Buscando respuestas en la filosofía
Las inscripciones en el grado de filosofía se han disparado un 33% en el último lustro: ha pasado de ser uno de los menos valorados profesionalmente a convertirse en un aliciente para estudiantes inquietos por descifrar el mundo que les rodea.
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Alcanzar un 33% de crecimiento en las inscripciones en tan solo cinco años es un hecho poco común en los grados universitarios. No se trata de programas de estudios relacionados con la tecnología o la inteligencia artificial, sino de la filosofía. Pero ¿en qué medida es realmente inesperado este cambio?
Según una encuesta realizada por Metroscopia, un 75% de los jóvenes considera que su situación económica será peor que la de sus padres. Es decir que, en general, los jóvenes ven su futuro con pesimismo. Lo que resulta destacable, sin embargo, es que ante la pregunta de si se preferiría tener un trabajo interesante con un sueldo razonable o un trabajo no interesante pero con un sueldo elevado, el 86% se inclina por la primera. Ante la conciencia de un futuro peor que las anteriores generaciones, los jóvenes buscan un futuro interesante. ¿Y qué puede resultar más interesante que la filosofía, la ciencia del no saber?
Una primera hipótesis es que se ha perdido la noción de que la filosofía sea una disciplina por amor al arte; que la sociedad ha articulado nuevos espacios en los que las habilidades filosóficas resultan más relevantes que nunca. Cada vez son más los puestos de trabajo que requieren capacidad de pensamiento crítico, creatividad y formulación de respuestas innovadoras entre sus trabajadores, lo que se suma al hecho de que los retos laborales cada vez incluyen más dilemas éticos: desafíos que un profesional de la filosofía tiene más herramientas para resolver. Es el caso que ocupa el sector tecnológico, donde la demanda de perfiles con habilidades filosóficas se predice que aumente exponencialmente en los próximos años.
La filosofía ofrece soluciones paliativas para el alma, donde la ausencia de una única respuesta puede ofrecer alivio para los más preocupados
Otro factor clave para comprender el auge de la demanda de estudios de filosofía es el éxito que han obtenido algunos de sus graduados. Personalidades como Reid Hoffman, fundador de LinkedIn o Peter Thiel, cofundador de PayPal, tienen títulos universitarios en Filosofía. Y no solamente se da entre este tipo de perfiles: famosos de la talla de C Tangana también estudiaron filosofía en su momento. Muchos estudiantes parecen verse motivados por este éxito pluridisciplinar, pasando a concebir la filosofía como la eterna disciplina que «no sirve para nada» a entenderla como una formación plural, abierta y con una gran variedad de posibilidades en el futuro.
Más allá de su éxito, la filosofía se ha actualizado más que nunca como respuesta a los problemas reales a los que se enfrenta la sociedad. Llevamos décadas de crisis de valores y moral en nuestras sociedades contemporáneas. El rechazo de la pauta tradicional nos ha dejado sin una guía social, moral o espiritual que nos diga lo que debemos hacer. En una era de preguntas, parecemos necesitar más respuestas que nunca. La filosofía se presenta, en este contexto, como una disciplina transformadora. De acuerdo con el filósofo Jorge Freire, «este auge de la carrera deriva de la situación de crisis que viven nuestros adolescentes […]. Cuando hay un momento de crisis uno trata de agarrarse siempre a los asideros que le confieren las verdades vigorosas de la filosofía». Los jóvenes, en la actualidad, viven uno de los contextos más inciertos de la historia humana, donde retos como el cambio climático o los conflictos geopolíticos en todo el planeta generan sensaciones contradictorias y angustiosas sobre el futuro. Ante esto, la filosofía ofrece –al menos aparentemente– soluciones paliativas para el alma, donde la ausencia de una única respuesta puede ofrecer alivio para los más preocupados. No es de extrañar que, cuando piensen en su futuro, comprendan que pensar (y lo que es más importante, saber pensar) va a ser uno de sus mayores aliados.
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