ENTREVISTAS
«No confío en que detengamos el calentamiento global»
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COLABORA2019
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Cuando un actor acaba de estrenar una película, lo normal es que quiera hablar de ella en una entrevista. Pero cuando pillamos a Javier Bardem (Gran Canaria, 1969), a matacaballo, en el Festival de Toronto durante la presentación de Todos los saben, casi parecía aliviado de no tener que repetir la misma cantinela una y otra vez. Hace ya un año que viajó a la Antártida con Greenpeace, pero aún tiene el recuerdo de aquella experiencia incrustado en la mirada. La organización trataba de cimentar el consenso para la creación de un santuario que proteja ese océano y, al igual que hizo con Elena Anaya (a la que entrevistamos en estas páginas hace dos años), ha tirado del enorme relumbrón de Javier Bardem, ganador de un Óscar y, hoy por hoy, nuestro actor más internacional, con permiso de Antonio Banderas.
«Cuando Greenpece me propuso ser su embajador en esta causa, no me lo pensé dos veces. Me hablaron de crear el mayor santuario oceánico en el mundo [en la fecha de publicación de esta revista, ya debería haberse llegado a un acuerdo en Tasmania, Australia]. La experiencia de viajar a la Antártida fue fría [ríe], pero, sobre todo, fascinante. Y no solo por la belleza estremecedora del lugar, única en el mundo, sino por el trabajo de la gente de Greenpeace. Están dispuestos a sacrificar el tiempo con su familia y, en muchos casos, su integridad física, para luchar por un objetivo común, que es proteger la Tierra. Mucha gente puede ser escéptica con el trabajo de una ONG, pero, cuando los ves actuar en directo, se derriba todo atisbo de duda: ellos creen muy firmemente en lo que hacen, ponen sus vidas en su causa».
Gracias a su presencia y a su proyección internacional, han conseguido más de dos millones de firmas en todo el mundo para la campaña antártica: «Rara vez me he sentido tan orgulloso de una película como por haber participado en esta experiencia. Sobre todo, por lo que hemos conseguido. Todo parece indicar que vamos a lograr el cambio. Y no estoy teorizando, porque ya hay hechos que demuestran la repercusión de lo que hemos realizado. Por ahora, algunas de las empresas pesqueras más importantes se han marchado del océano Antártico, lo cual es un avance verdaderamente notable».
«No podía creerme que el Antártico estuviera lleno de plásticos»
Aunque siempre le ha preocupado el medio ambiente, el actor reconoce que nunca se había pronunciado públicamente al respecto ni había usado su condición de estrella por ninguna causa parecida. Esta es la primera vez, pero asegura que no será la única. La experiencia con Greenpeace, dice, le ha abierto los ojos: «Yo no soy científico ni biólogo, pero he aprendido, a partir de ese viaje, que un océano saludable es el paso más importante para detener el calentamiento global, porque produce la mitad del oxígeno del planeta y crea un ambiente más saludable para los seres vivos, categoría que, aunque a veces parece que se nos olvida, nos incluye a todos nosotros. Un océano saludable lo regenera todo. Y este es el primer paso, este santuario, para que en el futuro podamos crear otros alrededor del mundo, en diferentes océanos y mares».
Durante el viaje, Bardem aprendió muchas cosas que se escapan a la mayoría de los mortales. En concreto, cifras y estadísticas que alertan sobre la destrucción de los ecosistemas marinos, acelerada como nunca antes en el último medio siglo. El problema no es solo del Antártico. Afecta a la práctica totalidad de los mares. Uno de cada seis peces del Mediterráneo tiene plásticos en su estómago. En el océano Pacífico, son nueve de cada diez. Cada año, unos 100.000 animales acuáticos sufren muertes dolorosas por la presencia de residuos en el mar, y especies como focas, delfines y tortugas se enredan en nuestra inmundicia, donde mueren de hambre. La última «isla de plástico» localizada en el Pacífico tenía la extensión de España y Francia juntas. Contiene 1,8 billones de piezas de plástico y pesa más de 80.000 toneladas métricas. No esperen verla a través de Google Earth: gran parte de los componentes de esta isla son microplásticos del tamaño de un grano de arroz, lo que dificulta captarlos desde el espacio.
«Parece mentira que aún haya sectores de la política que pongan en tela de juicio a los científicos»
Después de su experiencia con Greenpeace, Bardem se subió a un barco en el puerto de Blanes, Cataluña, para recoger residuos del fondo del mar y, sobre todo, darles visibilidad. «Hemos estado un par de horas, han tirado la red y ha salido de todo, desde balones a tuberías, banderines, botellas, pelotas de golf o redes viejas, que tardan 300 años en descomponerse», explicaba el actor a los medios, nada más bajarse del barco. Ese acto no fue algo espontáneo, sino que le venía rondando la cabeza desde su vuelta de la Antártida: «Aquello está en la otra punta del mundo, en un confín extremo, y yo esperaba encontrarme un clima mucho más frío, pero, sobre todo, más virgen. Tres veces al día, la ONG tomaba muestras del agua del océano para ver si había rastros de plástico, y en cada ocasión los test daban positivo. De verdad que es difícil creer que en un sitio tan alejado de la civilización haya plástico en el mar. Hasta que lo ves con tus propios ojos. Y esto te hace darte cuenta de una realidad terrible: estamos arruinando el planeta. Tenemos que tomarnos en serio el problema del plástico. Curiosamente, este es un punto en el que la mayoría de los Gobiernos coinciden, pero no se están tomando medidas drásticas que deberían estar ya en marcha. Porque el plástico es lo primero que hay que eliminar». En un momento dado, se recoloca la montura de sus gafas. «Dicho sea de paso, están hechas con basura plástica que ha sido sacada del océano y que ha sido reciclada».
Una experiencia tan inmersiva, reconoce, lo ha vuelto aún más pesimista. «No tengo en absoluto confianza en que seamos capaces de detener el calentamiento global. Precisamente porque estuve en el Arctic Sunrise [el barco de Greenpeace] y allí había gente que ha estado haciendo este trabajo durante años. Ellos me dijeron que hace ya mucho tiempo que rebasamos un punto de no retorno, del que no se puede regresar. No hay marcha atrás. Y lo peor es que, cuando me lo decían, veía con mis propios ojos paisajes que lo confirmaban. Los icebergs se están derritiendo y, si vas al Ártico, en el norte, el paisaje está cambiando muy rápidamente y de manera dramática. Los científicos tienen la verdad, pero no siempre se los toma en serio. Parece mentira que aún haya sectores de la política que los pongan en tela de juicio. Y ahí está lo realmente importante de nuestra campaña por el santuario oceánico: si en octubre tenemos una reacción positiva, va a impactar en las futuras decisiones que se tomen». Ante la pregunta de si esta experiencia lo ha mejorado como persona, duda unos segundos. Cuando por fin responde, usa a su personaje en Todos lo saben para describirse… en negativo: «Paco está muy aferrado a su tierra, a los viñedos que se ha pasado 20 años cultivando. Y de pronto se ve en la tesitura de venderlos para ayudar a alguien que tiene un problema terrible. Y lo hace. Me han preguntado muchas veces si yo, Javier Bardem, estaría dispuesto a hacer lo mismo. Y yo siempre digo que probablemente no sea tan generoso o tan valiente. Espero que eso te haya respondido».
El actor reconoce que el viaje a la Antártida le ha trastocado bastante su escala de valores. También interpretar a su personaje en Todos lo saben. «Creo que ese es uno de los temas de los que realmente habla la película: el significado de lo material. De la propiedad. ¿Te hace más rico, te vuelve más fuerte? ¿Qué es lo que estás dispuesto a hacer para defenderla? En definitiva, todos tenemos propiedades, todos las queremos, las defendemos y ponemos paredones para protegerlas, pero eso no nos vuelve más ricos porque, como todos sabemos, luego vamos a querer más y más. Es una carrera que no tiene meta. Lo que me gusta de Paco es que él sabe todo esto, y por eso está dispuesto a sacrificarse en nombre de las necesidades de otra gente. A sacrificar todo por lo que ha luchado en su vida, desde que era el hijo de un sirviente, una experiencia vital que le enseñó mejor que a muchos el valor de la propiedad, de ganarse algo con esfuerzo. Pero, aun así, lo hace».
«Mi personaje lo da todo por los demás. Yo no soy tan generoso ni tan valiente»
Bardem descubrió a Asghar Farhadi, el director iraní de Todos lo saben, por su película El pasado, que también habla de un personaje dispuesto a darlo todo por su familia. «Fue uno de esos momentos mágicos de la vida, y fue en un cine», recuerda: «Llevaba tiempo queriendo ver esta película. Es un director extraordinario con dos Óscar a mejor película extranjera y un Globo de Oro. Muy pocos tienen ese palmarés. Cuando por fin vi El pasado, mi reacción fue muy fuerte, por las situaciones que planteaba y las buenas interpretaciones, que reflejaban con mucha crudeza lo que sucedía. Cuando la película terminó y la sala se había vaciado, yo todavía estaba en mi asiento tratando de recuperar el aliento, porque me conmocionó. Recuerdo que pensé que ojalá algún día pudiera hacer una película así, pero que eso no iba a ocurrir porque este director era de Irán, lo veía inaccesible, y pensaba que posiblemente él ni siquiera sabía quién era yo. No sé cuántos años han pasado, creo que siete, y él ha escrito esta película para nosotros, para rodarla aquí, con producción española. Cuando me contactó por primera vez para hablar de este proyecto, yo me puse eufórico y, al mismo tiempo, más nervioso de lo que he estado con ningún otro director».
Al igual que sucede con el protagonista de Todos lo saben, muchos de los personajes que elige Bardem están sometidos a situaciones extremas. «Me atrae el aspecto humano, la posibilidad de interpretar a gente que pasa por sitios donde se ponen a prueba ellos mismos para crecer de una forma diferente. Creo que la vida no está hecha de grandes extremos; en la vida no hay ni héroes ni villanos, y me gustan las películas que hablan de esa complejidad. Las otras películas pueden estar muy bien como divertimento, y yo también las consumo, pero, a la hora de comprometerme en los cinco meses que conlleva un rodaje, tiene que motivarme lo que estoy haciendo. Tengo que creerme a mi personaje».
La conversación vuelve a su catarsis antártica. A su desmitificación de la propiedad y a su convencimiento de la que la felicidad está en otras cosas. «Cuanto menos tengo, más libre me siento. Si tuviera que mencionar algo, te diría que mis hijos y mis amigos, aunque en realidad no son míos, son de ellos mismos». Y añade: «A veces una experiencia te da mucho más que cualquier cosa material». El actor recuerda cuando, en Greenpeace, le dieron la oportunidad de bajar en un batiscafo a 700 metros de profundidad. «Me dijeron que ha habido más gente en la luna que en el lecho del océano Antártico. Y yo fui uno de ellos. Fue curioso, porque yo estaba allí, flotando en ese submarino diminuto, con el piloto cerca de mí. Se llama John y es una persona fantástica. De pronto empecé a sentir un sueño tremendo. Yo pensé que, tal vez, se trataba de falta de oxígeno o algo así, pero él me dijo que no, sino que era que me estaba relajando, porque el paisaje invitaba a hacerlo. Era absolutamente cierto, fue como volver a estar en el vientre materno. Estuve allí durante cuatro horas y vi especies de peces y pulpos con mucho color, formas extrañas y diferentes. Fue como estar en una película de James Cameron. Fue una bendición el poder estar allí para disfrutarlo». Y zanja, antes de despedirse: «Por supuesto, eso me hizo darme cuenta de lo que es realmente importante. Y me quedó claro que tengo que defenderlo con todas mis fuerzas».
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