El Antropoceno y la gran orfandad del relato
El reto del Antropoceno es narrativo tanto como técnico. No basta con diseñar políticas climáticas: hay que dotarlas de sentido colectivo.
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COLABORA2025

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Vivimos en la primera era geológica plenamente consciente de su fragilidad. El colapso no llega por sorpresa: está escrito en informes científicos, en titulares de prensa, en la memoria colectiva de los veranos que ya no se distinguen de los otoños. Lo que falta no son advertencias, sino una narrativa capaz de transformar el miedo en proyecto común.
El estío de 2025 lo condensó todo: la devastación diaria en Gaza, una nueva cascada de casos de corrupción en España y, como telón de fondo, una oleada de incendios agravada por el cambio climático. La sensación era la de un verano eterno: ni tregua ni estaciones, solo calor político y atmosférico, acompañado de un agotamiento social difícil de disimular.
Mientras el país debatía sobre currículums inflados y títulos falsos, ardían hectáreas enteras de monte y las temperaturas récord se consolidaban como parte de la rutina. La catástrofe climática convertida en ruido de fondo; la política, en entretenimiento de sobremesa. La summertime sadness dejó de ser una canción para convertirse en diagnóstico cultural: un cansancio colectivo que mezcla tragedia y frivolidad en dosis letales.
La era de la contradicción
Nunca habíamos tenido tanto conocimiento sobre nuestro propio riesgo de extinción. Y nunca habíamos hecho tan poco con él. La biodiversidad se reduce a un ritmo sin precedentes, la concentración de CO₂ alcanza máximos en 800.000 años y, aun así, se destinan más de 7 billones de dólares a subsidios fósiles cada año.
Lo inquietante no es la ignorancia, sino la inercia. La política internacional produce declaraciones solemnes en cada COP, pero la curva de carbono sigue ascendiendo. Las advertencias de científicos como Stefan Rahmstorf, que alerta del debilitamiento del sistema de corrientes del Atlántico, quedan sepultadas entre PDFs y titulares pasajeros. El Antropoceno se convierte así en la era de la «estupidez organizada»: sabemos lo suficiente para actuar, pero no lo suficiente para narrar un horizonte compartido.
La política internacional produce declaraciones solemnes en cada COP, pero la curva de carbono sigue ascendiendo
La ecoansiedad crece entre los jóvenes: un 39% duda en tener hijos, según The Lancet Planetary Health. Las generaciones precarias asumen que el futuro prometido nunca llegará a tiempo. Y, sin embargo, lo que falta no es diagnóstico –de eso vamos sobrados–, sino relato colectivo.
En el siglo XX, narrativas como el Estado de bienestar, la descolonización o la integración europea tejieron horizontes comunes. Hoy tenemos datos y gráficos, pero no épica. Hemos logrado un consenso pesimista global, incapaz de traducirse en acción política sostenida.
Epitafio o reinicio
Un relato político no es un eslogan: es una ficción necesaria que da sentido al sacrificio. La democracia misma nació como un relato inventado, pero eficaz, de soberanía popular. El dilema del presente es si somos capaces de inventar ficciones que cohesionen en lugar de anestesiar.
Las que hoy ocupan el espacio son fragmentarias: el consumismo invita a disfrutar como si no hubiera mañana, la ultraderecha propone refugiarse en fortalezas identitarias y Silicon Valley promete futuros de ciencia ficción solo accesibles para élites. Entre tanto, la democracia gestiona expedientes y pierde la capacidad de narrar el futuro.
La alternativa está en relatos anclados en lo real: economías sociales que redistribuyen riqueza, cooperativas de cuidados que sostienen barrios, políticas de tiempo que reparten vida, y una justicia climática que no deje a nadie atrás. No es utopía barata: es pragmatismo radical.
El reto del Antropoceno es narrativo tanto como técnico. No basta con diseñar políticas climáticas: hay que dotarlas de sentido colectivo. La pregunta no es si «salvamos el planeta» –el planeta sobrevivirá sin nosotros–, sino qué comunidades queremos sostener y con qué política.
Quizá todavía estemos a tiempo. O nuestro epitafio será el de la especie más lista que se extinguió por estúpida, o el de la más estúpida que, contra todo pronóstico, aprendió a tiempo. La ruleta rusa está en marcha; solo se juega una vez.
Elsa Arnaiz es directora general de Talento para el Futuro
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