ENTREVISTAS
«No creo que ningún país vaya a ser autosuficiente en chips»
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Los semiconductores, también conocidos como «chips», lo alimentan todo: desde ordenadores hasta neveras. Como explica Chris Miller en su nuevo libro, ‘La guerra de los chips (Península)’, estos seguirán marcando cada vez más el desarrollo económico y la geopolítica del siglo XXI. En una realidad hiperconectada, las guerras del futuro —dice el autor— girarán más que nunca en torno a estos componentes.
A pesar de la distancia de miles de kilómetros y franjas horarias que nos separan, es posible conversar con Chris Miller, el profesor de Historia Internacional en la Fletcher School de la Universidad de Tufts que acaba de publicar ‘La guerra de los chips’. La clave para lograrlo está, justamente, en esas pequeñas piezas de hardware que protagonizan su libro: los semiconductores, también conocidos como «chips». Estos son los que hace que funcionen desde los ordenadores hasta las redes de comunicaciones que permiten que las distancias se vuelvan invisibles. Los chips ya lo alimentan todo —están hasta en las neveras— y eso los ha convertido en protagonistas no solo de los negocios sino también de la geopolítica.
La guerra de los chips no es algo reciente, por mucho que el gran público tienda a conectarla con las noticias de los últimos años y los tira y afloja entre Estados Unidos y China. El libro de Miller arranca en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. «Mi tesis es que los semiconductores han definido el mundo en el que vivimos y han perfilado la política internacional, la estructura de la economía mundial y el equilibrio de fuerzas militares», escribe en la introducción. Entonces, ¿por qué se piensa en ellos de una forma tan presentista y se olvida su larga historia? «Mucha gente piensa en la inteligencia artificial como algo nuevo», responde Miller. «En realidad, las capacidades de computación han ido mejorando con el mismo crecimiento exponencial desde los años 60. Lo han permitido millones y millones de chips, que generan el poder de computación del que depende el mundo. Con todo, rara vez pensamos en ellos porque están enterrados en nuestros dispositivos electrónicos. Mucha gente nunca los ha visto», sintetiza.
Que una de esas diminutas piezas de tecnología pueda tener la capacidad de equilibrar y desequilibrar los poderes en geopolítica puede parecer para los no iniciados algo sorprendente. Sin embargo, los vaivenes de la historia se explican ya leyéndolos a la luz de sus desarrollos. «Una de las razones clave por las que la URSS se quedó atrasada a nivel militar es porque no pudo generar el poder de computación que los chips permiten», apunta Miller.
Mientras Estados Unidos estaba desarrollando misiles guiados que llegaban a puntos exactos —y que mostró al mundo en la guerra del Golfo—, la Unión Soviética no contaba con esa tecnología. Ni siquiera estaba cerca. «La victoria estadounidense en la carrera armamentística de la Guerra Fría se debió a sus capacidades superiores de computación», señala. Los chips no solo perfilaron el siglo XX en lo que al equilibrio de bloques se refiere: también son una parte fundamental para entender cómo funcionó su economía. «La industria de los chips fue una de las líderes de la globalización», apunta el historiador. En 1963, Silicon Valley ya estaba ensamblando en el este de Asia. «La industria de los semiconductores está entre las más globalizadas del mundo, yendo desde Estados Unidos a Europa y al este de Asia». Esto ha llevado también, como señala el experto, a un «tremendo crecimiento en el comercio mundial». China gasta cada año el mismo dinero importando chips que petróleo, recuerda.
La importancia de los chips en la economía se vio de forma clara durante la crisis del coronavirus, cuando se produjeron rupturas de stock y los políticos de medio mundo se lanzaron a prometer que la producción llegaría a sus países. ¿Son realistas estas promesas de crear fábricas de chips en cualquier lugar? «No creo que ningún país vaya a ser autosuficiente en chips. Pero las disrupciones de la pandemia demostraron cuán dependiente la economía se ha vuelto de los semiconductores. No son solo sectores tech como los teléfonos o los centros de datos. Los fabricantes de coches, los dispositivos médicos, los equipos de construcción… Todos requieren más chips que nunca. El hecho de que nuestras cadenas de suministro de chips dependan de China y de Taiwán aumenta los riesgos de inmensas disrupciones económicas en caso de un bloqueo o de una guerra», responde Miller. «No creo que Europa necesite ser autosuficiente frente a Japón o que Estados Unidos necesite depender menos de Europa. Es obvio que el principal riesgo es China, incluyendo la posibilidad de que pueda disrumpir los suministros de semiconductores desde Taiwán. Ese es el riesgo que debe ser abordado», señala. Pero la cuestión no es solo cómo y dónde se fabrican los chips. Es también lo que permiten hacer y lo que no y quién tiene esas habilidades. Es algo que la propia caída de la URSS enseña.
«El principal riesgo es China, incluyendo la posibilidad de que pueda disrumpir los suministros de semiconductores desde Taiwán»
Miller concede que sí, en efecto, los principales gobiernos están ya comprendiendo que esto de los chips no es solo una cuestión del último smartphone. «Es por eso que están ahora diseñando nuevas políticas sobre sus industrias de los chips, con el objetivo de garantizar la resiliencia del suministro en tiempos de crisis y también con el fin de limitar el acceso de sus adversarios a las tecnologías avanzadas», apunta. Los movimientos de Estados Unidos contra China en los últimos años —con la saga Huawei como capítulo destacado— se leen en ese contexto. Desde fuera, eso sí, podría verse como proteccionismo de toda la vida. Miller no está de acuerdo con esa afirmación. «Proteccionismo es proteger a las compañías de tu país. Eso no es lo que Occidente está haciendo», puntualiza. «La Unión Europea, Estados Unidos y Japón no están ayudando solo a sus propias compañías, también están dando incentivos a la inversión a empresas coreanas y taiwanesas. No es proteccionismo, es afrontar los riesgos de depender de forma excesiva de China», responde.
De hecho, si desde el punto de vista del consumo europeo —mercado en el que Android es ultrapopular y Huawei dominaba frente al iPhone estadounidense— todo el drama de Huawei tenía aires de guerra comercial, Miller deja claro que no lo fue. «Es más complicado que eso», puntualiza. La clave aquí está en quién tiene acceso a las redes de telecomunicaciones y cómo puede usarlo. Las empresas estadounidenses, recuerda, no fabrican tecnología de red. ¿Puede aprenderse de la saga Huawei y de sus consecuencias hacia dónde irá el futuro? ¿Tiene China margen de maniobra? «La principal estrategia de China, que se remonta a 2014, ha sido desarrollar autosuficiencia en la tecnología de computación», explica. «Desde entonces, ha inver- tido cada año casi tanto como la Chips Act europea invertirá en la próxima media década. Las capacidades de las empresas chinas han mejorado significativamente gracias a esa inversión», apunta. «Aun así, China depende todavía de las firmas extranjeras para la tecnología de última generación», señala. Su objetivo, recuerda el experto, es ganar en resiliencia y reducir dependencia en la próxima década.
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