Cómo aprender que no somos tan importantes
A menudo creemos que todos nos observan y juzgan, pero entender esta percepción exagerada puede ayudarnos a reducir la ansiedad y vivir con más tranquilidad. La realidad es que no somos tan importantes (y eso es bueno).
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Aunque pueda parecer una contradicción, la inseguridad personal puede ser reflejo creernos demasiado importantes o de creer que lo que hacemos es más relevante de lo que realmente es. Queremos hacer todo bien, damos mil vueltas a cómo se interpretó aquella frase inoportuna o dudamos de si aquel correo sonó demasiado serio.
Hoy, las redes sociales nos animan a destacar, a mostrarnos, a celebrar cada logro e, incluso, a hacer storytelling de cualquier fracaso como muestra de superación. A menudo sentimos que cada gesto, comentario o error tiene un peso enorme, como si el mundo entero estuviera pendiente de nuestra vida. Sin embargo, esa trascendencia suele estar solo en nuestra mente: lo que hacemos rara vez es percibido con la misma intensidad por otras personas. Entender que algunos actos no tienen tanto impacto puede ayudarnos a ganar libertad y a vivir con menos presión.
El yo en el centro de atención
Desde la psicología, se han hecho muchos estudios sobre lo que se conoce como el ‘sesgo egocéntrico’, un fenómeno que describe nuestra tendencia a ver el mundo desde nuestra propia perspectiva y a sobrevalorar la relevancia de nuestras experiencias o aportaciones. No significa que seamos egoístas, se trata de una distorsión cognitiva: solemos pensar que lo que sentimos, hacemos o recordamos es más importante de lo que en realidad resulta para otras personas. Un experimento clásico de Ross y Sicoly (1979) lo ilustró de forma muy clara: cuando se pidió a parejas y a grupos que estimaran qué porcentaje de responsabilidad tenían en distintas tareas, la suma de las respuestas solía superar el 100%. Es decir, cada persona tendía a pensar que había hecho más de su parte.
Relacionado con esta misma tendencia aparece el efecto foco (spotlight effect), otra distorsión cognitiva que nos lleva a creer que otras personas nos observan con más atención de la que realmente prestan. Tiene mucho que ver con esa incomodidad que sentimos, por ejemplo, al cometer un error al hablar en público o al tropezarnos por la calle. La mayoría de la gente está demasiado ocupada con sus asuntos como para fijarse tanto en lo que hacemos.
El efecto foco es una distorsión cognitiva que nos lleva a creer que otras personas nos observan con atención
Uno de los experimentos más citados sobre este fenómeno lo llevaron a cabo Gilovich, Medvec y Savitsky. Pidieron a estudiantes que entraran en una sala llena de gente con camisetas ridículas. Mientras que quienes las llevaban creían que al menos la mitad del público se fijaría en ellas, en realidad solo un 20% las había notado.
¿Por qué ocurre esto? Las psicólogas Valentina Capasso y Cristina Colantuono explican que existen diversos motivos. El primero tiene que ver con esta autoconciencia amplificada: estamos tan pendientes de lo que hacemos que damos una relevancia desproporcionada a cada gesto. El segundo es que olvidamos algo simple: cada persona vive inmersa en su propio «foco» personal, lo que deja poco espacio para observar con detalle lo que hacen otras.
También influyen otros factores, como la rumiación mental: revivimos nuestros errores una y otra vez hasta convencernos de que otras personas los recuerdan con la misma intensidad, cuando lo cierto es que tienden a olvidarlos con rapidez. Además, el auge de las redes sociales también ha aumentado esa sensación de exposición constante. El «me gusta» funciona como un pequeño aplauso que refuerza la ilusión de centralidad, aunque nuestras publicaciones desaparezcan en cuestión de segundos en un flujo interminable de imágenes y mensajes.
¿Cómo dejar de creer que somos el centro de atención?
Como explican Capasso y Colantuono, entender cómo funciona el efecto foco «puede contribuir a reducir el ansia social y favorecer una actitud más serena y auténtica». Además, ofrecen algunas técnicas que pueden ayudar a atenuar el miedo a que nos juzguen, a relativizar el impacto de nuestras acciones y a disminuir la sensación de estar constantemente bajo la mirada ajena.
El primer paso es recordar que la mayoría de las personas está más centrada en sí misma que en lo que hacemos o dejamos de hacer. También es útil adoptar una perspectiva realista sobre nuestros errores y reflexionar sobre su verdadera importancia para evaluar el impacto real de nuestras acciones. De igual manera, conviene centrarnos en lo que podemos aportar en las interacciones sociales, en lugar de preocuparnos por cómo nos perciben.
Limitar el uso de redes sociales puede ayudar a reducir esa sensación de exposición
A partir de esta base, podemos exponernos gradualmente a situaciones sociales, de forma que vayamos relativizando la percepción del juicio externo y fortaleciendo la confianza en nuestras propias capacidades. Además, hay algunas acciones cotidianas o hábitos que pueden ayudarnos en el proceso, como limitar el uso de redes sociales para reducir esa sensación de exposición. También la meditación puede ayudarnos a desplazar la atención de una excesiva autoconsciencia hacia la aceptación de nuestras propias imperfecciones.
El valor de sabernos vulnerables
Cuando comprendemos que no todo gira a nuestro alrededor, podemos soltar parte de la tensión que sentimos a diario. Esa presión constante genera inseguridad y bloqueos, pero aceptar nuestra vulnerabilidad puede liberarnos y aliviar gran parte de esa carga. Lejos de ser pesimista, reconocer que no siempre somos el centro de atención ofrece una sensación de alivio y libertad.
Como explica la escritora e investigadora estadounidense Brené Brown la vulnerabilidad es «incertidumbre, riesgo y exposición emocional». No es debilidad, sino todo lo contrario: implica atrevernos a mostrar nuestras imperfecciones. Solo cuando dejamos de defender nuestra autoimagen, podemos experimentar relaciones más auténticas y liberarnos de la ilusión de estar siempre bajo la mirada de otras personas.
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