Carlos Javier González Serrano

Con su uso compulsivo, las pantallas están comenzando a arrebatar nuestra propia libertad.

Acostumbrar a los niños a un tiempo corto entre deseo y satisfacción genera adultos emocionalmente dependientes.

Queremos vivir todo ya, sin dar espacio a que las experiencias se desarrollen en su esplendor. Y somos los culpables.

En esta sociedad hiperproductiva, todas las actividades han quedado supeditadas a los estándares de la productividad.

Este enfoque debe actuar como pensamiento alternativo al discurso dominante: no debemos solo resistir, sino vivir.

El pensador mira a los ojos del abismo y acepta que lo que realmente nos mantiene vivos son nuestras carencias.

El continuo imperativo para sacar provecho de la adversidad se ha convertido en un mandato tan terrible como perverso.

En un mundo envenenado por la velocidad, leer es capaz de sanar multitud de males contemporáneos.

Una selección para afianzar esa perspectiva capaz de mantener la curiosidad intelectual que define lo humano.

Solo saber más nos capacitará para permanecer menos avasallados por las urgencias de un ritmo vital que no cesa.

Si la educación se convierte en esclava de la productividad y la utilidad, educaremos solo para crear sujetos serviles.

Solo transformando la pasividad actual favorecida por el optimismo y la autoayuda podremos reconquistar el presente.

Lejos de «perderse» o «desperdiciarse», hay actividades con las que la pausa gana y conquista el tiempo.

A pesar de ser considerado el padre del pesimismo, sus ideas resultan esenciales para enfrentarse a los males actuales.

Culpar a los adolescentes de sus males solo consigue mutilar su capacidad para desenvolverse en la vida.

Solo aceptando nuestra condición de náufragos en el universo podremos alcanzar una existencia libre de engaños.

Romantizar el sufrimiento tiene el precio de llegar a venerarlo como un bien necesario.

Evitar hablar con alguien que nos declara que su vida carece de sentido solo conseguirá desterrarlo a un lugar oscuro.

El fenómeno de la autoayuda, aún en auge, oculta numerosas y contraproducentes dictaduras afectivas.