Innovación

La guerra de los chips

A pesar de su mínimo tamaño, los semiconductores son una pieza clave de la innovación y, de paso, de la geopolítica. Las tensiones por el control de los chips han estado dominando el tablero mundial desde su aparición, como explica en ‘La guerra de los chips’ Chris Miller.

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09
octubre
2023

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El 18 de agosto de 2020, el destructor USS Mustin penetró en el estrecho de Taiwán y apuntó hacia el sur con su cañón Mk45, emprendiendo una misión en solitario: la de cruzar el estrecho y poner de relieve que esas aguas internacionales no eran controladas por China, al menos por el momento. Mientras el buque avanzaba rumbo sur, una fuerte brisa del sudoeste barrió la cubierta. Las sombras que dibujaban las nubes altas en el agua parecían extenderse hasta las lejanas metrópolis costaneras de Fuzhou, Xiamen, Hong Kong y los demás puertos que salpican el litoral sur de China. A lo lejos, al este, se levantaba la isla de Taiwán. Su extensa costa, llana y densamente poblada, servía de preludio para las elevadas cumbres ocultas tras las nubes. A bordo del USS Mustin, un marinero con gorra de la Armada y máscara quirúrgica alzaba los prismáticos y escudriñaba el horizonte. El mar estaba repleto de cargueros comerciales que transportaban productos de las fábricas asiáticas a los consumidores de todo el mundo.

En una oscura sala del USS Mustin, varios marineros estaban sentados frente a una serie de pantallas vivamente coloridas en las que aparecían datos de aviones, drones, navíos y satélites. Con ellas monitorizaban los movimientos que tenían lugar en el Indopacífico. Los radares del puente de mando suministraban información a los ordenadores del barco. En cubierta había preparadas 96 celdas de lanzamiento, cada una de ellas capaz de escupir misiles y abatir con precisión aeronaves, buques o submarinos a docenas de kilómetros de distancia, por no decir cientos. En diversas crisis de la Guerra Fría, el Ejército de EE. UU. había amenazado con usar indiscriminadamente su arsenal nuclear para defender Taiwán. Ahora lo hace con la microelectrónica y los ataques de precisión.

Mientras el USS Mustin navegaba por el estrecho vanagloriándose de su armamento informatizado, el Ejército Popular de Liberación chino anunciaba su réplica: varios ejercicios con fuego real alrededor de Taiwán. Un periódico controlado por Pekín lo llamó «operación de reunificación por la fuerza». Sin embargo, en ese día concreto el alto mando chino no estaba tan preocupado por la Armada de EE. UU. como por la oscura regulación del Departamento de Comercio, la llamada Entity List, que limitaba la transferencia de tecnología estadounidense al extranjero. Antes, esa lista de empresas se había usado sobre todo para impedir la venta de armamento, como piezas de misiles y material nuclear. Pero ahora el Gobierno se había propuesto endurecer muchísimo la exportación de chips informáticos, muy utilizados tanto en armamento como en bienes de consumo.

El objetivo era Huawei, el gigante tecnológico de teléfonos inteligentes, equipamiento de telecomunicaciones, servicios en la nube y otras tecnologías avanzadas. El temor de Estados Unidos era que los productos de Huawei tenían un precio muy competitivo gracias, en parte, a las ayudas del Gobierno chino, con lo que la empresa acabaría por copar la red de telecomunicaciones de la siguiente generación. La supremacía de EE. UU. sobre la infraestructura tecnológica mundial podía quedar en entredicho y el peso geopolítico de China podía aumentar. Para contrarrestar esa amenaza, Estados Unidos prohibió a Huawei comprar chips informáticos avanzados fabricados con tecnología estadounidense.

La expansión global de la empresa se frenó en seco. Algunas líneas de productos eran imposibles de producir y los ingresos se desplomaron. Se estaba asfixiando tecnológicamente a un titán. Huawei se percató de que estaba en la misma situación que las demás empresas chinas: dependía fatalmente de recursos extranjeros para hacer los chips que sustentan la electrónica moderna.

China está consagrando sus mentes más brillantes y miles de millones de dólares a intentar desarrollar su propia tecnología de semiconductores

Estados Unidos todavía posee un dominio absoluto sobre los chips de silicio que dan a Silicon Valley su nombre, aunque su posición se ha debilitado peligrosamente. En estos momentos, China invierte más dinero importando circuitos que importando petróleo. Los semiconductores se incrustan en dispositivos de toda clase, desde teléfonos móviles a frigoríficos, que China consume o exporta al resto del planeta. Los estrategas de salón teorizan sobre el dilema de Malaca chino, en alusión al principal canal por el que los buques saltan del océano Pacífico al Índico, y sobre la capacidad del país para acceder a reservas de crudo y otras materias primas durante momentos de crisis. Pero a Pekín le preocupa más un bloqueo medido en bytes, no en barriles. China está consagrando sus mentes más brillantes y miles de millones de dólares a intentar desarrollar su propia tecnología de semiconductores, todo con el fin de liberarse del estrangulamiento al que le somete Estados Unidos.

Si Pekín se sale con la suya, dará un vuelco a la economía mundial y alterará el equilibrio de fuerzas militares. La Segunda Guerra Mundial se decidió por el acero y el aluminio y fue relevada por la Guerra Fría, decidida por las armas atómicas. La rivalidad entre Estados Unidos y China podría resolverse por el poder de computación. Los que trazan la estrategia en Pekín y Washington saben que toda la tecnología, desde el aprendizaje automático hasta los sistemas de misiles, pasando por los vehículos automatizados y los drones armados, requiere chips de última generación, conocidos más formalmente como semiconductores o circuitos integrados. Y su producción está en manos de un puñado de empresas.

Casi nunca pensamos en los chips, y eso que han perfilado el mundo moderno. La fortuna de los países depende ya de su poder de computación. La globalización tal y como la conocemos no existiría sin el sector de los semiconductores y sin los productos electrónicos que estos hacen posibles. La primacía militar de Estados Unidos nace principalmente de su destreza a la hora de usar militarmente los chips. El tremendo despegue asiático de los últimos cincuenta años se ha cimentado sobre una base de silicio, pues las economías en vías de crecimiento se han acabado especializando en la fabricación de chips y en el ensamblaje de ordenadores y móviles, posibles solo gracias a esos circuitos integrados.

En esencia, la informática son millones de unos y ceros. Todo el universo digital se basa en esas dos cifras. Todos los botones del iPhone, cada correo electrónico, fotografía y vídeo de YouTube, se expresan en último término como largas cadenas de unos y ceros. Pero esos números no existen realmente. Son expresiones de una corriente eléctrica encendida (un uno) o apagada (un cero). Un chip es una retícula de millones o miles de millones de transistores, diminutos interruptores eléctricos que se abren o se cierran para procesar esas cifras, recordarlas y convertir las sensaciones del mundo real, como son las imágenes, los sonidos y las ondas de radio, en millones y millones de unos y ceros.


Este texto es un fragmento de ‘La guerra de los chips‘ (Península), de Chris Miller.

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