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Educación

Educar no admite atajos

Las estrategias tecnológicas efectivas nacen en el aula. No se trata de centrarse únicamente en el alumnado, sino de comprender cómo la tecnología puede reforzar los objetivos de aprendizaje y apoyar al profesorado.

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31
octubre
2025

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El uso de móviles y pantallas en las escuelas españolas ha generado un intenso debate en los últimos meses, y no es difícil entender las razones: toca directamente la manera en que los niños y niñas aprenden y se relacionan en el aula. Algunos centros han adoptado medidas drásticas, como fundas que bloquean los teléfonos durante toda la jornada o normas que prohíben su uso. Los primeros indicios apuntan a más atención y mejor convivencia, pero la pregunta sigue abierta: ¿prohibir, limitar o integrar la tecnología?

Antes de decidir, quizá convenga plantearse una cuestión más básica: ¿qué condiciones son realmente necesarias para que una persona aprenda de manera efectiva?

Lo esencial no ha cambiado. El factor más determinante sigue siendo un buen profesorado: explicaciones claras, límites definidos, consistencia, cercanía, retroalimentación y autoridad reconocida. Ninguna pantalla sustituye esa interacción, aunque puede complementarla si se integra en un diseño pedagógico coherente y alineado con los objetivos de aprendizaje. Cuando la tecnología entra en el aula sin esa brújula, puede convertirse en un simple distractor.

Los datos respaldan esta idea. Según PISA (2022), la mayoría de los alumnos declara sentirse distraídos por los dispositivos durante la clase. Aunque los resultados suelen ser mejores para quienes usan tecnología con fines educativos, los beneficios se concentran en quienes la emplean menos de una hora al día. A partir de ahí, el efecto se diluye. En Beyond Access: Evaluating Scalable Digital Interventions in Four Latin American Countries (2025), la autora Mª Ángeles Carranza muestra un patrón claro: los programas que solo reparten dispositivos apenas generan mejoras. Iniciativas como Conectar Igualdad (Argentina) o Mi Compu.Mx (México), centradas en la entrega masiva de ordenadores, no produjeron avances significativos y, en algunos casos, ampliaron las brechas. En cambio, proyectos como BA-Khan (Chile) o PreparaTec (México) lograron progresos cuando fueron acompañados de formación docente y apoyo pedagógico.

Las estrategias tecnológicas efectivas nacen en el aula. No se trata de centrarse únicamente en el alumnado, sino de comprender cómo la tecnología puede reforzar los objetivos de aprendizaje y apoyar al profesorado. Lo que marca la diferencia no es el hardware, sino la integración pedagógica, la formación continua y el acompañamiento docente. Sin esa mediación, los dispositivos pierden buena parte de su potencial.

La tecnología ofrece ventajas indiscutibles: permite personalizar la enseñanza, automatizar tareas y detectar dificultades antes de que se cronifiquen. Pero también conlleva riesgos: puede ampliar la brecha entre alumnos, fomentar la distracción si no se integra en un plan pedagógico y generar un espejismo de innovación si no va acompañada de apoyo al profesorado.

Las decisiones no deberían surgir del entusiasmo tecnológico ni de prohibiciones tajantes

Por eso, las decisiones no deberían surgir del entusiasmo tecnológico ni de prohibiciones tajantes, sino de condiciones claras: qué se enseña y cómo, cómo se apoya al profesorado, la formación docente continua y una gestión alineada con las necesidades reales.

Aprender de los casos de éxito permite avanzar con más solidez. En Perú, el ministerio incorporó gestores del sector público y privado para mejorar la gestión y reformó el proceso de selección de 15.000 directores escolares. En Ceará (Brasil), las 150 mejores escuelas apadrinaron a las 150 con peores resultados; si estas mejoraban, ambas eran recompensadas. El modelo también funcionó en Shanghái, donde los subdirectores solo pueden ascender si antes lideran la mejora de una escuela en dificultades.

¿Cuáles son los diferentes factores de éxito?

Agilidad de actuación: estas iniciativas actúan con agilidad para transformar los planes en acciones concretas, crean una hoja de ruta clara y orientan los recursos hacia las prioridades reales. Ajustan el ritmo de los cambios para mostrar progresos tangibles y mantener el impulso.

Humildad para liderar: Destacan aquellos que se inspiran en los casos que funcionan, ya provengan del sector público o privado; reconocen los errores e identifican los avances, aprenden de ellos y comunican los resultados de manera transparente y autentica. Además, fomentan la cooperación entre distintos actores.

Propósito claro: Diseñan con mirada de equidad y sostenibilidad, garantizando que las mejoras beneficien a todo el alumnado. Por tanto, promueven la diversidad de enfoques educativos y respetan la libertad de cada región y/o familia para implicarse en el proyecto que mejor se adapte a sus valores, con un propósito compartido: que todos los estudiantes, sin excepción, aprendan más y mejor.

Educar a un hijo o hija no tiene manual de instrucciones, ni debería existir un modelo único sobre cómo hacerlo. Cada familia aporta valores y contextos distintos, y la riqueza del sistema educativo reside precisamente en esa diversidad. Lo importante es asegurar que, sea cual sea la escuela o el enfoque pedagógico, todo el alumnado cuente con las condiciones necesarias para desarrollar su potencial. La evidencia sobre el impacto de la tecnología en el aula no puede ignorarse, tanto si uno se siente cercano a la innovación digital como si prefiere métodos más tradicionales.

En este debate solemos elegir entre extremos buscando soluciones rápidas como prohibir móviles, repartir ordenadores o instalar apps milagrosas.

Pero educar nunca ha sido un asunto de atajos. La cuestión no es elegir entre extremos, sino avanzar ágilmente con rigor, tolerancia y propósito hacia un objetivo común: mejorar el aprendizaje de cada individuo para afrontar con éxito los retos globales del siglo XXI.


Mònica Casabayó es profesora titular de Marketing de Esade

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