ENTREVISTAS

Un retrato de la sociedad moderna

El sociólogo y autor de Modernidad líquida Zygmunt Bauman, fallecido a los 91 años, nos dejó estos titulares en una entrevista realizada por Ethic.

Artículo

Fotografía

M. Olivia Soto

Fotografías interior

Alejandro Lamas
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20
enero
2016

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M. Olivia Soto

Fotografías interior

Alejandro Lamas

Zygmunt Bauman, el sociólogo y autor de ‘Modernidad líquida’, fallecía el 9 de enero de 2017 a los 91 años. Reproducimos la entrevista que concedió a Ethic tras la publicación de su libro ‘¿La riqueza de unos nos beneficia a todos?’ (Paidós) en 2014. 


En la Fundación Rafael Pino, donde nos reciben para mantener un encuentro con Zygmunt Bauman (Poznan, Polonia, 1925), lo primero que hacen es pedir a los fotógrafos moderación en su trabajo dada la avanzada edad del profesor. Tarda poco Bauman en desmentir la supuesta fragilidad. Cruzando la amplia terraza, bajo la llovizna invernal, se nos acerca un hombre vestido de negro, muy alto y delgado como las seis en punto, cuya linealidad solo es desbaratada por sendas matas de pelo blanco que se escapan a cada lado de su pequeña cabeza.

Es puro nervio, armonioso, pero nervio que se expresa en sus largos brazos y manos hiperactivas que solo se calman con la ayuda de una pequeña pipa y un mechero. Entonces, el profesor, concentra la actividad en los ojos que buscan, inquietos, sus pares en el pequeño grupo de periodistas que nos sentamos alrededor suyo. Es afable, irónico y no regatea ni la sonrisa ni un poco humor. Este carácter gentil contrasta con una mirada pesimista del mundo, apoyada en los muchos datos que aporta en el libro que ha venido a presentar, ¿La riqueza de unos nos beneficia a todos? (Paidós, 2014). «Por supuesto que no», dirá una y otra vez en réplica retórica al título y como punto de partida a sus largas respuestas durante la charla.

Bauman, como es sabido, utiliza el concepto de liquidez para señalar el fin de toda certeza y fiabilidad en las instituciones que supuestamente respaldan nuestro sistema de vida, pero más temible aún es la pérdida de valor que adjudica a la experiencia. De nada sirve el saber acumulado, sostiene, para moverse en una sociedad líquida en la que el trabajo ha perdido valor, los afectos capacidad de contención y lazo con los demás y donde el ciudadano, en el mejor de los casos, es un mero consumidor. «La suma de compras de un país es la medida de su felicidad», sentencia en su nuevo libro y nos recuerda cuando, después de la caída de las Torres Gemelas, el expresidente George Winston Bush les dijo a los norteamericanos, con la intención de transmitirles tranquilidad: «Volved a ir de compras».

Para Bauman el porvenir no es algo agradable: «La imagen real de la desigualdad futura no es halagüeña».  Y este diagnóstico –al igual que todas las reflexiones que aventura–, no contiene un ápice de optimismo. Tampoco se atreve a señalar alguna posible salida de la Gran Crisis; tan solo ruega que el sentido común colectivo evite llegar a un punto sin retorno. Es por ello, tal vez, que se preocupa en ser sumamente didáctico y no dejar ninguna cuestión sin su debida explicación.

«La imagen real de la desigualdad futura no es halagüeña»

Las estadísticas, por ejemplo, le apasionan y pone especial cuidado en quitar la opacidad de las cifras que no es perceptible a primera vista. «Podemos estimar el estado del mundo consultando datos y buscando un promedio –asegura Bauman–. Tenemos muchas estadísticas que nos dan una media, pero el ser humano medio no existe. Es una ficción: los seres humanos reales viven entre la diferencia; no viven entre la igualdad. Al ser humanos, son inteligentes, y pueden constatar que afirmar que la riqueza está mejorando su calidad de vida es algo muy dudoso. Y la razón es que alguna gente está mejorando pero otra está empeorando más, y a lo que la gente reacciona no es al estándar absoluto del bienestar medio, sino a la diferencia que genera entre la población. La investigación reciente –sobre todo un estudio iluminador que realizaron [Richard] Wilkinson y [Kate] Pickett– muestra que la calidad de vida de la sociedad, en general, no solo de un grupo o de otro, sino la calidad general de vida degradada por patologías como el alcoholismo o los embarazos adolescentes, en fin todas las enfermedades de la sociedad, son medidas no con el ingreso medio sino con el grado de desigualdad».

La era del ‘precariado’

Bauman se queda mirando su pipa como si buscara en ella algún pensamiento para reforzar la sentencia que acaba de hacer y vuelve a levantar sus ojos para agregar: «La merma en la calidad de vida, el estado de patología social viene a la vez que la desigualdad creciente».

Ahora, sí, regresa a la pipa y acerca la llama del mechero a la cazoleta para reavivar la combustión y el relato mismo, que le llevará a apoyarse, inesperadamente en un intelectual como él que aún cree en el socialismo democrático, en reflexiones del papa Francisco: «En Europa existieron los llamados treinta años gloriosos, el período que se vivió después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces los estados intervenían siguiendo la receta de [John Maynard] Keynes, el gran economista. Ellos deseaban promocionar no solo la riqueza creciente del estado en su totalidad, sino también distribuirlo de tal manera que todo el mundo se sintiese involucrado y que todo el mundo pudiese contribuir a una gran sociedad. Durante estos treinta años la desigualdad en Europa empezó a caer y en 1970 empezó a ir en la otra dirección. Y ahora esta tendencia se manifiesta de manera exponencial. Permítanme una cita del Evangelii Gaudium la exaltación apostólica del Papa Francisco en la que afirma 2las ganancias de una minoría están creciendo exponencialmente, al igual que el hueco que separa a la mayoría de  la prosperidad que disfrutan los pocos que son felices»».

«La clase media y los proletarios empiezan a conformar una clase conjunta»

Poco a poco vamos avanzando en un campo de incertidumbre. Los años posteriores a la caída del muro lo iban matizando con una prolongación cada vez más débil del estado de bienestar pero sin hacerse tan evidente como ahora, a partir del estallido de la Gran Crisis. La caída de Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, nos hace desviar la mirada al pasado reciente y al situarnos en 1989, vemos como el Muro no cayó de un solo lado. Más de dos décadas después estamos instalados en lo que Bauman llama el precariado.

«Yo soy un hombre muy mayor y recuerdo cosas que vosotros sois demasiado jóvenes para recordar», nos dice el profesor. «Hace un tiempo hubo un período en el que la gente pensaba en términos de contrastes entre la clase media, gente segura y con dinero, mirando hacia delante, mirando hacia arriba, soñando con mejoras en su vida, y por otro lado, los proletarios, gente que vivía en la miseria, todos muy cerca o por debajo de la línea de pobreza. Esta distinción se está borrando, ya que la clase media y los proletarios empiezan a conformar una clase conjunta. A eso yo llamo precariado, de precariedad.  Y precariedad significa gente que no está segura de su futuro. Las leyes salvajes del mercado implican que una compañía devora a la compañía de al lado y en la siguiente ronda de austeridad hay gente que será despedida y perderá los logros de su vida. Los logros vitales ya no son un valor seguro».

La barricada de los billonarios

¿Es posible construir un futuro así? Muy difícil, piensa Bauman y repasa los años de la generación del boom, de la generación X, de la generación Y, y se detiene en la actual generación ni-ni: «Jóvenes que no tienen educación y no tienen trabajo. Es la primera generación que no gestiona los logros de sus padres como el inicio de su propia carrera. Es al revés, están preocupados en cómo poder recrear las condiciones bajo las cuales sus padres han vivido y han logrado desarrollarse. No están mirando hacia delante, están mirando hacia atrás, a la defensiva. Este es un cambio muy poderoso».

Zygmunt Bauman

Mientras escuchamos la voz serena de Bauman que esboza inquietantes dibujos de la realidad, le preguntamos si no piensa que la pirámide social también se ha derrumbado y sin perder la calma dispara: «Esta pirámide ya no es real. Mejor pensamos en una gran calabaza con una pequeña cereza encima de ella. En la calabaza está todo el mundo: los proletarios, la clase media. Todos estamos en la misma tesitura de incertidumbre y de ignorancia con respecto al futuro. Después del colapso del 2007, que afectó a España muy duramente pero que también afectó a nivel global, ha habido una recuperación parcial. Pongamos entre paréntesis esta recuperación porque más del noventa por ciento de la riqueza que se produce, de esta riqueza extra, se la apropia solo un uno por ciento de la población y el resto se va empobreciendo. Claro, están las estadísticas, como hemos dicho, buscando la media. Si las sumamos todas y las dividimos entre la población, entonces hay un crecimiento económico. Pero detrás de este crecimiento, se esconden varias realidades».

El profesor Bauman no abandona su pipa. Al reavivar el fuego una voluta de humo blanco se eleva y, como las certezas que ha ido desmontando con su discurso, se volatiliza y desaparece en el aire. Así, también se evaporan el trabajo y las oportunidades; y la inseguridad e incluso el pavor se instalan en el cuerpo social. Bauman vuelve al pasado, aquel refugio perdido: «Cuando yo era joven había una creencia popular que se basaba en que la riqueza que había arriba, en la capa social más alta, se filtraría y bajaría; todo el mundo, de una manera u otra, compartiría esa riqueza. Pero eso no está ocurriendo, no pasa. Podemos decir que los nuevos billonarios se han construido una barricada que les separa del resto de la población. Han llegado arriba de todo y han subido los puentes levadizos».

«Todos estamos en la misma tesitura de incertidumbre y de ignorancia con respecto al futuro»

Y en este punto sin aparente retorno se impone una cuestión que a esta altura no por obvia nos resulta extraña: ¿es esto una actualización del hombre como un lobo para el hombre? «En efecto –exclama Bauman–, lo cual puede ser un insulto para los lobos. Así las cosas, la pregunta es cómo se mueven los políticos que están bajo dos fuegos. Por un lado los electores, a quienes deben prometer cosas para ser reelegidos. Pero por otro lado, está aquello que Manuel Castells llama «el espacio de los flujos», allí donde los capitales financieros, los terroristas y los traficantes de drogas circulan. Los espacios de flujos se distinguen por no depender de ningún poder local. Su reacción a situaciones difíciles no es negociar, por ejemplo, con políticos españoles o con el Parlamento español sino moverse a otro lugar que sea más hospitalario con sus intereses, un sitio en el que no les causen problemas. De manera que si los políticos siguen los deseos de su electorado se arriesgan a que las fuerzas que habitan este espacio, simplemente se evaporen. Este es el doble fuego. Tiene que intentar reconciliar lo irreconciliable».

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