«Es imposible una utopía humana en un mundo donde cada cual sobrevive frente a su pantalla/espejo»
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Remedios Zafra (Zuheros, 1973) es doctora en Arte y Filosofía Política, investigadora del Instituto de Filosofía del CSIC y autora de ‘El entusiasmo’ (Premio Anagrama de Ensayo) y ‘El bucle invisible‘ (Premio Internacional de Ensayo Jovellanos), entre otros ensayos. Conversar con ella nos ayuda a entender la realidad selvática en la que nos movemos y, sobre todo, nos permite atisbar qué marcos nos ayudarán a afrontar y liderar los retos futuros desde una visión y acción colectivas.
Vivimos un momento complejo, donde el tiempo se convierte en un tiempo ocupado y no queda espacio para la reflexión. ¿A pesar de la llegada de la tecnología, somos más frágiles hoy?
Si todos hablan al mismo tiempo y el ruido lo ocupa todo, es difícil escuchar y más aún comprender profundizando, somos entonces más vulnerables a la manipulación; si todo está ocupado por tareas y prisa, si no hay espacio ni tiempos vacíos para provocar un desvío, seguiremos la inercia de repetir lo de siempre; si la tecnología nos ayuda a la par que nos suma nuevas necesidades y nos hace adictos a ella, terminamos conectados incluso cuando dormimos; si en la vida digital se alienta la solución rápida, la ansiedad crece esperando tener botones y no pensamiento para cada preocupación; si las lógicas que predominan son mayoritariamente competitivas y numéricas y se centran en el «uno mismo», nos hacemos más solitarios y desconfiados de lo comunitario… Sí, me parece que cuando esto pasa, somos más frágiles.
Has hablado sobre cómo la hipervisualización que sufrimos nos convierte no en productores sino en productos de la red. ¿Estamos condenados a ser un instrumento más del tecnocapitalismo?
No estamos condenados, pero sí orientados a ser producto. Aunque el vestido que traía la tecnología digital parecía llevar escrito «más tiempo propio, más democracia, más conocimiento…», pasamos por alto que su estructura ponía al capital a los mandos, en este caso a un puñado de empresas que acumulan grandísimo poder, buscando no «más valores» sino «más beneficios». La clave ha sido crear un espacio de socialización aparentemente gratuito donde el «yo» se hace protagonista y se exhibe como producto. Por un lado, se crea la necesidad de «estar» y de «volver»; por otro, nosotros y nuestros datos son el «a cambio de».
«Si no hay espacio ni tiempos vacíos para provocar un desvío, seguiremos la inercia de repetir lo de siempre»
¿Estamos caminando hacia una sociedad más individual o de suma de individualidades?
Si hablamos de una digitalización regida bajo fuerzas monetarias como la actual sí se incentiva una sociedad más individualista, en tanto que se identifica a las personas como competidoras, dificultando los vínculos entre iguales y llevando lo colectivo a algo numérico, o a la identificación emocional por oposición a otro grupo. Hay por tanto más de suma de individualidades porque se impone una estructura digital pensada para ello.
Estamos viendo cómo se está generando una nueva manera de censura ligada al exceso de información, ¿cómo salimos de esta situación?
Me parece importante advertir del espejismo que esto genera: el exceso no es lo mismo que «la multiplicidad de voces». El exceso habla de una saturación que dificulta ver. El exceso de luz también nos ciega. Ocurre entonces que se favorece delegar en los números más altos. Como efecto, se ha ido reforzando una forma de valor que encumbra «lo más visto» como lo más importante, pasando por alto que una alta audiencia no congrega necesariamente valores positivos o información contrastada. De hecho, a veces es lo más polémico o lo más esperpéntico lo que alimenta esos números altos. Salir de esa situación requiere frenar la hegemonía de este «valor» acumulativo y revalorizar los contextos que aporten rigor, contraste científico, ética.
Expuestos permanentemente, el valor de las cosas se mide mediante los likes, los seguidores, las visualizaciones, nuestra incidencia en la red. ¿Quién marca el valor de las cosas hoy?
Desde hace años se viene asentando un valor escópico que parece igualar ojos a capital, sea en modo audiencia, seguidores o likes. Ese valor numérico es rápido y emocional, pero ante todo es un «valor de mercado» que sobrepone lo más visto como lo más valioso, esquivando otras formas de valor que requieren «otro tiempo» y que no son fácilmente operacionalizables ni predecibles. Pienso en la reflexión, la ética, la justicia, la creatividad…
¿Esta hipervisualización de modelos idealizados puede llevarnos a la frustración personal?
Es paradójico que ante el inmenso número de personas conectadas hablemos de modelos idealizados que aquí son modelos homogéneos, es decir, no de pluralidad sino de refuerzo de estereotipos y mundos más simplificados. Quizá por ello puede ser un aliciente aspirar a lograrlos, porque son concretos y epidérmicos —aparentar ser no es lo mismo que ser—. Para conseguirlos a veces solo hay que acallar la voz ética. Y claro que es frustrante, tanto para quien no comparte esta forma de ser/estar en internet, como para quien entra en ese juego de pose solo posible recreando imagen de vida y no necesariamente viviendo.
Has defendido que hay tres aspectos que marcan la vida hoy: aceleración, caducidad y exceso. Hemos hablado de la aceleración del mundo y del exce- so de información, ¿qué pasa con la caducidad? ¿Todo es efímero? Ante esto, ¿quién asume la responsabilidad si todo pasa rápidamente a otra pantalla?
Lo caduco es la base de la actualización constante y, en cierta forma, el corazón de la desinformación. Conscientes de que lo dicho hoy, verdadero o falso, será sustituido por otra noticia mañana, hay quienes lo hacen circular con algún propósito sabiendo que pocos contrastarán la información, y que la responsabilidad se diluirá entre el exceso de voces. Por ello es sumamente importante contar con medios que garanticen marcos de información veraz y no sometidos a las lógicas precarias que se valen de la caducidad, la saturación y la celeridad.
¿Podríamos entender que hay una estrategia para desactivar lo colectivo y fomentar la idea de que no hay solución a los retos del presente?
La estructura social naturalizada con las redes donde cada cual entra desde un perfil personal en torno al que gira cada universo propio orienta la interacción a un posicionamiento individualista e instantáneo desde la más pura lógica capitalista que elige logro rápido, aquí y ahora, entorpeciendo el compromiso con lo que requiere más tiempo, más escucha, a los otros. La desactivación comunitaria es el «por defecto» al que alienta el tecnocapitalismo. Por otro lado, la conciencia de los problemas sociales —que siempre son colectivos— exige trabajo también colectivo, requiere cuidar los vínculos entre las personas. No sé si estrategia, pero sí hay una clara relación entre los modelos de mundo que se movilizan en cada caso.
«No estamos ‘condenados’, pero sí ‘orientados’ a ser producto»
Con esto que nos explicas, ¿corremos el riesgo de un nihilismo social al darnos cuenta de que no hay nada que hacer para lograr el cambio?
Es un riesgo social, en tanto que para lograr cambios se precisa abordar la complejidad colectivamente, cuidarnos, imaginar y planificar, pero también acometer trabajos que no son fácilmente exhibibles y que requieren salir de la pose y romper las dinámicas de ahora. Si las energías se agotan en ser anuncios publicitarios de nuestros proyectos y no en trabajar en nuestros proyectos, todo juega a favor de la espectacularización del mundo, la política e incluso la guerra. Pero tomar conciencia de este riesgo —tú, yo, nosotros— debería ser el interruptor para movilizarnos.
Necesitamos de la reflexión y la pausa, pero ¿cómo lo hacemos si no estamos siendo capaces de parar y compramos ideas preconcebidas? ¿Cómo podemos virar hacia ese pensamiento lento que planteas?
Es tan importante parar que cabría poner en práctica todas las iniciativas: desengancharse, valorando que hay mucho de adicción en esa inercia, reconstruir vínculos que importan y cuidarnos, o incluso llegar al hartazgo y salir expulsados… Quiero decir que las soluciones son diversas, contextuales y colectivas, vale la pena probarlas. Sin embargo, diría que lo que está en juego no es la lentitud como objetivo, sino un pensamiento más lento que «necesita serlo» porque es instrumento de la conciencia, la alianza y la imaginación que conllevan los cambios.
Otro asunto sería la precarización, ¿se puede construir una sociedad próspera desde la economía del entusiasmo?
Cuando el entusiasmo es instrumentalizado para rentabilizar el trabajo negando un pago o considerando que el trabajador ya está pagado con la satisfacción de «hacer lo que le gusta», se legitima la precariedad como suelo de este abuso. Se corre el riesgo de que esos trabajos que conllevan pasión solo puedan ser para quienes ya tienen recursos y pueden permitirse trabajar a cambio de capital simbólico, como afecto, prestigio o visibilidad. Una sociedad próspera se sostiene en el pago a sus trabajadores y en la penalización de estos abusos.
Si hablamos de precariedad, no puedo dejar de recordar tu libro Frágiles (Anagrama), en el que expones la relación entre tecnocapitalismo y patriarcado y la importancia del feminismo como respuesta. ¿A qué te refieres?
Las mujeres han estado habitualmente en esos ámbitos productivos no remunerados o mal pagados, de manera que la relación entre lo feminizado y lo precarizado ha sido frecuente. Partiendo de esa relación establezco un paralelismo entre patriarcado y tecnocapitalismo: ambos se apoyan en la perversión de convertir a los sujetos oprimidos en agentes responsables de su propia subordinación (mujeres y autoexplotados); alientan la enemistad entre mujeres y la rivalidad entre trabajadores; aíslan en la esfera doméstica y ahora habitaciones conectadas; legitiman la suficiencia del pago con afecto en un caso y visibilidad en otro. Como sugieres, este paralelismo nos permitiría también valorar cómo el feminismo puede ser un ejemplo propositivo que ayude a enfrentar las formas de autoexplotación que el tecnocapitalismo alienta. Hacerlo desde la toma de conciencia, la sororidad y el cuidado mutuo, la articulación colectiva.
Hablas de empoderamiento colectivo desde la intimidad. ¿Cómo podemos construir esa colectividad?
A diferencia de los vínculos colectivos heredados o asumidos sin ser pensados, la colectividad que nace de la conciencia de un daño compartido y de una intimidad opresiva tiene gran fuerza política. Para el feminismo compartir lo que nos daña y ha sido educado para callarse ayuda a empoderar: «A mí también me pasa», «No estoy sola en esto». Es un hermanamiento que está presente en toda conciencia colectiva de la desigualdad.
«Cuando el entusiasmo es instrumentalizado para rentabilizar el trabajo negando un pago, se legitima la precariedad»
¿No crees que es necesario generar nuevas narrativas para lograr la transformación que comentas? Y en este sentido, ¿qué papel juega el arte?
Creo que vivimos un momento explosivo en la creación cultural de narrativas que recogen la pluralidad de visiones identitarias que estamos viviendo. El cine y las series serían un ejemplo. Aunque hay otros problemas que dificultan la transformación de imaginario. En el último siglo, el arte ha sido un territorio aliado para el feminismo y las reivindicaciones políticas de la igualdad. Entre otras cosas porque permite especular con lo posible y tantear otros imaginarios; pero también dar cobijo a la complejidad de lo contradictorio cuando nos rebelamos frente a las identidades que nos limitan pero que también forman parte de lo que somos.
Se habla mucho de la necesidad de incluir la tecnología en las escuelas, ¿no crees que quizás es necesario, además, fomentar la creatividad, los valores de lo común y el arte como instrumento de empoderamiento?
No solo creo que la creatividad y la educación en valores son esenciales para la educación, sino que lo son especialmente para abordar la tecnología y un mundo que normaliza vivir mediados por ella. De hecho, me parece más deseable apostar por una escuela creativa y reflexiva que por una repleta de tecnología pero sin oportunidades para pensar por sí mismos.
Mi última pregunta es de futuro. Vivimos en un mundo distópico donde las utopías más que miradas hacia el futuro se convierten en miradas retroutópicas. ¿Dónde sitúas la utopía?
Es imposible una utopía humana en un mundo donde cada cual sobrevive frente a su pantalla/espejo. Quizás un primer paso sería afirmar: «Esto no». No hay utopía ni mejora en un planeta en declive si cada cual vive en su mundo virtual como cobayas encerradas entre paredes donde se proyecta el campo. Para mí la utopía habita en la motivación colectiva por el cuidado mutuo y no por la guerra, en la primacía de una responsabilidad y una ética por el planeta y por la vida, en sobreponer política y ciudadanía al dominio del capital, recuperando el valor del conocimiento y la escucha, del reconocimiento de errores, de la pasión por un hacer con sentido, también social.
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