Cultura

«Escribir de mis miedos me alivia más que cualquier pastilla»

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21
noviembre
2022

La filmografía de Daniel Sánchez Arévalo (Madrid, 1970) siempre ha orbitado en torno a figuras masculinas, pero en esta ocasión, y por primera vez, el director de cine y novelista se ha sumergido en el universo femenino al crear y dirigir la serie ‘Las de la última fila’. El proyecto para Netflix vio la luz el 23 de septiembre, y nos presenta una comedia dramática que cuenta la historia de cinco mujeres después de que a una de ellas le diagnostiquen cáncer. A través de las interpretaciones de Itsaso Arana, Mariona Terrés, Godeliv van den Brandt, María Rodríguez Soto y Mónica Miranda, el madrileño despliega una oda al amor, la amistad y, sobre todo, a la férrea voluntad de seguir viviendo y aprendiendo.


Las de la última fila es tu primer proyecto centrado en el universo femenino. ¿Cómo se te ocurrió darle este giro a tu trayectoria?  

Suelo desconfiar de las ideas y acostumbro a dejarlas apartadas, pero algunas me persiguen y piden protagonismo. Llevo unos diez años con el boceto de esta historia aparcada y, aún así, el proyecto permanecía en mi cabeza. Supongo que me atrapó esa primera imagen de cinco chicas robándose el pelo: me parecía un gran inicio y me gustaba que el espectador supiera que una de ellas tuviera cáncer sin saber cuál exactamente. Recuerdo que un día le conté a mi novia varias ideas que estaba barajando y cuando escuchó el argumento de Las de la última fila se le iluminó la cara. Cuando Netflix me llamó para producirme una serie, vi claro que tenia que desarrollar esta historia. 

Es tu primera serie como creador y director. ¿Cuáles han sido los mayores retos?

Realmente sigo haciendo lo mismo: trabajo en el arte de contar historias en imágenes. La diferencia ha sido el proceso tan largo y exigente, probablemente el mayor de mi carrera. Suelo estar acostumbrado a rodar largometrajes en siete u ocho semanas, mientras que aquí era el doble. La mayor lección que saco es que uno aguanta mucho más de lo que piensa, todos tenemos más capacidad de trabajo de la que imaginamos. Mi mayor miedo en la serie era ponerme malo, porque es algo que sufrimos muchos directores: a falta de unos días enfermas por el nivel de presión; cuando ves que estás llegando a la orilla, tu cuerpo colapsa. Al final caí en la decimosexta semana, cuando ya estábamos terminando. 

«A veces tengo la sensación de que socialmente se considera que los hombres y las mujeres vivimos en universos paralelos, cuando no es así»

Hay cierta sorpresa por este giro de mirada en tu trayectoria. ¿Te has inspirado en las mujeres de tu entorno?  

Me llama mucho la atención que sorprenda que un hombre pueda escribir sobre mujeres y viceversa. A veces tengo la sensación de que socialmente se considera que los hombres y las mujeres vivimos en universos paralelos y somos extraterrestres, cuando no es así. Reconozco, no obstante, que me he adentrado en un terreno más desconocido que requería una mayor dosis de empatía y trabajo. Quería hacer un esfuerzo para llegar a sitios diferentes a los que he transitado hasta ahora. Mi pareja ha sido mi mayor inspiración y apoyo, ya que escribí la serie en pleno confinamiento. 

Llama la atención que no se mencione el cáncer directamente, que las chicas eviten mencionarlo como si fuera un tema tabú. 

Es verdad que no se habla directamente, pero no es un tabú. Mi intención era tratar el tema del cáncer con naturalidad. Me informé mucho antes de rodar, me entrevisté con varias asociaciones de lucha contra el cáncer, hablé con pacientes y sus familiares para acercarme a la enfermedad. Las chicas no hablan del asunto porque entendí que ya habían hablado demasiado antes de organizar el viaje. La idea era centrarnos en el viaje de las cinco mujeres, en esa energía necesaria que recargan todas para que una de ellas se enfrente luego a unos ciclos de quimioterapia llenos de incertidumbre. 

¿La familia es un tema troncal en Las de la última fila?

La familia es un tema que me obsesiona desde siempre, pero no solo la familia de sangre. Me interesa la familia que uno elige, como sucede en la serie con las cinco amigas del colegio. Los vínculos que se crean entre gente que se ha cruzado de casualidad siempre me han parecido muy interesantes como motores narrativos. Hay personas a las que puedes criticar o con las que estás en desacuerdo y que, sin embargo, se convierten en alguien imprescindible en tu vida, con un vínculo bestial. Yo tengo amigos a los que quiero matar todo el rato, pero son mi familia y les defiendo a capa y espada. Hay cosas que van más allá de la genética. Las grandes amistades se vuelven familia.

Muestras las relaciones en toda su crudeza, con lo bueno y lo malo. ¿Hay un peligro en representar una enfermedad desde el lado moralista?

Mi máxima obsesión como cineasta es encontrar el equilibrio perfecto entre la comedia y el drama, por eso uno de mis mayores miedos con esta serie era caer en un sentimentalismo exagerado. Cuando tratas un tema tan dramático y quieres que este sea vitalista hay una línea muy delgada que puede llevarte a crear una obra pretenciosa o maniquea. Por eso siempre intento dejar que la trama fluya naturalmente.

¿Dirías que el cine es algo terapéutico? 

Siempre he pensado que la ficción es el mejor refugio de la realidad. Yo lo pasé muy mal de adolescente, y no por nada en concreto, sino que simplemente sufría mucho porque mi cabeza le daba vueltas a todo y estaba patas arriba. Cuando descubrí a los veintipocos años el poder de escribir, encontré un bálsamo y un lugar para darle forma a los fantasmas. Escribir de mis miedos me alivia más que cualquier pastilla o terapia. Durante la pandemia, encerrado y a punto de ser padre, mi único alivio era ponerme a escribir esta serie. De repente me metía en este universo, me iba con estas chicas de viaje y el día pasaba mucho más rápido. 

«Cuando descubrí a los ‘veintipocos’ años el poder de escribir, encontré un bálsamo y un lugar para darle forma a los fantasmas»

Tienes fama de dejar libertad a los intérpretes. ¿Cuál es tu forma de dirigir a los actores?

No tengo un estilo concreto porque cada actor necesita algo concreto y se lo intento dar. Mi método es preguntarles cómo les puedo ayudar y empujar en esa dirección. Mi madre es actriz, así que tengo un respeto enorme a la profesión. Los actores y actrices son los elementos más delicados con los que trabaja un director, y son tan importantes que hay que cuidarles mucho; para mí es clave el respeto y cariño mutuo, para que se sientan cómodos y trabajen de la mejor forma posible. 

Sueles recurrir siempre a ciertos actores, como Antonio de la Torre. ¿Qué perfiles de intérpretes te llaman más la atención para trabajar con ellos? 

Destacaría dos extremos de actores que me atraen. El primer perfil lo encarna Antonio, que representa la libertad absoluta y la improvisación. Este tipo de intérpretes son personas que necesitan buscar algo diferente en cada toma, que necesitan cierto espacio, porque son anárquicos. Es verdad que este estilo me pone más nervioso porque nunca sé qué me voy a encontrar, pero me encanta verlo porque siempre encuentra exactamente lo que necesito. El segundo perfil es el intérprete que te da una tranquilidad total, ya que es la precisión absoluta, el orden, el perfil de empollón, como pasa con Quim Gutiérrez. Ambos perfiles me gustan (y, de hecho, me gusta que un actor me cuestione).

Tu primer largo lo hiciste con 34 años, y afirmaste que hoy en día se tiene demasiada prisa para todo. ¿Nos falta paciencia en la sociedad actual?

Falta sosiego y paciencia en la sociedad y en la industria audiovisual. El mayor mal que hay ahora mismo en mi sector es la sensación de que todo el mundo quiere hacer algo pronto –aunque no sepa bien qué– y llegar lejos a cualquier precio. Yo he hecho muchísimos cortos que no ha visto nadie más que mi familia, y me parece fenomenal, ya que es parte del proceso de aprendizaje. Ahora hay una obsesión por conseguir muchos likes en redes y tener 1.000 visualizaciones, y creo que eso empobrece el proceso creativo. Lo bueno es que hoy en día cualquier persona con un móvil puede hacer un largometraje, pero el respeto por el oficio y por la cámara es clave. Si vas a ponerte a grabar algo, haz que merezca la pena. Es importante que haya pasado por un proceso de escritura y de reflexión previa. Me importa más la calidad que la cantidad. El tiempo pone todo en su sitio: mi primer largo, Azul Oscuro Casi Negro, estuvo cinco años en el cajón. 

Azul Oscuro Casi Negro destacó en 2006. ¿Cómo recuerdas tus inicios? 

Fueron muy bonitos. En el último año de mi carrera de empresariales me aburría muchísimo en clase y me puse a escribir relatos cortos porque me daba vidilla. Ese verano, mientras hacía entrevistas de trabajo en bancas y aseguradoras, mi hermano, que trabajaba en televisión, entra en mi cuarto y me dice que escriba algo que me dé de comer. Robó un guión de Farmacia de Guardia y yo escribí un capítulo de la serie que acabó llegando a manos de Antonio Mercero. Nunca se hizo, pero Mercero me encargó otras historias y a partir de ahí se convirtió en mi guardián: empecé a escribir en la serie de mayor éxito de la ficción española. 

Se nota que hablas con nostalgia. 

Echo mucho de menos escribir sin miedo. Cuando me lancé a escribir Las de la última fila lo hice con el síndrome del brazo encogido, por miedo a ofender o a tratar mal la mirada femenina. En mis comienzos era un inconsciente, pero escribía con total libertad y sentía que volaba sin estar pensándolo todo demasiado. 

Mencionas el miedo a ofender. ¿Impera una corrección política que dificulta el trabajo de los creadores?

Claro, por eso hablo del síndrome del brazo encogido. Cuando escribes algo, siempre hay cierto miedo por ver cómo será recibido por el público, por la crítica… Y ahí no vuelas libre. En la serie empecé con ese miedo, pero decidí abandonarlo pronto y que fuera lo que tenía que ser. Ahora mismo, el asunto de los límites del humor es algo que me preocupa mucho; no deberían existir dichos límites. Creo que hoy en día muchos nos autocensuramos por no meternos en polémicas. Por ejemplo, yo cuido mucho más el uso de las redes: antes era muy activo en Twitter y ahora, en cambio, lo he reducido a la promoción y poco más. Me cuido mucho de mostrar cualquier opinión. 

«He visto a muchos actores que han sido vetados de proyectos simplemente por alguna opinión que han mostrado públicamente»

En cuanto a las redes sociales, muchos actores han denunciado que les piden tener seguidores en las mismas para que les contraten. ¿Tú sientes dependencia de plataformas como Instagram? 

Lo sé porque he sido testigo de ello cuando he recomendado a algún director para un proyecto que yo no podía hacer y he visto que la agencia rechazaba mi idea porque tenía muy pocos followers. Es una esclavitud horrible. Supongo que a mí me habrán tenido más en cuenta en algunos momentos porque tengo más presencia mediática que otros, y eso me parece terrible: entramos en una rueda en la que tienes que estar activo en redes, pero siempre siendo majo y sin posicionarte demasiado. He visto a muchos actores que han sido vetados de proyectos simplemente por alguna opinión que han mostrado públicamente. Posicionarse políticamente no debería enturbiar tu carrera, pero así están las cosas.

¿Cuando escribes y diriges, te paras a pensar en la lectura política?  

Pienso más en la reacción que tendrá en redes, pero nada más. Mi trabajo es contar historias, no ser activista. Aunque no me escondo, siempre me he declarado abiertamente una persona de izquierdas y me he posicionado cuando he querido hacerlo. Cuando Mariano Rajoy dijo que no veía cine español, me fui a la sede del PP con varias películas, entre ellas Tarde para la ira, y grabé un vídeo diciendo que no me parecía bien que el presidente del Gobierno estuviera tan desconectado de la cultura del país. 

¿Es la cultura en España un asunto primordial? 

Siempre se ha tratado la cultura como si fuera un tema secundario, cuando es algo vital. Me preocupa especialmente lo instalada que está en la sociedad la animadversión hacia el cine y la cultura nacional. Parece que hay que pedir perdón por hacer películas en España. Estamos etiquetados como los subvencionados, pero si ves los datos concretos, la subvención al cine español es ridícula. Es un estigma con el que tenemos que lidiar, y la verdad es que no sirve vociferar demasiado contra él. A mí me molesta mucho cuando me dicen «qué buenas películas haces, no parecen españolas». Creo que la mejor forma de luchar contra los prejuicios es hacer buenas películas, no queda otra.  

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