Antonio Garrigues Walker
«Los países mejoran cuando el nivel de exigencia mejora»
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Entrevistar a Antonio Garrigues Walker es prestarse a una gran conversación. Pero una conversación exigente, en el mejor sentido de la palabra. Porque para don Antonio, en general, «tenemos que aumentar el nivel de exigencia». Sentados en su nuevo despacho en una de las Torres Colón, las vistas invitan a charlar con calma, saltando de lo profesional a lo personal e, incluso, a adentrarse en lo divino y lo humano. Así es precisamente como aprendemos que, de todas las personalidades con las que ha tenido la suerte de codearse a lo largo de su vida, el poeta Federico García Lorca es el que más le ha impresionado. «Soy un lorquiano», confiesa sonriendo.
Me gustaría empezar por una de sus pasiones: la cultura. De hecho, escribe poesía y teatro. Para usted, la relación con la cultura es algo que se debería fomentar e incorporar en la enseñanza. En una época en la que se puede pasar de curso con asignaturas pendientes, ¿qué otros aspectos esenciales deberían incluir los currículos escolares?
Lo primero, y muy importante, en España seguimos distinguiendo entre Ciencias y Humanidades. La gente pregunta, ¿usted es de Ciencias o de Humanidades? Esa distinción tiene que desaparecer. Todo ser humano tiene que saber de ambas disciplinas y en las universidades tienen que darse las dos. No tiene sentido que en una universidad se hable solo de Humanidades, por ejemplo. Esta es una época fundamentalmente tecnología y la ignorancia de las ciencias es peligrosa. Por otro lado, las humanidades son un tema cada vez más importante y más sensible; deberíamos insistir más en ello.
Leí una entrevista suya en la que decía que nuestros jóvenes «tienen tres déficit clave: idiomático, tecnológico y de mente global». ¿Hemos superado alguno?
Estamos mejorando, pero muy poco. Yo siempre les digo a los jóvenes que tengan un globo [terráqueo] cerca y que se den cuenta de que estamos aquí metidos, pero que luego hay un mundo. Tener una mente global quiere decir que vean el mundo y que se den cuenta de que es una realidad existente. Eso lleva, además, a aceptar la idea de que hay muchas culturas. India, el país más poblado de la Tierra, tiene una cultura muy seria; y lo mismo pasa con China o con Japón. En España damos muy poca importancia a las culturas asiáticas, que son cada día son más importantes, y este desconocimiento es un problema.
«La distinción entre Ciencias y Humanidades tiene que desaparecer, todo ser humano tiene que saber de ambas disciplinas»
¿Qué consecuencias tiene este déficit para nuestra sociedad? Porque estos jóvenes serán nuestros futuros profesionales.
El desconocer una parte del mundo y otras culturas son ignorancias muy negativas. O enriqueces la mente con otras culturas o realmente te vas a ir empobreciendo poco a poco. Para ello, hace falta un profesorado que tenga una mente global y se dé cuenta de que el mundo es redondo y que no se puede ignorar ese tema. Mira la cultura sudafricana o la latinoamericana.
Estamos hablando de nuevas generaciones y, si me permite compararlas con la suya, vemos que han tenido muchas oportunidades y que están mejor formadas. Pero esta mayor formación no está siempre dando lugar a mejores oportunidades laborales, por ejemplo. Los empleos son precarios, los sueldos no muy altos y cada vez se independizan más tarde. Lo cual me lleva al tema de la vivienda, que en los últimos años se ha convertido en uno de los principales problemas sociales. ¿Qué ha fallado?
La vivienda es un tema importante, porque la autonomía, la independencia son valores fundamentales en el proceso formativo. Comprendo que no es algo que se puede resolver ya y que el precio de la vivienda para los jóvenes [en particular], y para todo el mundo, es una especie de drama. Yo les pregunto también mucho por este tema y todos me dicen que la solución está en compartir: como ellos solos no pueden pagarse una vivienda, comparten con dos o más amigos. Pero más importante que todo eso es aumentar el nivel de exigencia. En España tenemos que aumentar el nivel de exigencia. Un estudiante español tiene que pensar que va a competir con estudiantes franceses, alemanes, chinos, japoneses que tienen una determinada preparación y que, generalmente, tienen una formación y unas aspiraciones y ambiciones mayores que las suyas. Aumentar el nivel de exigencia se logra comparando; tenemos que compararnos con esos países y conocerlos. En España hay una especie de desinterés por el asunto. A veces les pregunto [a los jóvenes] si saben lo que está pasando en Alemania, por ejemplo, donde se ha generado una extrema derecha o en Noruega y su interés por el resto del mundo es bastante pequeño. De eso tienen la culpa ellos, pero también las universidades y el sistema educativo en general.
«El interés de los jóvenes españoles por el mundo es bastante pequeño»
Volviendo al tema de la vivienda ¿cree que debería ser una cuestión de Estado? ¿Que se deberían alcanzar pactos de Estado para intentar proporcionar viviendas dignas y asequibles?
Sin duda. Ese es un tema que tiene que ver con la calidad de vida, pero también con los niveles de exigencia. No solo en España; en la mayoría de los países europeos es difícil que uno pueda aspirar a tener una vivienda para él solo, la mayoría tiene de compartirla. Eso puede ser bueno. Primero, tiene su gracia y, segundo, crea el nivel de exigencia [del que hablábamos]. Insisto en que España tiene que valorar mínimamente lo que hacen nuestros vecinos europeos. Los países mejoran cuando el nivel de exigencia mejora.
En España, corren tiempos convulsos: vemos casos de corrupción en el Gobierno que nunca antes se habían dado, una escisión en el Partido Socialista importante, una elevada falta de transparencia tanto en el Gobierno como en las instituciones. ¿Qué opinión le merece el actual panorama político nacional?
Tenemos que mejorar y convencernos de que no podemos quedarnos atrás. Debemos aspirar a estar delante; podemos estar delante. No tenemos por qué estar detrás de Francia, de Alemania o de ningún país europeo. España tiene, además, la virtud de que es un país con un turismo que supera ya los cien millones, leía el otro día.
Ampliando el foco al tablero internacional, vemos un auge de los populismos y nacionalismos que suponen una amenaza para el progreso y la democracia. ¿Cree que se trata de una dinámica in crescendo? ¿Están en riesgo las democracias liberales del siglo XXI?
Tiendo a ser optimista. Creo que España puede mejorar, no cabe duda, y los populismos –que hay en todos los países– tienen también su lugar en la vida política, no hay que negárselo. Pero más que el populismo, me preocupa el crecimiento de la derecha, que está aumentando en todo el mundo. En este sentido, me gustaría ver la presencia de otras ideologías y actitudes políticas, además de las muy comprensivas de la derecha. Ahí volvemos otra vez a lo de antes: me gustaría ver a gente con una cultura más global y con un apetito más fuerte por otras culturas.
«El problema de Europa es que cada uno quiere tener su propia solución»
La extrema derecha crece, por ejemplo en Europa. Además de esto, entre la guerra de Ucrania y la vuelta de Trump a la Casa Blanca, el viejo continente tiene que hacer frente a cuestiones clave como su independencia –de energía, seguridad, defensa–. La OTAN ha acordado un aumento del 5% del PIB en gasto militar, impuesto por Donald Trump. ¿Le parece un incremento lógico y realista? ¿Podemos defendernos sin la ayuda de Estados Unidos?
Nadie puede ser dogmático en lo del 5%, porque nadie puede afirmar que la única solución sea un 5% o un 2,1%. El que crea que esa es la única solución, se dará cuenta rápidamente de que puede haber otras. Yo comprendo que son temas delicados que afectan a los presupuestos, a la actitud del país; pero el problema de Europa es que cada uno quiere tener su propia solución. Europa tiene sus encantos, sus virtudes y sus defectos. Nosotros estamos compitiendo en este mundo con dos países como China y Estados Unidos; ambos son un solo país con un solo líder. En cambio, en Europa, cada país quiere tener su propio liderazgo cultural y sus propios afanes, lo cual tiene su riqueza, pero también sus contraindicaciones. En China, el señor XI Jinping habla, por ejemplo, de que hay que mejorar en tecnología y han pegado un salto [tecnológico] tremendo. En Europa tenemos una enfermedad propia, que es la envidia colectiva y permanente.
Cuando en 2001 se aceptó a China en la Organización Mundial del Comercio como una economía de mercado, Occidente pensó que esto nos iba a beneficiar a todos y que, poco a poco, China iría abriéndose. Pero los cambios económicos ha reforzado su nacionalismo…
Lo único bueno de eso es que democratiza el país. No pueden controlar el avance democrático. La gente empieza a querer cada vez más democracia y, de hecho, cada vez hay más democracia en China. No es perfecta, ni mucho menos, pero la tendencia a democratizar el país es absolutamente clara. Créeme que eso es así, lo conozco bien, tenemos una oficina en Shanghái. Es que sin democracia tampoco hay futuro.
Con todo lo que usted ha visto de la Unión Europea, ¿cómo ve su futuro? ¿Vamos a seguir unidos o nos vamos a resquebrajar?
Todo el mundo insiste en que Europa tendría fuerza si operase unida. Luchar contra Estados Unidos o contra China con 27 nacionalidades cada una con sus propias peculiaridades es un tema complejo. Al mismo tiempo, aspirar hoy a que Europa reaccione y se dé cuenta de que su fuerza está en la unidad me parece una utopía.
Me gustaría acabar con el tema de nuestra era, la inteligencia artificial, que está suscitando mucho debate: su vertiginoso desarrollo está modificando la forma de relacionarnos, consumir, trabajar y parece claro que necesitamos desarrollar un marco legislativo que la regule. ¿Qué opinión le merecen estas nuevas herramientas digitales?
Es absolutamente imposible pararla y va a seguir creciendo. El ser humano acabará dándose cuenta de los riesgos que tiene y proveerá para que no aumenten. Hay mucha gente que dice que la inteligencia artificial puede destruir al mundo y otros, en cambio, que dicen que es buena y que permitirá avances importantes. Yo hablo de este tema con mucha gente joven del despacho y la mayoría no dramatiza; «esto es así», dicen.
«El ser humano acabará dándose cuenta de los riesgos que tiene la IA y proveerá para que no aumenten»
Menciona a los jóvenes de su despacho y no puedo evitar pensar en lo que ha conseguido a lo largo de los años: una firma con presencia internacional que es toda una referencia en nuestro país. Esto requiere muy buenos equipos y una gran capacidad de liderazgo. ¿Cómo se consigue eso pero, sobre todo, que perdure en el tiempo?
Yo ya no lidero esta firma, me ocupo solo de la investigación jurídica. El presidente ejecutivo es Fernando Vives, un magnífico presidente que es quien la está conduciendo; no es fácil, porque dirigir a tantos abogados es complicado. Pero lo estamos haciendo bien y es una firma de respeto, tanto en Europa como en el resto del mundo. Esto tiene que ver con algo que tú puedes entender: mi nombre es Antonio Garrigues Walker, lo cual quiere decir que tenía una madre americana. Si uno tiene una madre americana, va a América; y si vas a América y eres abogado, ver las firmas de allí. Siendo muy joven, me daba cuenta de que ahí ya había firmas de 200, 250 abogados cuando aquí éramos 12, cifra que suponía una barbaridad por aquel entonces. En Estados Unidos yo preguntaba mucho cómo se crece, cómo se paga a los más jóvenes y todo lo relacionado con la estructura de una firma. Así traje ese tipo de conocimiento y de ahí empezamos a poner en marcha, algo que, honestamente, ya existía en otras partes del mundo.
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