Opinión

Trump y el espectáculo que no cesa

Si el norteamericano ha sido un político exitoso es porque sabe cuál es el principal objetivo de la política contemporánea: no perder la atención de los espectadores-ciudadanos.

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17
abril
2023

Donald Trump ha sido siempre un claro ejemplo de la cultura del litigio en Estados Unidos, esa cultura tóxica de las querellas, las guerras judiciales, los «tendrá noticias de mi abogado». En ella, muchas disputas se llevan a los tribunales y los poderosos ahogan con demandas a sus enemigos incluso en aquellos casos que no tienen posibilidades de triunfar (el objetivo es sepultar al enemigo, paralizarlo, meterlo en un proceso eterno y costoso). Antes de llegar a la presidencia, el periódico USA Today calculó que, hasta 2016, Trump había estado involucrado en más de 3.500 demandas judiciales (sesenta de ellas tenían que ver con impago de sueldos a sus empleados). 

Por eso no es muy novedosa su imputación por 34 cargos consecuencia de tres pagos que realizó el magnate para ocultar escándalos durante la campaña de las elecciones presidenciales de 2016. Como explica el fiscal de la Fiscalía del distrito de Manhattan, «Trump y otros emplearon una trama para identificar, comprar y enterrar información negativa sobre él e impulsar sus perspectivas electorales. A continuación, hizo todo lo posible por ocultar esta conducta, provocando docenas de entradas falsas en registros mercantiles para ocultar actividades delictivas, incluidos intentos de violar las leyes electorales estatales y federales».

Es un caso muy grave. Al mismo tiempo, parece poca cosa teniendo en cuenta el personaje. Su lista de posibles crímenes y corruptelas es larguísima (aquí todos ellos). Ha pedido que encarcelen a sus oponentes, ha usado el Departamento de Justicia para ejercer vendettas, ha indultado a partidarios suyos, ha dado trabajos florero a cercanos y ha ofrecido a gobiernos extranjeros protección a cambio de información comprometedora sobre un rival. Pero la lógica de quienes quieren llevarlo a la justicia es parecida a la que se utilizó para capturar a Al Capone: hay que pillarle con lo que sea, aunque no sea lo más grave. Por eso Al Capone acabó en la cárcel por delitos fiscales, y no por los innumerables crímenes mucho más graves que cometió. 

«Su imputación responde a 34 cargos consecuencia de tres pagos que realizó para ocultar escándalos durante la campaña electoral de 2016»

A estas alturas, es un desarrollo que no sorprende. Es el último episodio de una trama que ha incluido chantajes a prostitutas, revelación de secretos a potencias extranjeras y un intento de golpe de Estado. Como escribió hace años el escritor Mark Danner, Trump consideró su candidatura presidencial como una temporada más de sus realities, The Apprentice y The Celebrity Apprentice. Si Trump ha sido un político exitoso es porque sabe que el principal objetivo de la política contemporánea es no perder la atención de los espectadores-ciudadanos. Su mandato presidencial estuvo repleto de cliff-hangers, giros de guion y melodramas. Enganchó a sus partidarios, pero casi más a sus enemigos. 

En este último episodio, se ve envuelto en una historia muy estadounidense, la de los juicios mediáticos. Para el espectador-ciudadano, es como el juicio de Johnny Depp o el de Gwyneth Paltrow​. Es la espectacularización de la justicia. Y es la espectacularización de la política. Hay una diferencia de fondo sustancial: aquí se está juzgando a un expresidente del país. Aquí hay corrupción real. Pero para el ciudadano-espectador, es un poco todo lo mismo. Las fronteras entre el mundo del espectáculo y la política son muy porosas. Estamos en una «democracia de audiencia», como teorizó Bernard Manin, pero con esteroides. 

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