Sociedad
Contra el adanismo
Ortega y Gasset creó este concepto para designar la arrogante actitud de aquellos que creen ser los primeros en llevar a cabo una idea o acción: en realidad, toda la originalidad de la que presumen es un cúmulo de enseñanzas impartidas por la historia.
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Alrededor del siglo II d.C. y por el norte de África, apareció una secta gnóstica que exigía a sus miembros ir desnudos por la calle para rememorar la inocencia primitiva de Adán y Eva. Eran como una especie de hippies heréticos a los que los eclesiásticos llamaban, entre otras cosas, pervertidos sexuales. Pero tenían un nombre: estos hombres y mujeres eran los adamistas, adamitas o adamianistas; es decir, que practicaban el adamismo.
Es imprescindible conocer la existencia de este antiguo movimiento para no confundirlo nunca con el adanismo, ya que no tienen nada que ver aunque solamente las separe una letra. El término adanismo llegó a través de la tinta de José Ortega y Gasset, y hace referencia a la actitud de aquellos que ignoran o rechazan un sistema vigente –ya sea político, económico, filosófico– para autoproclamarse creadores del suyo propio. El adanista, de este modo, es aquel que no necesita aprender de los logros de la historia: él mismo –al menos desde su perspectiva– crea una nueva; es Adán en el paraíso, sin nada construido y todo por construir.
El filósofo español propuso este cultismo no como objeto de discusión filosófica, sino como un adjetivo humano reprochable, como una «enfermedad inmadura» que padecen especialmente los que acarician los privilegios del poder por primera vez. Contra ellos, y también contra su petulancia, Ortega y Gasset decía que «nada hay de original en las ideas que han expresado: son cosas que les dijeron o que han aprendido de otros». Los individuos adanistas son los estandartes de la polarización ideológica. Aquellos que a uno y otro lado del espectro político acusan al adversario de los pasos en falso dados durante las últimas décadas o incluso siglos. Por esta razón, predican una utopía desde el cambio radical. Por supuesto, para empezar de cero no basta con despreciar lo antiguo: también hay que destruir lo presente.
Los adanistas son los estandartes de la polarización ideológica: ¿no hay que destruir lo presente para empezar de cero?
En su forma más extrema, el adanismo motiva los totalitarismos, cada uno liderado por su Adán orgulloso, parlanchín y ansioso por vender su revolución. A pesar del tiempo que ha pasado desde la Segunda Guerra Mundial, en los últimos años ha regresado al discurso político el término de «totalitarismo». Pero ¿habrá regresado también el adanismo? Una manera de analizarlo es a través de la opinión del hombre-masa en su esfera más acomodada; es decir, en las redes sociales: a rasgos generales, se ha exacerbado la tendencia de condena total al recuerdo del «enemigo» –respecto al Estado imperante–, lo que algunos conocen como «cultura de la cancelación» y que en la antigua Roma llamaban damnatio memoriae. Se pretende arrasar con toda evidencia y simbología de lo que una vez nos hirió y demonizar a los villanos que tantos fieles tuvieron. Desde los inicios de la civilización humana intentamos borrar la huella de quien ha pisado antes que nosotros, si bien se trata de una idea profundamente paradójica: han sido precisamente ellos los que, mediante sus aciertos y desaciertos, han conducido la especie a lo que somos hoy. Somos parte de un proceso universal inacabado en el que, probablemente, los capítulos más gratos y macabros de la historia se vuelvan a repetir. «Pienso mil veces al día que mi vida externa e interna se basa en el trabajo de otros hombres, vivos o muertos», afirmaba Albert Einstein.
El primer ejercicio contraadanista, por tanto, recae sobre memoria histórica, que no es capricho: es la herramienta que visibiliza los éxitos y fracasos del pasado, la que nos debería ayudar a encontrar soluciones. Sin la gestión de la memoria no hay progreso. Contra el adanismo se alza también la responsabilidad individual: en ella reside la posibilidad de una metamorfosis social respetando el savoir faire democrático. Por último, contra el adanismo cabe defender nuestras ideas como si no fuéramos los primeros ni los únicos en tenerlas; estas pertenecen más a la historia que a nosotros mismos. Solamente cuando renunciemos al afán de protagonismo nos recuperaremos de esta «enfermedad inmadura». Puede que, entonces, sí seamos los primeros en algo.
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