lo importante eran la democracia y las libertades públicas. Ya se votó la monarquía o república cuando se votó la Constitución. Si en 40 años no hemos sido capaces de ponernos de acuerdo sobre la educación infantil en las escuelas, ¿nos vamos a poner de acuerdo sobre un presidente de la república, qué poderes debe tener o dejar de tener?

«Tengo la plena convicción de que Cataluña nunca será independiente»

Pero tú eres monárquico.

Sí, pero no rechazo un referéndum por eso, sino porque sería tramposo. Sí espero que haya un referéndum sobre la reforma constitucional. Y ahí se debería incluir. Y nos falta un estatuto de la corona que delimite exactamente lo que pueden hacer o no los reyes. Todo este asunto de las ofensas a la Corona, a mí me perturban, porque yo, con 20 años, compré un póster de la reina Isabel cagando, en una tienda de Londres. La jefatura del Estado debe dar estabilidad a un país tan complejo como este, que es casi confederal. Y un rey, que no depende de partidos políticos, representa mejor esa pluralidad.

Hablábamos de regeneración democrática, pero en este tiempo, pocos dudan de que el periodismo también necesita regenerarse. En Estados Unidos, los periódicos hacen públicos sus respaldos a ciertas candidaturas. ¿Esta transparencia se podría extender a España?

Los medios españoles están más politizados que los americanos. The New York Times es, posiblemente, el periódico más imparcial del mundo. Aquí, en España, los periódicos no respaldan públicamente a candidatos, pero se endosan ideologías y políticas concretas. Y eso se ha exacerbado en los últimos tiempos. El periodismo tiene derecho a ser político, pero la obligación de ser profesional, con unas reglas de rigor, de confirmación de fuentes. Y se ha mezclado demasiado con la ideologización.

En una entrevista reciente, decías que la verdad racional no vende. ¿Cómo describirías este fenómeno de la posverdad?

Los medios de comunicación intermediaban antes entre la sociedad y las élites del poder. Actuaban como una suerte de gurús, lo que los comprometía más a la independencia, el rigor y los criterios profesionales. Eso ha cambiado, porque en Internet, la información es de todos hacia todos. El poder tradicional estaba en el Estado, y eso se ha trastocado con la aparición de las redes sociales, donde campa la posverdad, que es una verdad emocional, subjetiva. Hitler, Lenin o Mussolini ya lo practicaban, y generaban mucho entusiasmo en las masas. Ahora son muchos los emisores y, además, colaboran entre ellos, y muchos son máquinas y robots, con lo cual la confusión en la generación de opinión es total. Porque el receptor tiende a creer que es verdad aquello que más le gusta.

En España, en estos 40 años de democracia, los medios de comunicación españoles no han tenido políticas de verificación importantes, siempre han pecado de una excesiva emocionalidad en el tratamiento de la información.

Yo no generalizaría. Aquí ha habido dos periódicos con altos estándares profesionales, La Vanguardia y El País, y por eso han sido considerados los más fiables, también en el extranjero. Creamos el primer libro de estilo que se ha hecho en la prensa española. Antes no existían. Pero lo hicimos porque el periodismo, bajo el franquismo, primero con la dictadura y luego con el sistema un poco atrabiliario de la Ley de Prensa, no había incorporado los estándares internacionales. Y digo sin reparo que El País se pudo comparar, cuando lo creamos, con cualquier periódico de referencia internacional. Ahora bien, sí que hay un deterioro en los medios, son peores ahora que hace 20 años. Porque se han ideologizado, y eso ha coincidido con la crisis económica, que ha reducido la inversión. Todo esto ha deteriorado los procesos de verificación. Y de las prácticas profesionales. Durante muchos años, ha crecido la autocensura en las redacciones.

«Los medios de comunicación son mucho peores que hace 20 años»

La familia propietaria de The Wall Street Journal se negó a endeudarse con bancos para tener una independencia del sector financiero. El grupo Prisa arrastra una deuda enorme, con varias entidades. ¿Habría que extender una cultura entre los bancos que permitiera el ejercicio de la profesión con independencia y credibilidad, para que no tomen a los medios como meras empresas, sino como agentes fundamentales de un sistema democrático?

La influencia de la banca en el grupo Prisa es un mito puesto en marcha por nuestros enemigos políticos, fundamentalmente Podemos. El grupo se endeudó mucho, fundamentalmente, porque se hizo sin dinero. No es una frase mía, sino de Jesús Polanco. Y lo hicimos para generar su expansión por América Latina. El grupo llevaba mucho tiempo autofinanciándose, y de hecho, hasta la guerra que tuvimos con Aznar por el caso Sogecable, prácticamente no estábamos endeudados.

¿Qué sucedió?

Nos encontramos con que el Gobierno utiliza Telefónica para partirnos en dos, saca Vía Digital, etcétera. Y, además, Canal +, que era un gran negocio, empieza a perder competitividad por esta ofensiva. Y ahí necesitamos dinero para invertir. Y eso que El País, La SER y Santillana ganaban dinero. Polanco tenía un cáncer terminal y no estaba en posición de tomar decisiones. De modo que entramos en una operación puesta en marcha por HSBSC, y recomendada por Credit Suisse, para tomar el control de Canal + y venderlo. Y eso nos pilló en medio la crisis financiera, y nos encontramos con una deuda gigantesca. Y empieza además otra crisis, la de los medios, por la tecnología. El grupo no puede pagar la deuda, y eso me obliga a vender activos y hacer ampliaciones de capital. Y es en ese momento cuando pido a los bancos que nos hagan un canje de deuda por acciones. Pero los bancos se resistieron. Un amigo banquero me dijo una vez: «He aprendido que no hay que prestar ni a los periódicos ni a los clubes de fútbol». Finalmente, se quedan con un 5% cada uno, el Santander, el BBVA y HSBC, que era nuestro principal acreedor.

De ahí nuestra pregunta: ¿cómo puede un lector pensar que un grupo de comunicación sostenido por bancos va a dar información independiente?

La presión de la banca en los medios no tiene que ver con su presencia en el accionariado, sino por lo bancarizada que está la economía española. Te puedo decir que la única vez que me llamó Emilio Botín por algún contenido de El País fue para pedirme que pusiéramos una de sus publicidades bien visible. No entró nunca en la parte periodística. El problema fundamental que tiene Prisa se llama fondo buitre. Amber Capital ha entrado por la debilidad financiera del grupo y ahora controla casi el 30%.

Lo de Sogecable no es un caso aislado. Los diferentes Gobiernos han tenido una pretensión en el ámbito mediático que no les corresponde.

Felipe González ya lo hizo bastante mal. El Gobierno del PSOE se encargó de la privatización de los medios de comunicación del Movimiento. En esa etapa, nosotros quisimos acudir a la compra de algún periódico de provincias importante, pero Alfonso Guerra nos lo impidió.

«Mario Conde decía que era más barato comprar periodistas que comprar periódicos»

Es curioso, porque el sentimiento general era que el PSOE favorecía a Prisa.

Se suponía que El País tenía demasiado poder respecto a los militantes y electores del PSOE. Estaba el chascarrillo de que Felipe González decía a sus ministros que no leyeran nuestro periódico antes de las dos del mediodía. Nos adjudicaban una influencia desmedida. No se decía que El País fuera el periódico del PSOE, sino que el PSOE era el partido de El País. Tampoco nos facilitaron la compra del 25% de La SER que pertenecía al Estado. Tuvo que dejar la vicepresidencia Alfonso Guerra y sustituirle Narcís Serra para que nos la vendieran. Aznar hizo después otra intervención en los medios audiovisuales, brutal y muy pesada. No solo en lo de Sogecable, también con Antena 3, que se la concedió a Planeta, cuando la oferta de Vocento era mayor.

Con Zapatero no fue mucho mejor.

Quiso acabar con el felipismo, y por extensión con Prisa. La Sexta la creó él. Nosotros le pedimos Cuatro, pero nos obligaron a esperar seis meses para no salir a antena antes que La Sexta. Zapatero fue muy intervencionista.

Volviendo a los periódicos, hay fórmulas conocidas para garantizar su independencia. El trust de The Guardian sí que protege la independencia editorial. O los fideicomisarios de The Economist. ¿Por qué no hacer algo así con El País?

Yo hacía tiempo que me estaba queriendo ir de Prisa y no veía la manera. Y llegué a un pacto, que no se ha cumplido. Contemplaba la creación de una fundación. La apoyaban los bancos y los accionistas, pero el fondo de inversión se ha encargado de que eso no siguiera hacia delante. Hasta el Santander puso de ejemplo, precisamente, el caso de The Economist.

¿Hemos perdido esa batalla, en España, de blindar a los medios de comunicación de injerencias?

Mario Conde decía que era más barato comprar periodistas que comprar periódicos. Cuando Felipe González llegó al poder, me dijo: «No sabes la cantidad de profesionales que hay en el fondo de reptiles [sobornos que los Gobiernos destinan a los periodistas]». Y añadió: «También de El País». Pero creo que aquello eran minucias respecto a todo lo que ha sucedido después. La cantidad de corrupción, de viáticos que ha repartido el poder político, contando ayuntamientos y comunidades autónomas. Primero está la perversión de los propios periodistas, luego la ideológica, y ya no te quiero decir en los digitales.

¿Te consideras periodista o empresario?

Me hice empresario porque me lo pidió Jesús. Pero yo soy periodista y escritor. Con esto no menosprecio el papel de un empresario. Cuando empezamos, El País no tenía dinero, éramos 250 personas en total. En el plazo de 20 años, éramos una multinacional con un grupo en radio, prensa y televisión, y dábamos empleo a 15.000 personas.

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