Comunicación firme y empática para superar el desafío climático
La comunicación del cambio climático ya no es solo un duelo entre expertos como el que defendía Platón, sino más bien un arte aristotélico de argumentar, emocionar y convencer.
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Hace más de dos milenios, una pareja de sabios de la antigua Grecia discutía sobre las formas más apropiadas de comunicación pública. Uno de ellos, Platón, era partidario del diálogo cara a cara para arrojar luz sobre cuestiones importantes y evaluar lo que hay de cierto y, por tanto, de meritorio, en ellas. Sentía una gran aversión por los oradores de su época que manipulaban descaradamente al público sin atender a la verdad, sólo para persuadirlos. Su alumno Aristóteles, en cambio, aunque no desestimaba la importancia del diálogo socrático, veía un gran potencial en la comunicación pública de una persona culta a los legos, y creía que podía hacerse éticamente. Postulaba que la persuasión requería del carácter ético del orador, de emociones sinceras y apasionadas y de un contenido lógico y veraz.
Pasados más de dos milenios de aquellas disquisiciones, los sabios contemporáneos sugieren que el cambio climático es uno de los temas más preocupantes de nuestros días. Vivimos rodeados por la comunicación de esta amenaza, con estilos distintos que compiten por la atención del público y de los responsables políticos. Aunque algunos intentan convencernos de la gravedad del problema, de su urgencia y de la necesidad de actuar, otros, más desvergonzados pero muy persuasivos, utilizan datos científicos distorsionados –o directamente falsos– para que creamos lo contrario o para que centremos nuestra atención en otras cuestiones.
Las cuestiones debatidas sobre el cambio climático van más allá de si se está produciendo o no o si está causado por actividades humanas: el discurso público aborda también sus consecuencias económicas, políticas e incluso humanas
La comunicación del cambio climático ya no es solo el duelo entre expertos que planteaba Platón, sino más bien un arte aristotélico de argumentar, emocionar y convencer. Las prácticas de los medios de comunicación han mejorado, pero la concienciación pública está alcanzando niveles de saturación y hasta de bloqueo. Se constata incluso ansiedad climática. En muchos casos, las cuestiones debatidas han ido más allá de si el cambio climático se está produciendo o no o si está causado por actividades humanas: el discurso público aborda también sus consecuencias económicas, políticas e incluso humanas.
Un contexto en el que la desinformación y el negacionismo siguen presentes, algo que nos lleva a preguntarnos si la propia naturaleza del problema climático y la forma humana de comprender el entorno hacen más difícil comunicar este desafío. Tras este fenómeno podríamos argumentar que las causas del cambio climático no son visibles o evidentes, que los impactos son distantes en el espacio y en el tiempo, que el humano moderno está muy aislado del clima y del medio ambiente, que no hay recompensas directas y rápidas de tomar medidas para mitigar el cambio climático, que nuestro cerebro ha evolucionado para adaptarse a lo inmediato y próximo, que el cambio climático está lleno de complejidades e incertidumbres y que el fenómeno cuestiona explícitamente nuestro modo de vida, especialmente en el norte global.
Sobre esto, la investigación en información y desinformación climática permite extraer cinco conclusiones generales: el cambio climático desafía nuestras capacidades cognitivas; debido a las implicaciones económicas y políticas, cualquier comunicación sucede en un entorno de adversidad; proporcionar información sobre el cambio climático puede mejorar la aceptación de la ciencia; los mensajes y mensajeros culturalmente alineados tienen más probabilidades de tener éxito, y la información climática errónea se puede refutar o, idealmente, desactivar antes de que se propague.
La comunicación convencional por parte de los científicos y sus aliados, por sí sola, no hará avanzar la mitigación del clima y tendrá un efecto limitado en la evolución del sistema. Pero, tal como demostró al mundo entero una colegiala sueca en 2019, como las personas, los sistemas socioeconómicos y políticos no son inmunes al cambio.
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