«Vamos hacia un concepto de sostenibilidad menos activista y más económico»
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La aparatosa llegada de Donald Trump a la Casa Blanca está generando mucha incertidumbre alrededor del presente y futuro de las finanzas sostenibles o de la vigencia de los criterios ESG (ambientales, sociales y de buen gobierno) como estándar de inversión. ¿Hay peligro de que se produzca un retroceso en la llamada «economía verde» y, con ella, de los objetivos de la agenda sostenible mundial, o se trata únicamente de un cambio de registro en la narrativa sostenible? Hemos hablado de todo ello con una de las voces más autorizadas en la materia, el economista, director ejecutivo del máster de Sostenibilidad de la Universidad de Navarra y consejero editorial de Ethic, Alberto Andreu Pinillos.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca preocupa a los defensores de los criterios ESG. ¿Veremos una regresión hacia modelos financieros del capitalismo más tradicional?
Desde un punto de vista conceptual, hay una reedición del viejo debate entre las ideas de Milton Friedman, con su defensa de que la única responsabilidad social del empresario consiste en generar valor para el accionista, y las de Edward Freeman, que en el año 84 introdujo el concepto de creación de valor a largo plazo para todos los stakeholders. La pregunta que conviene hacerse en este momento es: ¿se puede crear valor para el accionista si no se crea valor también para el cliente y el resto de grupos de interés? Para mí la respuesta correcta es que en el corto plazo sí es posible, pero en el largo no.
¿Ves una ola anti ESG?
«Se nos rompió la palabra sostenibilidad de tanto usarla»
La primera definición de desarrollo sostenible la hace Gro Harlem Brundtland en el año 86, y en ella se aborda la necesidad del compromiso a largo plazo sin comprometer las necesidades del presente. Después, en el año 94, John Elkington habla por primera vez de las tres cuentas de resultados: la económica, la social y la ambiental. Pero en 2004 surge el concepto de ESG, que se refiere a las dimensiones ambiental, social y de gobernanza, y ahí es donde el concepto económico se pierde. Creo que lo que estamos viviendo hoy es la recuperación de esa dimensión económica de la sostenibilidad.
En cuanto a las finanzas sostenibles, ¿cómo crees que puede afectarles este cambio de rumbo en la política norteamericana?
En Estados Unidos se ha producido una caída de los fondos catalogados como ESG del 56% en el último trimestre respecto al mismo periodo del año anterior, mientras que en Europa esa caída ha sido del 7,2%. ¿Se puede contagiar Europa de este efecto Trump? Mi sensación es que los inversores no van a sacar su dinero de aquellos activos monetarios que tengan relación con la sostenibilidad y sean rentables solo por una cuestión ideológica, y ahora mismo los fondos dedicados a renovables tienen rentabilidades entre el 10 y el 20%.
Hace unos meses varios estados republicanos interpusieron una demanda contra BlackRock y otras grandes firmas de inversión por un supuesto delito contra la competencia. ¿En el trasfondo de este movimiento están el veto de los enfoques ESG a la producción de carbón y a empresas altamente contaminantes?
La denuncia es doble. Por un lado, se acusa a esas grandes empresas y bancos de formar alianzas y funcionar, en la práctica, como cárteles. ¿Por qué? Porque todos juntos mueven muchísimo dinero –el equivalente al PIB de Francia y Alemania juntos–, recursos que invierten de la misma forma y con los mismos criterios, lo cual, de alguna manera, va en contra del libre mercado. La segunda acusación es que no están cumpliendo con su deber fiduciario de presentar a los inversores las mejores opciones de riesgo posibles. Su argumento es que, si las grandes firmas de inversión están eliminando de esas opciones posibilidades de obtener rentabilidad, por ejemplo, en fondos de petróleo o de armas, están incumpliendo esas obligaciones.
Ese «cártel», sin embargo, parece que se está deshaciendo. BlackRock acaba de dejar la Zero Asset Management Initiative, al igual que lo ha hecho su competidora Vanguard. También grandes bancos como JPMorgan Chase, Goldman Sachs, Morgan Stanley, Citigroup, Bank of America y Wells Fargo han dejado en las últimas semanas la Net Zero Banking Alliance. ¿Cómo interpretas estas deserciones?
«En el corto plazo se puede crear valor para el accionista sin hacerlo para el cliente y los grupos de interés, pero no en el largo»
El otro día, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, dijo que aquellos que se salían de las alianzas estaban en el lado equivocado de la historia. Yo puedo compartir esa visión desde una perspectiva política; pero lo veo de otra manera desde un planteamiento racional-económico. ¿Qué ha pasado bajo mi punto de vista? Que todas estas firmas se salen de las alianzas para protegerse ante eventuales futuras demandas, para no dejar una prueba preconstituida que pueda utilizarse para acusarlos de que forman parte del grupo. Pero es interesante analizar lo que han dicho a título individual algunos de los que se han ido. BlackRock, por ejemplo, ya ha afirmado que seguirá manteniendo los criterios de gestión prudente de riesgo y los aspectos ESG en sus operaciones.
¿Qué efectos podrían tener estos movimientos a corto y medio plazo en el sector financiero global?
Hay varias ideas que yo creo que van a marcar el rumbo de los próximos meses. Una es la creación de valor a largo plazo. La otra, la gestión prudente de riesgo. No tengo ninguna duda sobre estas dos. La tercera es la captura de oportunidades, por ejemplo, en el terreno de las renovables, algo que cada inversor gestionará de la manera que mejor considere. Y la cuarta, el gran debate sobre qué ocurrirá con todo lo relacionado con la inversión de exclusión, como los combustibles fósiles o las armas.
Hace solo unos pocos años Larry Fink, el CEO de BlackRock, enarbolaba la bandera de la sostenibilidad como algo irrenunciable. Ahora, se diría que con la victoria de Trump ya no lo es tanto.
«Los inversores no van a sacar su dinero de aquellos activos que tengan relación con la sostenibilidad y sean rentables»
Creo que a partir de ahora vamos a jugar mucho con las palabras. En el 2019 se produce la famosa declaración de la Business Round Table sobre la búsqueda de creación de valor para todos los stakeholders, que ponía el foco en el concepto de sostenibilidad. Posiblemente, la narrativa ahora será diferente, menos «activista» y más de orientación racional-económica. Se habla de «crear valor a largo plazo», de «gestión prudente de riesgo», y se recuperan conceptos de los años 2000 como «negocio responsable». Y en ese cambio del lenguaje puede que la «sostenibilidad» y los «ESG» pierdan fuerza. Rocío Jurado decía eso de «se nos rompió el amor de tanto usarlo». Aquí ha pasado un poco lo mismo. Se nos rompió la palabra «sostenibilidad» de tanto usarla.
Grandes empresarios como Mark Zuckerberg, fundador de Meta, han abandonado sus tesis progresistas para acercarse al trumpismo. ¿Muestra este fenómeno una supeditación mayor de la esperada del poder económico al político?
Son flujos, momentos. El impacto de lo político en la economía ha sido evidente a lo largo de la historia, tanto como el de la economía en la política. Unas veces la balanza se inclina hacia un lado y otras hacia el otro. Lo que hay que tener en cuenta es que, en democracia, la política o los gobernantes no surgen de la nada, sino que son el resultado de tendencias sociales, y las empresas también están inmersas en ese ecosistema social. Lo que tú no puedes hacer como empresario es mantener discursos que el ecosistema social en el que estás inmerso no te quiere comprar.
Trump ha sacado a EEUU de los Acuerdos de París y promete, con su lema «drill, baby, drill», estimular la extracción y el consumo de combustibles fósiles. ¿Habrá efecto contagio en el resto del mundo o estamos exagerando la influencia de Estados Unidos en la agenda sostenible mundial? ¿Qué papel puede jugar China en el mantenimiento de esa hoja de ruta?
Hoy, fuera de los acuerdos de París están Estados Unidos (con un 11% de las emisiones totales de gas de efecto invernadero), Irán (1,94%), Libia (0,18%), Yemen (0,3%) y Argentina (0,35%), es decir, salvo Estados Unidos, todos residuales en cuanto a GEI. ¿Afectará esto a lo que hagan los otros grandes emisores, empezando por el principal, que es China con el 30%? Yo creo que no, básicamente porque los chinos han visto una enorme oportunidad en todo lo que tenga que ver con las renovables. Una vez más, prima el aspecto racional-económico. Si China está inundando el mercado europeo con sus coches eléctricos no es porque quiera mejorar la salud del planeta, sino porque ha visto una oportunidad de negocio.
«Si China está inundando el mercado europeo con coches eléctricos no es porque quiera mejorar la salud del planeta, sino porque ha visto una oportunidad de negocio»
Por lo que se refiere a Europa, actualmente la UE trabaja en el proyecto Omnibus, que propone reducir los requisitos de la CSRD, la CSDDD y la taxonomía. ¿Qué implicaciones tendrá esta iniciativa?
El problema de Europa no es de exceso de sostenibilidad, sino de pérdida de competitividad global. Usar «competitividad» y «sostenibilidad» en la misma frase parece un oxímoron. ¿Se puede ser competitivo a largo plazo sin ser sostenible? La respuesta es que no. Otra cosa distinta es que tú puedas tener mercados más competitivos y eficientes. Tanto el informe Draghi como el de Enrico Letta marcan el camino. El primero nos dice que necesitamos ser más competitivos. Y para lograrlo, el segundo nos urge a simplificar nuestra carga burocrática. El proyecto Omnibus de Ursula Von der Leyen trata precisamente de eso, de simplificar los requisitos de las directivas CSRD, de la directiva de diligencia debida y de la taxonomía para ganar agilidad y competitividad.
Hay quien dice que Trump es, sobre todo, un empresario y que, al final, más allá de proclamas populistas, siempre va a apostar por el caballo ganador. Y los criterios ESG parecía que eran los que estaban ganando. ¿Habrá más ruido que nueces ahora que ha jurado el cargo?
Yo creo que está pasando eso. El péndulo se ha desplazado hacia las posiciones más extremas, pero volverá a descender. Mi sensación es que lo que va a resurgir con fuerza es el concepto de sostenibilidad económica. De nuevo, será importante gestionar el lenguaje. Hace años presenté al consejo de una empresa cotizada un «Plan de sostenibilidad climática» y, después de rechazarlo, un consejero me preguntó si yo era comunista. Tres meses después volví a presentarles un plan idéntico solo que cambiándole el título por «Plan de ahorro y eficiencia energética». Lo aprobaron y aquel mismo consejero me felicitó.
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