ENTREVISTAS

«En España todo el mundo quiere poner al otro en una trinchera»

Ha pasado ya un año y medio. Y esta es la primera entrevista que el periodista David Jiménez concede tras su fulminante despido como director del diario El Mundo.

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Luis Meyer
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18
enero
2018

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Luis Meyer

Ha pasado ya un año y medio. Y esta es la primera entrevista que el periodista David Jiménez concede tras su fulminante despido como director del diario ‘El Mundo’. Jiménez se muestra orgulloso de haber durado apenas un año en ese cargo. Y nos cuenta que el día que Unidad Editorial, empresa editora del periódico, iba a escenificar su «plan de reconciliación» con el Gobierno de Mariano Rajoy, la portada del periódico destapaba un nuevo escándalo de corrupción del Partido Popular. David ese día iba a conocer a unos cuantos ministros. Pero tenía claro que a esa fiesta no había ido a hacer amigos.

Titulaste una columna sobre España: «El triunfo de los mediocres». ¿Tan mal estamos?

Uno de los problemas que tiene España es que sigue siendo la misma. Si rascas la superficie después de unas décadas de prosperidad, en realidad queda mucho de la España de antes: no es una, sino dos, y están eternamente divididas. Queda mucha intolerancia. Y mucha cultura de la mediocridad, que ha colocado en puestos clave a gente que no debería estar ahí. Me acuerdo de una anécdota; comiendo con Zapatero, que parecía que había leído algunos de mis artículos, me decía: «Si tan instaurada está esa cultura de la mediocridad, ¿cómo explicas que tú hayas llegado a director de El Mundo?». Me pareció, quizá, merecido por excesivo negativismo de los artículos. España tiene cosas muy buenas. Lo que pasa es que yo considero que el periodismo es un oficio que, para que sirva de algo, debe describir lo que va mal para que aquellos que están en una situación de poder mejorarla, lo hagan.

«Mi despido de ‘El Mundo’ fue por presiones políticas»

Siempre has criticado que España sea un país de bandos.

Lo más desesperante de todo es que hayamos convertido en una disputa futbolística cualquier cosa. Es decir, que la razón ya prácticamente no cuente. Todo el mundo está convencido de sus ideas y parece querer poner al otro en una trinchera. Cuando llegué, después de estar 18 años fuera de España, me preguntaban mucho al principio quién era yo. Entonces empezó a haber rumores. Si había una portada del periódico que era crítica con el PP, yo era de izquierdas. Si había una portada crítica con Podemos, era de derechas. Yo había vivido casi dos décadas fuera, y no me identificaba con esos bandos tradicionales. Mis artículos son una crítica a ese sectarismo que lo ha contaminado todo: la universidad, la prensa, la judicatura… Y, por supuesto, la política.

Todo lo que está ocurriendo en Cataluña, ¿tiene relación con los movimientos populistas?

El auge del independentismo es parte del populismo que está afectando a muchísimos países. Algunos como Estados Unidos, Reino Unido o el caso de Cataluña, y otros de los que no se habla como zonas que yo he cubierto del mundo y donde también se está produciendo este fenómeno. Pasan varias cosas. Las élites económicas y políticas, en general, no se han dado cuenta del impacto tan grande que tuvo la crisis económica y de lo mucho que ha distanciado a la gente de los poderes tradicionales. Cuando hay esa desafección, encuentras aprovechados que saben decir lo que la gente quiere escuchar. Y la gente, que ha visto disminuir su prosperidad o sus posibilidades de que le vaya mejor en el futuro, cree fácilmente en el populista que les promete el paraíso eterno. En el caso de Cataluña hay un populismo evidente, pero lo que hay también es una dejadez por parte de los diferentes Gobiernos españoles durante décadas.

Dices: «El Gobierno comunica como si estuviéramos en 1987 y la Generalitat, como si estuviéramos en 2017».

Unos de los grandes éxitos del independentismo ha sido el relato de cara al interior, a Cataluña, pero, sobre todo, al exterior. Y el Gobierno ha perdido completamente la batalla de la comunicación, porque no está acostumbrado a comunicar cuando no tiene el control de los medios. En los últimos años, ha manipulado a los medios públicos, ha forzado el despido de periodistas y ha utilizado la influencia que puede ejercer a través de la publicidad institucional y de licencias de televisión, para controlar el mensaje. Pero, cuando estás hablando de una historia con repercusión internacional, de repente tu relato ya no lo puedes imponer de la misma manera. Los corresponsales extranjeros no van a comprar tu mensaje simplemente porque sea el oficial, están acostumbrados a otra cosa. El independentismo se mueve en las redes sociales de una manera apabullante, han estado cortejando a los corresponsales extranjeros durante años. Han empleado recursos y dinero público en vender un mensaje, mientras el Gobierno en Madrid hacía el periodismo comunicativo de los viejos tiempos: el de mandar una nota o dar una rueda de prensa, a veces sin preguntas. Y no tienen ni siquiera a gente que hable inglés, que pueda estar contando el relato de otra manera. Solo gobernantes que repiten los mismos lemas para su propio público. El resultado ha sido un desastre para la imagen de España: el independentismo ha conseguido que el mensaje que cale es el de un país autoritario que reprime a catalanes que lo único que querían hacer era votar.

«El periodismo español ha sufrido una derrota absoluta frente al poder»

¿Qué opinas de la respuesta de Rajoy?

Se le considera a menudo un gran estratega de los tiempos, por esperar a que el rival se autodestruya destruya. En el problema de Cataluña, ha sido una grave negligencia. Mientras él no hacía nada, el independentismo ha hecho grandes campañas activistas de movilización, ha ido a las universidades a atraer al mayor número de jóvenes, ha seguido educando en muchas escuelas en el resentimiento a España, se ha movido fuera para vender un relato que en muchos casos no tiene nada que ver con la realidad.

Los ciudadanos tenemos la sensación de que este conflicto está absorbiendo todo y ya no se habla de corrupción, de esas leyes de regeneración democrática que se estaban intentando poner en marcha, de la lucha contra la desigualdad, etc.

Está sucediendo, pero no es el único motivo. Yo le achaco al Gobierno, a este y a algunos anteriores, la incapacidad para la regeneración de España. Rajoy ha sido el gran defensor del inmovilismo. No ha sabido leer hasta qué punto la gente estaba, está, harta de la clase política que en los años más duros de la crisis exigía a la sociedad unos sacrificios enormes y no se aplicaba ninguno a ellos. No solo no hemos ido hacia una regeneración, sino que lo que se ha producido es una regresión: se intenta con mucha más determinación controlar a los jueces, y los medios públicos de comunicación han sido asaltados de una manera burda. Después de no sé cuántos planes de educación, ha sido imposible llevar a cabo una reforma seria, que al final es la única manera de transformar un país.

¿Y el papel de los medios? La secretaria de Estado de Comunicación les agradeció públicamente su labor en la crisis secesionista.

Debería ser motivo de vergüenza. Es una prueba más de la derrota sin paliativos del periodismo frente al poder en España. Es vital una regeneración del oficio. Hubo una crisis brutal de la prensa que debilitó mucho a los medios de comunicación. El poder olió nuestra fragilidad y nosotros no hemos conseguido enfrentarnos con el suficiente coraje a ese desafío. La consecuencia es una prensa en España que, para mí, es probablemente la peor de la Europa desarrollada. La secretaria de Estado de Comunicación ha sido la responsable de algunas de las presiones más grandes a los medios. Desde su despacho, ha decidido colocar a unos periodistas y echar a otros, y ha decidido una política de comunicación con ruedas de prensa sin preguntas. El hecho de que un ministro del Interior condecore a un director de un periódico [Francisco Marhuenda, de La Razón], en cualquier país con algo de dignidad periodística sería un escándalo. Que el Gobierno pueda decidir con una llamada de teléfono el despido de un periodista… Eso debería ocurrir solo en repúblicas bananeras. Uno es libre de creer en Papá Noel y en que cuatro directores de El Mundo fueron despedidos en tres años por casualidad, que no se debe a ninguna presión política. La realidad es que no hay precedentes de un gran periódico en el que haya ocurrido algo parecido. No es que lo piense, es que lo sé y estoy absolutamente convencido de que ha habido una operación para intentar domesticar el periódico que ha sido, en los últimos 27 años, el más incómodo para el poder. Lo triste, para mí, es que quienes quieren controlarlo han encontrado un aliado dentro de la empresa: el que ha tomado la decisión última de destituirlos ha sido el presidente de Unidad Editorial.

Cuando saliste, denunciaste esas presiones de Fernández Galiano.

He hecho dos cosas. La empresa me ofreció continuar en el periódico, pero yo no podía seguir después de haber visto lo que había visto. Ejercí mi derecho a ir a los tribunales y fui criticado, por alguna extraña razón, como si yo fuera la única persona que no puede defender sus derechos cuando cree que han sido vulnerados. Después, me mantuve callado, dejando que otros construyeran el relato que les diera la gana y se dijeron muchas falsedades, que yo ni siquiera rebatí.

Hubo una parte de la redacción que firmó una carta muy crítica con tu gestión como director.

Yo lo considero uno de los momentos más bajos y, a la vez más altos, de ese periódico. Porque se escribe una carta con acusaciones contra mí, a días de anunciar los nombres de las personas que van a ser despedidas en un ERE. Y se cuelga esa carta en el tablón de anuncios del periódico. Y, de trescientos periodistas, apenas diez firman, entre ellos algunos con los que yo no había tenido ni siquiera contacto. Es decir, fracasa rotundamente el intento de desprestigiarme con esa carta que, por otra parte, se escribe y se cuelga solo después de que yo haya demandado a la empresa. Yo me quedo con el orgullo de que la mayoría de periodistas de El Mundo se negara a poner su nombre en un texto falso, a pesar de que en unos pocos días se iba a dar la lista de despedidos.

¿Cuál es la palanca de presión que usa el poder?

Normalmente, el poder político y el económico, sobre todo en España, tienen objetivos e intereses similares. ¿A dónde van los políticos cuando acaban su carrera? A los comités de las empresas. Al final, si hay un director incómodo, se trabaja al unísono para deshacerse de él.

«El independentismo lleva años cortejando a los corresponsales extranjeros»

Cuando Zapatero lea esta entrevista, va a pensar que sigues igual de negativo.

Había más libertad de prensa en la Transición que hoy. Nunca antes en democracia, la prensa había estado más arrodillada frente al poder que hoy, ni el control de los medios había sido tan obvio y había limitado tanto su capacidad para tomar decisiones libres. Pero Internet ha permitido que surjan medios alternativos que cada vez están ganando más terreno a los tradicionales, porque están intentando ejercer un periodismo más independiente. Pero son económicamente muy frágiles, y premiados o castigados en función de cómo se portan. Y esto puede llevar al periodismo de puro chantaje, muy extendido en España. Los medios directamente llaman a las empresas y les dicen: «¿Quieres que te tratemos bien? Pues invierte en publicidad». Y lo mismo ocurre al revés: ponen publicidad a cambio de que les traten bien. Las grandes empresas invierten en los periódicos tradicionales mucho más dinero del que les corresponde por audiencia. Los periódicos de este país no habrían sobrevivido si no es por los favores que les hicieron desde el poder económico y desde el poder político.

¿Haces alguna autocrítica de tu periodo como director de El Mundo?

Si volviera atrás y cogiera las 365 portadas en las que fui director, sobre 30 o 40 seguro que diría: «Esto no lo haría hoy en día». Pero el periodismo es una cosa inmediata y tienes que vivirlo día a día, y te equivocas. He cometido muchos errores, porque era una persona que llevaba 18 años como corresponsal y llegué para un proyecto de tres años, en el cual la empresa me prometió medios, apoyo y tiempo. No recibí ninguno de los tres, y era evidente que necesitaba un periodo de aprendizaje y de formación, que iba a ser mejor director el segundo año que el primero.

¿Dejaste de publicar algo?

Absolutamente no. ¿Me equivoqué al no publicar alguna cosa? Absolutamente sí. El dilema moral de un director de periódico en tiempos de crisis no son los políticos, es fácil decirles que no; lo que es mucho más difícil es decirle que no al poder económico cuando tu empresa necesita dinero, y tantos trabajadores dependen de eso. Pero siempre he sido leal a El Mundo. He sido corresponsal muchos años y me he jugado la vida por informar y, cuando he sido director de ese periódico, lo he dado todo, he trabajado 18 horas al día, me he desvivido. El compromiso con el periódico ha sido absoluto desde el primer día en que entré de becario hasta el último como director.

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