Opinión

Biografía amorosa de Ava Gardner

Aunque nunca dejó de ser una sencilla chica sureña, Ava Gardner, el «animal más bello del mundo», hizo que el mundo del espectáculo se rindiera a sus pies.

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17
octubre
2023

Ava Gardner nació pobre. Vino al mundo en la pequeña localidad de Grabtown, en el sur de Estados Unidos… muy en el sur. Tanto que los niños, cuando fue a la escuela, se burlaban de su acento. Con lo cual lo primero que hizo nada más empezar a actuar fue desprenderse de él. Nunca lo lamentó.

Su carrera no fue meteorítica. Descubierta por la Metro Golden Mayer, fue fichada, como tantas aspirantes a estrellas, y mantenida en contrato durante siete años por cincuenta dólares a la semana. Por ese precio, Ava Gardner no podía alejarse de Los Ángeles, debía cumplir con cuanto se le exigiese, y pedir permiso para casi todo. Dixit ella misma: «Éramos la única mercancía a la que se le permitía abandonar los estudios durante la noche».

Ava nunca tuvo grandes ínfulas de actriz. Cumplió religiosamente con sus obligaciones laborales y llegó al estrellato, sí, pero jamás se sintió plenamente actriz. «El animal más bello del mundo» sospechaba que se la quería por otros atributos que tenían poco que ver con la capacidad interpretativa, una capacidad que de todas formas nunca valoró sobremanera: a Ava lo que le gustó siempre fue la música. Lo que más admiraba era a los músicos. Cuando veía actuar a un buen músico, se enamoraba perdidamente.

Y desde luego su mayor ambición fue el amor. Educada por una madre puritana, Ava esperaba que el mundo se comportara como si viviera en Lo que el viento se llevó, su película favorita. Así, cuando mientras empezaba a despuntar como actriz Mickey Rooney –el de La Ciudad de los muchachos– la invitó a salir, ella, como buena chica sureña, no concebía tener sexo antes del matrimonio. Y hasta tal punto lo dejó claro con sus atléticos enfrentamientos de lucha libre en el coche, que Rooney dijo: «Pues entonces, casémonos».

Ava accedió y se casaron. Pero en la primera noche de su luna de miel, empezó a lamentar su decisión y procuró prolongar la velada bebiendo champán. Finalmente, se enganchó del brazo del último amigo de Rooney que quedaba como si él fuera la roca de Gibraltar y ella estuviera a punto de ser arrastrada por una terrible corriente. Después declararía, eso sí, haberse sentido sorprendida agradablemente por lo bien que resultó esa primera noche.

La relación con Dominguín fue la mejor de todas; pese a la barrera del idioma, los dos se entendían como nadie

Una vez casados se dio cuenta de que Mickey no pensaba variar su manera de vivir. Ya durante la luna de miel se dedicó a jugar, día sí y otro también, con sus amigos, al golf. La promoción de películas y las ausencias por motivos imprevistos formaban parte de su rutina. Y llegó el momento en el que, en una fiesta en la que sus amigos le pidieron que compartiera con ellos la libreta en la que guardaba los números de teléfono de sus conquistas amorosas, Mickey, que debía andar bastante borracho, la sacó delante de Ava… Allí acabó su matrimonio.

El segundo marido tampoco duró mucho. El clarinetista y director de orquesta de jazz Artie Shaw era un intelectual dominante que aspiraba a convertir a Ava en su Pigmaleon, como en My Fair Lady. Le imponía qué libros leer y la presión para una chica sureña bastante inculta fue tal que no lo soportó. Artie, ante su resistencia, se desilusionó y llegó el nuevo divorcio.

Para entonces habían aparecido dos personas que iban a ser una constante en la vida de Ava. El multimillonario Howard Hughes la cortejó sin éxito durante años. Howard fue muy paciente antes de, por fin, invitarla unos días a San Francisco. Allí sacó la artillería pesada: la instó a comprarse lo que quisiera, le regaló un anillo de oro y tenía previsto regalarle cada día una joya mejor. Ante la resistencia de Ava, que según confesó más tarde no toleraba el olor corporal del millonario –hay que decir que pese a ser posiblemente la persona más rica del mundo Hughes tenía ciertas peculiaridades como no usar nunca desodorante o llevar siempre la misma ropa– y tras ver frustrado su avance nocturno, el multimillonario perdió los nervios y la abofeteó.

Ava contestó a puñetazos y lanzándole a la cabeza una de esas campanas de bronce que usaban como llamador en el hotel. Eso impactó al multimillonario en plena cara, dejándolo grogui y con dos dientes menos.

La relación con Frank Sinatra fue otra. Ava lo conocía de los tiempos de su matrimonio con Rooney. El primer comentario que le hizo el exitoso cantante de ojos azules y cara aniñada fue: «Hey, qué pena que no te conociese antes que Mickey. Me hubiera casado yo contigo». Seducida por su aura, Ava Gardner cayó en sus redes.

Por entonces Sinatra seguía casado con Nancy y Lana Turner ya había prevenido a Ava Gardner que Frank nunca dejaría a Nancy. Sin embargo Ava dejó muy claro que ella solo continuaría con la relación si él se divorciaba. Eventualmente lo consiguió. Y también consiguió que Frank le presentara a su familia. «¿Por qué no puedo conocer a tus padres, Frank?». «Pues porque hace dos años que no hablo con ellos. Por un problema financiero». A Ava no le pareció bien. Se empeñó en que los llamara. El encuentro se produjo en Hoboken, pueblo en la otra orilla del río Hudson, al otro lado de Manhattan, donde creció Sinatra, y Ava Gardner se entendió a las mil maravillas con la madre de La Voz, quien le dijo más tarde: «Tú me trajiste de nuevo a mi Frank».

Así arrancó su gran historia de amor. Ava se encontró con un temperamento que era la horma de su zapato. Los dos tenían un genio explosivo. Cuando se juntaba eso con el alcohol y los celos, las voces y los platos volaban en su mansión de Palm Springs.

Dos momentos álgidos del matrimonio fueron los amagos de suicido de Frank. Un día, tras haberse alejado de su lado Ava, él la llamó. «No lo soporto más. Me voy a pegar un tiro ahora mismo». Ava escuchó el disparo a través del teléfono y corrió hasta la habitación de hotel donde Frank la esperaba tranquilamente: había disparado a través de la cama y piso abajo.

Hubo un segundo intento. Tras una nueva espantada de Ava, uno de los hombres de confianza de Frank fue a decirle que Sinatra se había tragado medio bote de pastillas de dormir. Cuando llegó Ava alarmadísima, estaba siendo cuidado por los médicos y fuera de peligro, pero había vuelto a conseguir su objetivo: que ella regresara a su lado.

Que la carrera de Frank no pasaba por su mejor momento lo complicaba todo. La estrella más famosa de Estados Unidos en esos años tenía problemas de voz y cada vez llenaba menos salas y aceptaba contratos muy por debajo de su caché habitual. Mientras tanto, Ava triunfaba con películas como The Killers, Mogambo y por supuesto La condesa descalza que la consagró como la actriz más deseada de su generación. Aquello, para el ego de Sinatra, no fue bueno.

Hubo además dos abortos. Ava era muy consciente de que no podía ocuparse de un niño, que sería injusto traerle a este mundo sin prestarle la suficiente atención. La primera vez abortó en Londres y a escondidas de Sinatra. La segunda fue después del rodaje de Mogambo. Las lágrimas de Sinatra no la hicieron desistir. Ava se mantuvo firme en su decisión. Siempre dijo que no se arrepentía.

Al final tanta turbulencia los desgastó y al cabo de un par de años decidieron separarse. Una de las circunstancias que ayudó fue el que, cada vez que había una infidelidad de Sinatra, Howard Hughes, que tenía espías por doquier, se las apañaba para que Ava Gardner se enterase. Y cuando ella se separó de nuevo, el multimillonario volvió a presentar sus credenciales.

–Yo sé que no estás enamorada de mí, pero yo te compraré un yate nuevo con capitán, tripulación, chef. Viajaremos adonde quieras y como quieras. Si sigues trabajando en películas te compraré los mejores directores. No tendrás que preocuparte por contratos. Podrás tener una vida maravillosa. Y quizás, algún día, llegues a amarme.

Ava se negó en redondo y al poco ya estaba en brazos de Luis Miguel Dominguín, al que conoció durante una fiesta en Madrid más o menos mientras se separaba de Sinatra. Se cuenta que, tras la primera noche, Luis Miguel se apresuró a vestirse en el hotel. Cuando Ava le preguntó adónde iba, contestó: «¡Coño!, pues al bar. A contárselo a los amigos». Ella, según parece, se rio.

Lo que está claro es que a aquellas alturas Ava Gardner ya no era ninguna chavala sureña inexperta sino una mujer hecha y derecha, con mucho mundo, consciente de su belleza y atractivo. La relación con Dominguín fue la mejor de todas. Pese a la barrera del idioma, los dos se entendían como nadie. Y cuando se separaron, al entrar Lucía Bosé en escena, mantuvieron hasta el fin de sus días una buena amistad.

Su periplo español terminó cuando empezó a incomodar a sus vecinos, el dictador argentino Perón y su esposa

En un momento en el que tuvieron una crisis, habiendo seguido Luis Miguel a Ava a Estados Unidos y estando Howard Hughes al tanto de la bronca –las discusiones entre Ava y Luis Miguel, a diferencia de lo que sucedía con Sinatra, eran raras pero las había–, el multimillonario puso a disposición del español un avión privado y facilitó su retorno a Europa.

Contra lo que la gente cree, Ava Gardner no se instaló en España durante su relación con Luis Miguel sino después. En diciembre de 1955 estaba a punto de cumplir treinta y tres años, era una estrella confirmada y necesitaba tomar un respiro y alejarse de aquel Hollywood en el que nunca se sintió cómoda. Su destino fue Madrid. Se instaló primero en La Bruja, una lujosa casa en la urbanización La Moraleja, y se dedicó a disfrutar de la noche madrileña como casi ninguna estrella desde entonces. Esto lo recrea muy bien Paco León en Arde Madrid.

Su periplo español terminó cuando tras mudarse a El Viso empezó a incomodar a sus vecinos, el dictador argentino Perón y su esposa. Ava nunca fue discreta y según parece se dedicaba a canturrear en su balcón, con un castellano cada vez mejor, tonadillas del tipo «Juan Domingo Perón es un maricón». La Guardia Civil no tardó en aparecer. Y aquellos polvos engendraron lodos cuando Fraga procuró negociar con la estrella una deuda impositiva que el gobierno franquista estimaba en más de un millón de pesetas. Ava Gardner se negó a pagar y abandonó el país.

Instalada en Londres, todavía tuvo tiempo para alguna relación más. Muy sonada fue aquella con el británico George C. Scott, que llegó a pegarle durante el rodaje de La Biblia. El resultado fue que John Huston hubo de contratar a tres mafiosos sicilianos en pleno rodaje para tener controlado a su actor principal durante sus borracheras.

Los postreros ligues no impidieron que Ava mantuviera durante el resto de su vida buena relación con sus tres exmaridos, que rechazara una y otra vez a Howard Hughes y, ya en 1988, una apoplejía evidenció que las muchas noches de alcohol y baile habían hecho mella en su salud.

Y así el 25 de enero de 1990 Ava Gardner murió en Londres a los sesenta y siete años de edad. Sus funerales fueron fastuosos. Toda la profesión se rindió a su personalidad. Y pese a ello, en el fondo, Ava nunca dejó de ser esa chica sureña algo tomboy, como confiesa en su autobiografía, que de niña se encaramaba descalza a los árboles y se peleaba con los muchachos de su pueblo, una redneck educada por una madre puritana que a lo único que aspiró fue a ese gran amor que nunca tuvo y a ser ella misma.

En sus propias palabras: «En el fondo, no soy nada complicada. Me gusta vivir una vida sencilla y ajena al ojo público». Y finalmente lo consiguió puesto que, con el paso de los años, cada vez celebramos más la mujer que fue y no la estrella de Hollywood.

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