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Ilusión y realidad en el pensamiento hindú y budista

El velo de Maya

Más allá de ser una suerte de distracción de la realidad apenas irrelevante, el velo de Maya nos impide contemplar lo real tal y como es. Es decir, nos ofrece un paisaje distorsionado y fragmentario del ser.

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17
julio
2025

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India es un término cuyo origen se remonta al griego Ἰνδία, palabra con la que Alejandro Magno (356-323 a.C.) designó al vasto territorio al este del río Indo que ha sido la cuna de todo un archipiélago de culturas religiosas de gran influencia. Entre ellos se halla el hinduismo, cuño que, a su vez, ha sido empleado tras la colonización para unificar a múltiples tradiciones. Aún hoy, a pesar de que algunos textos, como los Vedas, o de que algunas figuras, como Brahma, son ejes centrales en muchas corrientes hindúes, el hinduismo está lejos de ser una religión homogénea.

Entre los siglos VI y IV a.C. el descontento social propiciado por ciertas prácticas hindúes (cuyo albor se remonta, al menos, a un milenio antes) estuvo ampliamente relacionado con el avance de una nueva cosmovisión, la budista. A diferencia de la primera, esta sigue de un modo no dogmático (recordemos la cita del monje budista Linji Yixuan: «Si encuentras a Buda, mátalo») los preceptos instruidos por Siddharta Gautama, apodado como el Buda, es decir, como el Despierto, el Iluminado.

Así pues, budismo e hinduismo –es necesario insistir en la heterogeneidad que cobija cada uno de estos cuños– tienen una misma raíz.

Una de las ideas más sugerentes que comparten ambas tradiciones es la del velo de Maya, concepto metafísico que alude a la ilusión que acompaña nuestra experiencia del mundo. En sánscrito, māyā significa algo así como «apariencia» o «engaño». Más allá de ser una suerte de distracción de la realidad apenas irrelevante, el velo de Maya nos impide contemplar lo real tal y como es. Es decir, nos ofrece un paisaje distorsionado y fragmentario del ser.

Este velo conceptual nos impide contemplar lo real tal y como es

En el marco hindú, particularmente en el Vedānta, Maya es la fuerza que proyecta el mundo fenoménico, el de los sentidos, haciendo que lo eterno parezca efímero o que lo inmutable se muestre como cambiante. El Brahman es aquí el principio absoluto que abraza la realidad o, para ser más precisos, es él mismo lo real. Todos somos lo mismo al formar parte de él, desde los granos de arena hasta las estrellas. El velo de Maya, no obstante, encubre este fondo homogéneo, de tal modo que los sujetos (ātman) vivimos confundidos. Creemos que somos distintos del resto, incluso que el resto de cosas son distintas entre sí, parcelamos la realidad y estimamos que los seres nacen y mueren. La tarea del espíritu hindú consiste, en consecuencia, en disolver esta ilusión reconociendo que el velo es una ilusión y que todo es uno.

Aunque no postule una entidad como el Brahman, el budismo recoge esta misma intuición. Los seres vivos estamos atrapados en un ciclo de nacimiento, muerte y renacimiento denominado samsāra (que, con matices, también forma parte del corpus hindú) porque no comprendemos la verdadera naturaleza de las cosas. Experimentamos cambio, dinamismo, y a la vez confiamos ciegamente en una naturaleza fija de los fenómenos: comenzando por un yo que, suponemos, es constante a lo largo de la vida. Esto es también una forma de Maya: una ficción que nos ciega, que nos impide ver la unidad de todo.

El velo no es meramente un obstáculo accidental, sino un elemento constitutivo de nuestra experiencia. Como si la conciencia humana viniera de fábrica con un filtro que no resulta sencillo eliminar. En ocasiones se lo compara con un sueño del que uno no se percata –algo así como en la película Origen–, o como un espejismo. Ante esto, los sabios hindúes y budistas llaman la atención sobre la necesidad de recordar que el mundo no es tal y como lo percibimos. La percepción es una representación, pura apariencia (el filósofo alemán Arthur Schopenhauer fue de los primeros en popularizar esta tesis en Europa).

No se quiere negar la percepción ni la belleza del mundo, sino evitar un encadenamiento en su superficie

¿Significa esto que todo es falso, que nada importa? No necesariamente. Que algo sea una ilusión no implica que no exista. Por muy espejismo que sea, mi percepción del oasis está ahí. Al destacar la existencia de un velo no se niega el mundo per se, sino que no es lo que parece.

Este aspecto es crucial porque ninguna de ambas tradiciones de pensamiento procura potenciar el nihilismo (algo distinto es que, en el fondo, lo consigan). En su lugar se busca un cambio en nuestra forma de habitar el mundo. Reconocer que nuestras categorías mentales y lingüísticas, incluso nuestra identidad, son constructos vanos, permite un desapego lúcido, que no indiferencia. La idea no es dejar de actuar, sino actuar sin sufrimiento, sin apego por nada, pues todo es todo. No se quiere negar la belleza del mundo, sino evitar un encadenamiento en su superficie.

La potencia de la imagen del velo de Maya radica, a la postre, en la humildad. Ni somos el centro del Cosmos ni el centro del mundo animal. Somos una perspectiva más, sesgada y limitada, de las innumerables que pueblan el mundo. Creemos extraer certezas a partir de una percepción equívoca y es por esto que las diferentes escuelas del hinduismo y del budismo reclaman, ante todo, recato.

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