Biodiversidad
Madrid, una historia de cotorras y perdigonazos
Hace dos años el Gobierno local anunció la eliminación de 11.000 ejemplares de cotorras argentinas, una especie considerada invasora que fue introducida en España a lo largo de los ochenta para venderse como mascota. Recientemente, una vecina descubrió a dos personas disparando perdigones a estas aves y dejándolas sin vida.
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En los ochenta, miles de españoles adoptaron cotorras procedentes de América del Sur como mascota de compañía. Así, más de un millón de cotorras entró en España. Sin embargo, llegó un momento en el que su exotismo resultó menos convincente que su escandalera, por lo que muchas acabaron abandonadas. Este gesto incubó durante años el problema que hoy existe: la superpoblación de pájaros alóctonos, que lleva a la competición por el nuevo hábitat con otros animales, llegando a transmitirles enfermedades. De hecho, las cotorras son consideradas una de las cien invasoras más peligrosas de Europa.
Por este motivo, el Ayuntamiento de Madrid puso en marcha a finales de 2020 la eliminación de más de 11.000 cotorras argentinas y de Kramer. Se anunció que las medidas serían éticas, pero para el asombro de muchos ciudadanos, el propio consistorio estableció el uso de carabina de aire comprimido «en circunstancias específicas y recintos acotados», además de matizar que «se trataba de una actuación para situaciones excepcionales».
En 2020, el Gobierno local puso en marcha un plan para eliminar a más de 11.000 ejemplares de cotorras argentinas
A fecha de hoy, el plan sigue en marcha pero la controversia no ha menguado, enfrentando varias opiniones que valoran de forma distinta esta decisión. A finales de noviembre de 2021, una vecina del Barrio Salamanca grabó cómo dos trabajadores iban por el parque de la Fuetne del Berro lanzando perdigones de aire comprimido a las aves para, acto seguido, guardar los cadáveres y no dejarlos a la vista.
La carabina no fue la primera opción de las autoridades, pues antes de optar por ella se analizaron otros métodos de control. Uno de ellos consistía en esterilizar a las aves para así frenar su reproducción. Sin embargo, esto no solucionaba la creación de nidos, piezas que llegan hasta los 200 kilogramos y que resultan una trampa mortal para cualquiera si caen al suelo. Tampoco se pueden arrebatar los huevos, pues las cotorras a la siguiente ronda ponen de más. En todo caso, se hubiera podido esterilizar con una inyección de aire, ya que la hembra que los incuba no se daría cuenta. No obstante, es un método demasiado caro.
El destino de las aves parecía estar abocado al sacrificio. Por tanto, después de estimar que la eliminación de las cotorras era la única opción viable, los políticos municipales aceptaron que el fin justificaba los medios porque 11.000 muertes darían ‘vida’ a más de 11.000 vecinos.
La especie, considerada invasora, fue importada a lo largo de los ochenta para ser vendida como mascota
Tras el descubrimiento de la vecina del Barrio Salamanca, las asociaciones y partidos animalistas exigieron la paralización inmediata del plan: nadie había avisado de este procedimiento, simplemente se había prometido un «eutanasiado ético de los animales». Pero ¿realmente existe una forma ética de acabar con la vida de estas aves? Algunas asociaciones así lo defendieron, haciendo referencia al cañón lanzarredes como el que ya utilizó Gran Canaria para resolver un problema similar con las palomas.
La indignación continúa porque la estrategia anti-cotorra está financiada con dinero público. Y no necesariamente eso lo que molesta a los ciudadanos, sino el hecho de que se fijó un desembolso de 100.000 euros y el coste final ronda los tres millones de euros. En conclusión, el consistorio tiene un gran reto por delante: lidiar con un ‘demonio verde’ que está generando problemas en la biodiversidad local sin enfrentar a la población.
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