Neuronas, las estrellas del universo cerebral
Más que evitar que nuestras estrellas cerebrales nunca exploten, aspiramos a que estas pierdan su brillo paulatinamente y de manera controlada para garantizar que las personas mantengan lucidez y una buena calidad de vida durante ese proceso.
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Cuando uno se pone a reflexionar sobre el universo, a menudo se acuerda de las estrellas. El ojo humano las percibe como diminutos puntos de luz que acompañan a las noches cerradas, pero en realidad son motores de energía cósmica que producen calor, luz, rayos ultravioletas, etc., que hacen de ellas algo imprescindible para la creación de ambientes planetarios y, en última instancia, la vida. Algo similar ocurre a escala microscópica.
Si nuestro cuerpo fuera el universo, cada órgano sería una galaxia y cada galaxia estaría formada por las unidades biológicas mínimas: las células. En el cerebro, las células más importantes (pero no las únicas) son las neuronas, capaces de conectarse entre ellas y transmitir información a través de circuitos muy complejos. Estas estrellas esparcidas bajo el cráneo –en este caso, diminutas de verdad– también son imprescindibles para la vida. Y mucho más que eso, pues son las creadoras de lo que llamamos «mente», una palabra para definir algo incluso más misterioso que cualquier universo.
Es la sincronización lo que consigue crear la mente , la percepción, la memoria, la emoción… Y, por supuesto, el comportamiento
La mente es, esencialmente, todo lo que pensamos, lo que sufrimos, lo que planeamos… No hay otro concepto mejor que «mente» para reflejar el potencial humano, y no hay un órgano mejor preparado que el cerebro para hacerse responsable de la mente. Ahora bien, del mismo modo que los elementos del espacio exterior pueden colapsar, los elementos del cerebro también. El cerebro se estropea, enferma, al igual que cualquier otro órgano formado por células. En algunos casos, su formación o desarrollo inicial puede ser inadecuado, lo que lleva a conexiones neuronales deficientes desde sus primeros estadios. En otros casos –la mayoría– el cerebro funciona correctamente durante décadas, hasta que, como las estrellas que eventualmente explotan en forma de supernovas, las neuronas dejan de operar debido a la edad o a circunstancias específicas. Este deterioro, lejos de ser repentino, es un proceso neurodegenerativo progresivo que puede desencadenar alzhéimer, párkinson o la enfermedad de Huntington.
En este contexto, los esfuerzos científicos no se centran en revertir la muerte neuronal, sino en retrasar cualquier progresión lo máximo posible. Más que evitar que nuestras estrellas cerebrales nunca exploten, aspiramos a que estas pierdan su brillo paulatinamente y de manera controlada, y a que eso garantice que las personas mantengan lucidez y una buena calidad de vida durante ese proceso. Aunque las perspectivas futuras puedan incluir la posibilidad de regenerar o incluso otorgar inmortalidad a las neuronas, la neurociencia de hoy se enfoca en promover el envejecimiento saludable. En el camino hacia estos objetivos, los profesionales del sector combinan el estudio de los mecanismos microscópicos del cerebro con una comprensión más holística de su funcionamiento.
Por un lado, se deben explorar los procesos moleculares que codifican nuestro genoma para entender cómo variaciones en determinados genes afectan a la eficiencia de las proteínas y otros componentes celulares. Estas investigaciones, que abarcan desde la genética hasta la biología celular y la microscopia avanzada, son muy importantes para descifrar las bases de las enfermedades neurodegenerativas. Por otro lado, es también fundamental integrar esta perspectiva con una visión global del cerebro, y considerar cómo sus partes interactúan como un sistema dinámico. Al fin y al cabo, el cerebro humano tiene alrededor de 80.000 millones de neuronas, junto con una cantidad similar de células gliales.
¿Tendría sentido estudiarlas únicamente a nivel individual? Eso son muchos puntos de luz en el cielo, y aunque no todos funcionen simultáneamente, es la sincronización lo que consigue crear la mente, la percepción, la memoria, la emoción… Y, por supuesto, el comportamiento.
Por eso, la integración interdisciplinar está siendo un aspecto primordial en la investigación científica, ya que disciplinas como la neurociencia pueden alimentarse de otras como la inteligencia artificial y, en consecuencia, identificar patrones en enormes volúmenes de datos como nunca antes se había hecho. Poco a poco vamos utilizando herramientas cada vez más sofisticadas, vamos cruzando fronteras en la exploración de la mente, y claramente vamos corroborando lo apasionante que es poder buscar respuestas a tantas preguntas. No siempre se encuentran cuando uno querría, pero de vez en cuando surgen hallazgos, como cuando Ramón y Cajal describió las neuronas por primera vez, y gracias a ello ahora podemos, por ejemplo, compararlas con las estrellas que vemos en las noches cerradas.
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