Daniel Knowles
«En la mayoría de los centros de ciudades europeas la gente prefiere no conducir»
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La invención del coche fue uno de los inventos más milagrosos del siglo pasado. Pero su implantación a gran escala, más que libertad y utilidad, ha supuesto lo contrario. Sobre todo en las ciudades, es sinónimo entre otros aspectos de contaminación, ocupación del espacio público –tan necesario en las urbes–, aumento del ruido o pérdida de tiempo por los atascos. Contratiempos que desgrana muy bien el periodista Daniel Knowles en ‘Carmageddon’ (Capitán Swing), libro en el que analiza su auge de este medio de transporte y las decisiones que nos han llevado hasta este punto. También cómo en otras ciudades, como Tokio, París o Ámsterdam, han encontrado formas más sanas de convivir con los coches.
Dices en el libro que los coches influyen en casi todos los aspectos de nuestra vida. ¿Cuáles son y cómo nos afectan?
La mejor forma de ver cómo influyen los coches en todos los aspectos de nuestra vida es pensar cómo sería tu existencia si no pudieras utilizar uno. Si vives en un lugar como París o Londres, quizá no sería tan diferente. Pero en muchísimos sitios no podrías llegar a ninguna parte. En muchas zonas de América estar sin coche es estar atrapado. Cuando todo el mundo utiliza el coche para desplazarse, es más difícil ir andando, en bicicleta o incluso en transporte público porque todos estos métodos de desplazamiento dependen de una masa crítica de personas que los utilicen. Por ello, caminar es mucho más complicado cuando las carreteras están llenas de coches a 60 km/h, los autobuses no funcionan bien y puede ser que se queden atascados en el tráfico, etc. El uso de coches básicamente inflige costes a la gente de alrededor, especialmente en las ciudades. Por no mencionar su contribución a la contaminación atmosférica y al calentamiento global.
Uno de los que quizá más nos perjudica es el uso que hacen del espacio. ¿Cómo nos afecta en la ciudad?
Los coches ocupan mucho espacio y este, en las ciudades, es realmente escaso. Para que haya suficiente para que todo el mundo pueda conducir, las urbes tienen que estar mucho más extendidas para disponer de plazas de aparcamiento y espacio vial. Y eso significa que es imposible ir andando o en bicicleta a cualquier parte. Además, se vuelven feas y ruidosas.
«El problema es que nunca eres la única persona que tiene un coche»
Al contrario de lo que nos vende la publicidad, que nos muestra que el coche es libertad, ¿ofrece justo lo contrario?
Ese es mi caso, sí. Los anuncios de coches siempre muestran a gente conduciendo por carreteras vacías y sin problemas para aparcar. Es decir, nunca hay otros coches en los anuncios de coches. Lo que pasa con la conducción es que si fueras la única persona que tiene un coche, sería liberador. Un coche puede ir a donde quieras de una forma que un autobús o un tren no pueden y es rápido y cómodo. El problema es que nunca eres la única persona que tiene un coche. Y cuando todo el mundo lo tiene, te quedas atrapado en el tráfico, no puedes predecir cuánto tardarás en llegar a algún sitio y no encuentras dónde aparcar. Además de que pagas una fortuna por ello.
También rompes con una idea que parece lógica: que más carriles no es sinónimo de fin del tráfico. ¿Por qué?
El problema de ampliar las carreteras para descongestionar el tráfico es que lo que ocurre es que todo se extiende aún más y, al final, hay tanto tráfico como antes, ya que la gente opta por conducir más lejos. Si das algo gratis, la gente lo utilizará incluso para los desplazamientos más innecesarios. En realidad, no me opongo siempre a ampliar las carreteras, pero creo que hay una buena manera de comprobar si es realmente necesario: si está congestionada, ponerle precio. En las carreteras de peaje no suele haber atascos. En Nueva York, cobrar 9 dólares por entrar en Manhattan en coche ha reducido el tiempo de viaje por los puentes de la ciudad de más de una hora a menos de 15 minutos en algunos casos. Solo 9 dólares. Si se cobra un peaje y la carretera sigue estando congestionada, quizá se necesite más carretera. Pero la mayoría de las veces, un peaje solucionaría el tráfico sin necesidad de ampliar la carretera.
Bajo esta lógica, ¿es el coche eléctrico la solución?
Lamentablemente, no. Los coches eléctricos son necesarios para reducir las emisiones del transporte, que son la parte de las emisiones mundiales de CO2 que aumenta más rápidamente. Así que no me opongo a los coches eléctricos. Pero si sustituimos todos los coches que circulan por las carreteras por los eléctricos, no solucionaremos ninguno de los otros problemas que causan los coches. Ni siquiera la contaminación atmosférica local: el 60% de la contaminación atmosférica local de los coches procede de los frenos y los neumáticos, no del tubo de escape, por lo que los eléctricos siguen teniendo ese problema. Además, creo que tenemos que ser más realistas sobre la cantidad de electricidad que necesitamos para electrificar los vehículos, al mismo tiempo que intentamos que nuestras redes sean ecológicas.
«Tenemos que ser más realistas sobre la cantidad de electricidad que necesitamos para electrificar los vehículos»
¿Cómo se ha llegado hasta esta situación siendo un transporte que, como dice el propio subtítulo del libro, nos perjudica?
Mi teoría es que, en general, se trata de una especie de accidente. Lo que ocurre -y sigue ocurriendo en lugares como África y Asia- es que los primeros en adoptar el automóvil son los ricos y poderosos. Para ellos, conducir es genial. Es rápido y liberador, porque no hay muchos coches alrededor. Pero cuando más gente empieza a conducir, la situación empieza a empeorar y, en lugar de dar marcha atrás y admitir los problemas, los líderes políticos redoblan la apuesta e intentan ampliar las carreteras, construir más aparcamientos… para intentar que las cosas vuelvan a ser como para los primeros. Pero al final se produce una espiral descontrolada. Al menos así es como me pareció que había sucedido el proceso en Estados Unidos y Europa cuando investigué esta historia. Debemos tener en cuenta también que las personas poderosas decidieron dar prioridad al coche en gran parte porque ellos mismos los conducían. Debo de añadir que en los primeros tiempos del automóvil hubo mucha oposición.
¿Cómo podemos darle una vuelta a esta situación?
Hay muchas soluciones diferentes y depende de dónde te encuentres. Pero creo que la clave está en empezar por lugares donde no se necesite el coche e ir ampliando la zona. En la mayoría de los centros de ciudades europeas la gente prefiere no conducir, así que básicamente queremos hacer más grandes esos núcleos densos. Donde haya transporte público, deberíamos construir más viviendas a su alrededor, por ejemplo. Y luego hay políticas específicas, como la tarificación de la congestión y la construcción de carriles bici, que creo que pueden hacer maravillas.
Una ciudad que ha conseguido cambiar esta dinámica es París. ¿Podrías explicar qué sucedió allí?
París ha vivido una gran transformación. La idea que tenían allí era, sencillamente, que si cerraban ciertas carreteras a los coches, el tráfico simplemente desaparecería. Hace 20 años, cuando se cerró por primera vez la autopista de la orilla izquierda del Sena, había mucho miedo de que todos los coches que circulaban por allí se reubicaran en otros lugares de la ciudad, con el consiguiente aumento de la congestión, el ruido, etcétera. La gente concibe los coches como un líquido que tiene que fluir. Pero lo que ocurrió en realidad fue que los coches desaparecieron: la gente simplemente cambió a otras formas de transporte. Han seguido cerrando carreteras, reduciendo plazas de aparcamiento… y el tráfico no ha hecho más que desaparecer. Ni siquiera han tenido que introducir una tasa de congestión, como en Londres, para conseguirlo. Por supuesto, también ayuda el hecho de que los parisinos tienen alternativas: hay un sistema de transporte público increíble, la gente utiliza ahora la bicicleta…
«Las personas del mundo rural que no pueden conducir tienen acceso a muy pocos servicios»
En el libro matizas que tú no estás en contra del coche, sino de que se priorice frente a otros medios de transporte. Pero en algunos lugares como las zonas rurales o donde no llega el transporte público sí que es muy necesario. ¿No?
Creo que es cierto que en las zonas rurales será muy difícil deshacerse del coche y ni siquiera sería realmente tan deseable. Pero el transporte público puede mejorarse incluso en las zonas rurales. Y mucha gente de estos lugares que no puede conducir -por ser mayor, discapacitada o lo que sea- tiene muy pocos servicios. La realidad es que, en la mayoría de los países ricos, menos del 20% de la población vive en zonas verdaderamente rurales y esa proporción está disminuyendo en muchos lugares. Las ciudades están donde está la gente, pero el problema es que hemos construido demasiadas zonas suburbanas en expansión, en lugar de zonas urbanas densas donde a menudo se necesitan dos coches por familia. Creo que lo más fácil es ayudar a las familias a arreglárselas con un coche, no con dos. Eso ahorraría mucho dinero y es mucho más fácil que deshacerse de los automóviles. Me entusiasma lo que pueden hacer las bicicletas eléctricas.
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