Miguel Salas Díaz
Crecer en el asombro
El asombro es una emoción que ha fascinado al ser humano desde el mismo origen de la civilización. Sin embargo, no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando comenzaron a estudiarse su naturaleza y efectos desde una perspectiva científica.
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Sucede en ocasiones que las palabras más corrientes son las más difíciles de definir. Es como si el uso las desgastara, las abriera a múltiples interpretaciones y las convirtiera en comodines.
Prácticamente, cualquier experiencia de cierta intensidad puede ser calificada de asombrosa: «La película me pareció asombrosa», o «Es asombroso lo que se parece Juan a su padre». La laxitud con que todos usamos el término no nos pone nada fácil la labor, por lo que es fundamental comprender qué queremos decir cuando hablamos del asombro. Y la mejor manera de ponernos de acuerdo en un significado es acudir al Diccionario de la lengua española y después a la etimología de la palabra.
En este caso, el DLE no nos ayuda demasiado porque recoge —y así debe hacerlo— la ambigüedad del término. Da tres acepciones de la palabra asombro: la primera, «Gran admiración o extrañeza»; la segunda, «Susto, espanto»; la tercera, «Persona o cosa asombrosa». La primera es, sin duda, la que más se ajusta a nuestros intereses y, aun así, sigue siendo demasiado amplia.
Y la etimología, ¿qué puede aclararnos? La palabra asombro tendría su origen en el latín, en una combinación de dos preposiciones y un sustantivo: ab, sub y umbra, es decir, «de bajo las sombras». Según esta visión del concepto, la emoción del asombro tendría lugar cuando algo o alguien «ha salido de las sombras», es decir, se ha revelado a nosotros tal cual es.
El asombro es una emoción repentina que se nos impone y acapara por completo nuestra atención
Si unimos ambos conceptos, llegamos a la conclusión de que el asombro es una gran admiración o extrañeza causada por algo o alguien que estaba en la sombra y ha salido de ella, es decir, que se ha mostrado a la luz, ante nosotros. Por lo que el asombro puede definirse como una gran admiración o extrañeza causada por un objeto que capta nuestra atención.
Dicho objeto provoca, al aparecerse ante nosotros, un quebrantamiento de nuestras expectativas y una restructuración de nuestra forma de pensar, como explican los psicólogos Keltner y Haidt.
Por su parte, Aristóteles y Platón nos han enseñado que el asombro puede ser desencadenado por el deseo de saber más sobre dicho objeto (cómo está constituido, cómo funciona), pero también por el misterio que provoca su mera presencia (por qué existe, por qué es como es), lo que nos abre a reflexiones metafísicas.
Como cualquier otra emoción, el asombro posee unas características que lo distinguen de las demás emociones.
- Si tenemos en cuenta su naturaleza, el asombro es una emoción repentina que se nos impone y acapara por completo nuestra atención.
- Si tomamos en consideración el objeto del asombro, puede ser provocado por algo que percibimos mediante los sentidos o el pensamiento, y que no depende de la presencia superficial de dicho objeto, sino de su naturaleza profunda y verdadera, que se nos revela momentáneamente.
- Si pensamos en los efectos del asombro, aprendemos que puede provocar en nosotros una reevaluación de nuestras creencias y prioridades, y que nos enseña también que la mayor parte de nuestro tiempo estamos «dormidos» ante la maravilla.
¿Cuáles son los beneficios del asombro?
El asombro es una emoción que ha fascinado al ser humano desde el mismo origen de la civilización. Sin embargo, no fue hasta bien entrado el siglo xx cuando comenzaron a estudiarse su naturaleza y efectos desde una perspectiva científica. Aunque para la mayoría de nosotros sigue siendo una de las emociones más desconocidas, la labor de importantes psicólogos, sociólogos y médicos ha confirmado mediante resultados medibles lo que ya Platón y Aristóteles sabían: el asombro proporciona enormes beneficios a nivel físico, psicológico e incluso espiritual.
El asombro nos beneficia a todos los niveles:
- A nivel físico, aumenta nuestra vitalidad y hace disminuir la inflamación de baja intensidad, que parece encontrarse entre las causas de múltiples enfermedades. Además, reduce el cortisol y estimula el tono del nervio vago, lo que reduce el estrés y aumenta nuestro bienestar general. Su efecto calmante puede ser una excelente herramienta contra la tristeza.
- En lo psicológico, el asombro provoca una disminución del ego y proporciona, de ese modo, numerosos beneficios: nos ayuda a relativizar y hace que nos sintamos parte de algo más grande que nosotros. Así, nos impulsa a ser solidarios, humildes, tolerantes y generosos. Además, durante la experiencia del asombro el tiempo parece dilatarse, lo que puede volvernos menos impacientes, más generosos y comprometidos con nuestra comunidad.
- A nivel intelectual, el asombro detiene el parloteo mental, multiplica nuestras ganas de aprender, aumenta nuestra capacidad de concentración y de retención de conocimientos y nos ayuda a conectar ideas, fomentando así la creatividad. Además, nos vuelve más flexibles y eficaces, y mejora nuestra capacidad de vivir en la incertidumbre sin sentirnos incómodos.
- Por último, el asombro nos ayuda a encontrarle un sentido a la existencia: es un eficacísimo antídoto contra la monotonía, pues vuelve nuevo lo viejo y extraño lo familiar; es, por lo tanto, un excelente camino hacia la trascendencia.
Por último, hemos visto que una parte del asombro depende de nosotros: podemos abrirnos a él observando una serie de pautas que son, puro sentido común y, en última instancia, un modo de vivir más conscientes y presentes. Para encontrar el asombro, tendremos que superar la pereza para recorrer con los ojos y el corazón bien abiertos, y la atención puesta en cada detalle, como hacen los niños.
Este texto es un extracto de ‘Crecer en el asombro’ (Plataforma editorial, 2025), de Miguel Salas Díaz.
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