Cultura

Goethe, diseñador del Romanticismo

Con su novela ‘Las penas del joven Werther’, el escritor y naturalista alemán Johann Wolfgang von Goethe popularizó el naciente movimiento romántico, cuya esencia sigue presente en nuestros días

Pintura original

Johann Heinrich Wilhelm Tischbein
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24
octubre
2024

Pintura original

Johann Heinrich Wilhelm Tischbein

Era el siglo XVIII, aquella época en la que millones de personas de condición humilde pasaban la jornada trabajando de sol a sol mientras unos pocos, los aristócratas, debían enfrentarse a dilemas sin importancia, Werther, un joven alemán, se ve sometido a esta terrible condición cada nuevo día. Peor aún, pues es artista y, como todo artista, tiene la sensibilidad herida. El artista no vive, sobrevive, siempre en la cuerda floja entre el deseo de entregarse a la plenitud de la belleza o de cerrar los ojos al mundo, abrazando una muy temprana y trágica muerte. El caso es que el pobre Werther se enamora de una joven, Charlotte, que –mala suerte– está a su vez enamorada de otro hombre, Albert. Werther no tiene que preocuparse por cargar y descargar sacos ni por revisar las cuentas de una empresa de aceite de ballena, como otros jóvenes de provecho, así que la pena por no poder vivir un idilio con Charlotte le conduce a cometer la mayor estupidez que puede realizar un ser humano: ser el tercero en discordia, la carabina que arruina los momentos de tierna intimidad de la pareja y el amigo aguafiestas que todo el mundo desea tener bien lejos. Finalmente, cuando su amada y Albert se casan, Werther es invitado a buscarse un nuevo entretenimiento. Angustiado, decide quitarse la vida y aceptar su trágico destino.

Con su novela epistolar Las penas del joven Werther, publicada en 1774, el escritor y filósofo alemán Johann Wolfgang von Goethe popularizó el movimiento artístico que había comenzado a tomar forma en Europa, el Romanticismo. Goethe no solo fue un genio incontestable de las artes germanas, sino que escribía e ideaba con suma facilidad, a juzgar por los testimonios directos de la época. Su círculo en Jena, el Sturm und Drang («Tormenta e ímpetu», en español), se caracterizó precisamente por los valores que modelaron el movimiento romántico: el microcosmos individual por encima de las verdades universales, el sentimiento situado en el lugar de la razón y una idealización de la existencia y de las pasiones en el lugar que antes ocupaba el ideal ilustrado de mejora del mundo desde el esfuerzo y la reflexión.

El sentimiento situado en el lugar de la razón y una idealización de la existencia y de las pasiones fueron los valores que modelaron el movimiento romántico

Hay un fragmento de Las penas del joven Werther que define muy bien las luces y las sombras del Romanticismo: «este corazón, única cosa de la que estoy orgulloso, única fuente de toda fuerza, de toda felicidad y de todo infortunio. Lo que yo sé, cualquiera puede saberlo, pero mi corazón es solamente mío». El corazón, como representante de aquello que se siente, sustituye al cerebro, símbolo de lo racional: la verdad es una, sí, pero la que le parece a cada cual según la circunstancia que le toca vivir. Cada uno de nosotros, de algún modo y en algún grado de intensidad, hemos sido Werther. De hecho, el propio Goethe fue rechazado por una Charlotte que, a la postre, le sirvió de inspiración para escribir este libro. Todos hemos sufrido por amor, nos hemos sentido abatidos por la vida y hemos idealizado (seguimos idealizando cada día) un mundo diferente, uno que consideramos mejor y más provechoso.

Pero el ideal romántico tiene un contrapunto peligroso: la idealización es mala compañera de la perfección. Lo sabían bien quienes comenzaron a reaccionar contra el movimiento durante el siglo XIX, los realistas. Por ejemplo, Dostoievski ofrece una visión de un joven enamorado muy distinta de la de Werther. A diferencia del personaje de Goethe, el protagonista de Las noches blancas se desilusiona por la imposibilidad del amor, pero subyace en él una idea luminosa, la aceptación de la belleza del tiempo que ha pasado con la muchacha de la que se había prendado. Tampoco hay suicidio en el personaje de Kostya en la novela Ana Karenina, de Tolstói: una vez que sus esperanzas amorosas se ven frustradas, el joven terrateniente se dedica a trabajar su crecimiento personal. Se arremanga la camisa, toma la guadaña y siega junto con sus mujiks, como un campesino más. Y como a la diosa Fortuna le gustan las personas audaces, Kostya se ve finalmente correspondido por Kitty, con quien tiene un hijo forjando así su propia familia.

Goethe y el Romanticismo

Regresando al genio alemán, Goethe y su círculo en Jena colaboraron en la propagación del romanticismo en la multitud de géneros artísticos, desde la música y la literatura hasta la pintura, la escultura y la arquitectura. El comienzo del siglo XIX fue un tiempo duro, con el proyecto imperial de Napoleón Bonaparte derribando los últimos pilares del Antiguo Régimen y el cambio de modelo hacia una sociedad republicana y burguesa. El hombre definido conforme Goethe diseña al joven Werther –sensible, apesadumbrado e idealista hasta el punto de sacrificar su vida por sus ideas y proyectos– fue tomado muy rápidamente como un modelo de ciudadano útil para el control social, donde las artes sirvieron, en multitud de ocasiones, como propaganda de los principios románticos.

El hombre definido conforme Goethe diseña al joven Werther fue tomado muy rápidamente como un modelo de ciudadano útil para el control social

Durante las guerras napoleónicas fueron frecuentes las arengas al sacrificio de soldados y de paisanos que tomaban un arma por primera vez. Episodios que por su brutalidad han sufrido cierta mitificación en su paso a la historia, como es el caso de los dos sitios que sufrió la ciudad de española de Zaragoza, están inundados de un folclore que parece tomado de las novelas de Goethe: la patria, el sacrificio contra el enemigo, la resistencia hasta el último hombre… Un ideal que definió el devenir político y social de un tiempo, pues mientras la influencia del Romanticismo propagó el suicidio y los duelos por honor en la Europa de la primera mitad del siglo XIX, también encendió la llama para los discursos emotivos que incendiaron las calles de las revoluciones europeas de aquella época.

Pero los seres humanos necesitamos un equilibrio entre los sentimientos, caprichosos y engañosos, y la distinción que proporciona un análisis racional de la vida. El modelo de ser humano propuesto por Goethe, gobernado por el impulso sentimental, fue sustituido por el hombre equilibrado del Realismo. El modo de estar en el mundo que perduró hasta la llegada de las vanguardias artísticas y el drama de la Gran Guerra es un individuo en un justo medio entre su libertad como persona y su deber para la sociedad. Los dramas de folletín abrieron paso a las tragedias verdaderas: la violencia desgarradora de la guerra, la indolencia de la enfermedad, las muertes prematuras. El amor romántico, la traición en la amistad o las pueriles ofensas pasaron de suponer el final del sentido de la vida a un motivo para pasar página y reformular la vida. Quizá porque vivir no consiste tanto en intentar formular la fantasía de retener el momento, sino en disfrutarlo, sin más, dejándolo escapar en su carrera hasta el infinito tiempo futuro.

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