
Un momento...
Una vez recuperada la electricidad tras el gran apagón (y descartado algún ciberataque o hackeo de las infraestructuras) la primera cuestión que se ha puesto sobre la mesa ha sido cómo desarrollar un sistema eléctrico sólido y estable que evite un colapso como el que hemos vivido. Porque lo único en lo que todos coinciden es que el sistema actual ha fallado y podría volver a hacerlo.
Ante este escenario, se ha vuelto a abrir con fuerza el debate sobre las renovables y las nucleares y su papel en el suceso: ¿han sido las renovables las causantes de la caída del sistema? ¿Podría uno basado en nucleares evitar un apagón? ¿Cuán fiables y eficientes son todavía la eólica, la solar o la hidráulica en un panorama que cada vez demanda más electricidad? ¿Deberíamos recular y reconsiderar la nuclear como pieza clave en un mix energético?
Aunque el Gobierno ha declarado que sería «irresponsable» y «simplista» acusar a las renovables de lo sucedido, es un hecho que su crecimiento supone un desafío para las infraestructuras eléctricas de cualquier país. Adaptarlas a los vaivenes de la meteorología y desarrollar sistemas potentes de almacenamiento que garanticen un suministro estable es uno de los grandes retos.
Las energías renovables son la base para desarrollar un sistema eléctrico que emita solo la cantidad de CO2 que el planeta pueda absorber. Aunque los esfuerzos realizados en los últimos años son notables —innovación de cleantech punteras, esfuerzos empresariales para reducir la huella ambiental, estrategias gubernamentales para impulsar una economía descarbonizada—, todavía no son suficientes. En la Unión Europea, por ejemplo, en 2024 el 33% de la electricidad generada provenía de combustibles fósiles, el 28% de energía solar y eólica, el 24% de nuclear y el 15% de hidroeléctrica.
«La descarbonización de la economía será muy complicada si no contamos con una fuente capaz de suministrar grandes cantidades de electricidad sin contaminar la atmósfera», sostiene Ignacio Araluce, presidente del Foro Nuclear. Esa fuente, opina Araluce, podría ser la energía nuclear, que no emite gases de efecto invernadero y está ganando protagonismo, impulsada, sobre todo, por el incremento del coste de materias primas como el gas y el petróleo debido a la guerra de Ucrania. Esto, unido a la necesidad de los países por ganar independencia energética, ha provocado que no solo algunos concedan una prórroga a distintas centrales nucleares, sino que otros apuesten por la apertura de nuevas.
En 2022, Japón anunció que iba a reiniciar muchos de sus reactores, inactivos desde el accidente nuclear de Fukushima Daiichi en 2011. Francia, que obtiene tres cuartas partes de su electricidad de la nuclear, prevé construir nuevos reactores, al igual que el Reino Unido, que ya ha activado su Estrategia de Seguridad Energética. También Suecia y Finlandia han adoptado una actitud favorable, e incluso Eslovaquia y Polonia (que no tiene ninguna y depende todavía mucho del carbón) tienen planes para construir centrales. Por su parte, China está ampliando su capacidad a una velocidad superior a la de cualquier otro país: según datos del Monitor de Energía Global, está acumulando capacidad suficiente como para superar a Francia en los próximos años y mantener la segunda flota nuclear más grande del mundo. Entonces, ¿asistimos a un resurgimiento de la energía nuclear?
«La nuclear nunca se ha ido», afirma Gonzalo Escribano, investigador principal y director del Programa de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano. «Puede tener un papel en la descarbonización, pero depende de la naturaleza de los países. No es lo mismo uno que tiene mucha capacidad renovable y ninguna industria nuclear de la cual beneficiarse que uno que no tiene las mismas condiciones para las renovables y sí una industria y un sector público potente acostumbrado a invertir». Estados Unidos, por ejemplo, está mejor preparado para seguir una senda de descarbonización nuclear pues es «de libre mercado, tiene facilidad para levantar financiación y cuenta con apoyo político que la promueve». Luego existen casos como Francia, donde «supone una ventaja competitiva, tiene una industria, dos empresas públicas (una que las construye y otra que las explota) y cuenta con cierto recorrido».
Y otros, como España o Portugal, que tienen «mucha insolación y renovables, una población con mentalidad bastante ecológica y un Gobierno que se opone, donde quizá no tenga tanto sentido».
De hecho, la postura del Gobierno español respecto a la nuclear es clara: «Disponemos de abundantes recursos renovables, baratos, inagotables, seguros, autóctonos y sostenibles, y estamos seguros de que podremos alcanzar solo con ellos la neutralidad en emisiones de carbono», sostienen fuentes del Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico. Según los planes del Ejecutivo, España dejará de contar con la nuclear en 2035; una estrategia que, según el presidente del Foro Nuclear, «no es acertada para el país, dada la seguridad de suministro que aportan los siete reactores nucleares operativos» y las «toneladas de CO2 que evita». Se estima que la cifra llegó en 2024 a una media de 24 toneladas.
Mirando el tablero internacional, parece difícil negar que la nuclear está ganando protagonismo. Tanto es así que, en 2022, la Unión Europea la catalogó como fuente de energía sostenible y la incluyó en su taxonomía verde (una vía para invertir en medidas hacia la descarbonización de la economía). Un año después, los líderes de distintas delegaciones internacionales se reunieron en Bruselas para respaldar su uso con el doble propósito de avanzar hacia la neutralidad de carbono y otorgar mayor independencia y seguridad a los países.
Pero que esté cogiendo carrerilla no significa que se pueda «presentar como algo que no tiene coste ni riesgo para la seguridad», reconoce Escribano. Porque construir centrales nucleares, así como desmantelarlas, tiene un coste elevado —que en países como España corre a cargo del heraldo público—. Son ejecuciones largas que demoran un tiempo considerable, producen residuos radiactivos e implican el riesgo de un accidente nuclear.
El caso de Chernóbil en 1986 es el más conocido, pero hay que tener en cuenta que «la Unión Soviética no tenía entre sus prioridades la seguridad de la población», apunta Eduardo Gallego, catedrático de Ingeniería Industrial de la Universidad Politécnica de Madrid: «Se trataba de fomentar que el reactor produjera plutonio para desviarlo a la fabricación de armas». También es reciente el accidente de Fukushima, donde el problema no fue tanto el diseño como «no haber sido estrictos con la seguridad», pues existía la posibilidad de un tsunami y no pusieron un muro de contención suficiente para la ola que se produjo, recuerda Gallego. Por eso, opina, «es fundamental desarrollar una sólida cultura de seguridad y desplegar todas las medidas tecnológicas y organizativas, así como tener un organismo regulador con técnicos competentes que no levante la vista de las centrales». Además, añade, el diseño y seguridad de las centrales ha mejorado. «Ya se están utilizando algunas herramientas, como machine learning o redes neuronales, que ayudan a procesar las señales de forma más eficiente. Se busca el automatismo, sobre todo para evitar el estrés que pueda afectar a la toma de decisiones».
Ahora, ¿qué se hace con los residuos radiactivos? Como concepto, explica Gallego, la solución no es compleja. Los primeros años tienen que estar en piscinas de enfriamiento para reducir la radiactividad y la energía que liberan y, pasada una década, se pueden almacenar en seco. «Teniéndolos bien confinados en un lugar sísmicamente estable, estamos seguros», explica: «Se buscan formaciones geológicas a profundidades de 500 metros o más donde se puedan almacenar dentro de cápsulas metálicas, como han hecho en Finlandia o Suecia». El problema son los altísimos costes de implantación; por eso, por cada megavatio-hora (MWh) o kilovatio-hora (kWh) que producen las centrales españolas, se añade la llamada Tasa Enresa (Empresa Nacional de Residuos Radiactivos), a la que se destina dicho coste.
Con las cartas sobre la mesa, si en algo coinciden los expertos es que gracias a la innovación y a la IA se ha vuelto a abrir el debate de una energía segura que ayudaría a alcanzar los objetivos para 2050. Y recalcan: no se deben ideologizar las tecnologías. «Es importante que no tengan ideología, ni a favor ni en contra, porque negar que la nuclear tiene elementos positivos y es una aportación importante al sistema no tiene mucho sentido, como tampoco lo tiene refutar sus riesgos y costes», concluye Escribano.
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