Cultura
Cinco enseñanzas de la obra de Shakespeare
El dramaturgo William Shakespeare escribió múltiples libros en los que, con gran profundidad psicológica, desplegó el abanico de las emociones universales. Así, cada obra supone un caso de estudio de los grandes dilemas del ser humano.
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William Shakespeare es, sin duda, el dramaturgo más célebre de la literatura inglesa. Nacido en de Stratford-upon-Avon, en 1564, su eclosión como escritor de comedias y piezas dramáticas llegaría cuando, afincado en Londres, comenzó a trabajar como dramaturgo y actor. Al poco tiempo, creó junto a otros seis socios la compañía teatral Lord Chamberlain’s Men, que dominaría los teatros londinenses. Tanto fue así que, tras la subida al trono de Jacobo I, el propio monarca se convertiría en mecenas de la compañía, que pasó a llamarse King’s Men. Y fue esta compañía la que estrenó y mantuvo en cartel las obras que hicieron inmortal a Shakespeare, principalmente tragedias como Romeo y Julieta, El Mercader de Venecia, Hamlet y Macbeth.
Aparte de su maestría en el manejo del lenguaje, la producción shakespeariana logró una conexión especial con el público de la época y aún a día de hoy sigue vivo ese vínculo. El motivo radica en la genial capacidad del bardo para exponer con sencillez la gran variedad de emociones del ser humano. Podríamos asegurar que cada obra de Shakespeare es un caso de estudio de alguno de los grandes dilemas que enfrentamos las personas, y cualquier espectador se sentirá identificado, tarde o temprano, con alguno de sus personajes.
Los dramas de Shakespeare siguen siendo un espejo por el que se asoman los conflictos y las luchas de poder, y sus tragedias diseccionan emociones tan comunes como el amor, la envidia, los celos, la culpa, la bondad o la avaricia. Además, en la totalidad de sus obras no encontramos personajes planos, sino que el amplio abanico de perfiles psicológicos de los mismos evidencia la variedad de sentimientos que anida en cada persona. Los malos, a pesar de serlo, cuentan con cualidades apreciables; así como los buenos, a pesar de serlo, acarrean defectos difíciles de ignorar. Estos pueden ser los motivos por los que la obra de Shakespeare sigue siendo fuente de conocimiento y enseñanzas vitales.
Sus tragedias diseccionan emociones tan comunes como la envidia, los celos, la culpa o la avaricia
En Romeo y Julieta, epítome del amor romántico, el protagonista, desesperado por la urgencia de descansar al fin entre los brazos de su amada, recibe un consejo difícil de olvidar. Fray Lorenzo, un religioso que pretende ayudar al joven enamorado, le recomienda: «Ve con sabiduría y calma. Aquellos que se apresuran tropiezan y caen». En estos tiempos de actividad frenética y toma de decisiones impulsiva, reflexionar con calma de forma previa podría resultar muy positivo para gran parte de la sociedad.
Julio César, por su lado, esa memorable tragedia que recrea la conspiración contra el célebre emperador de Roma, le sirve a Shakespeare para analizar complejas maquinaciones políticas y, también, para reflexionar sobre un sentimiento tan común como es el miedo. Ese que nos impide avanzar y acaba mutando en cobardía puede ser verdaderamente nocivo, porque «los cobardes mueren muchas veces antes de su muerte; los valientes prueban la muerte una sola vez».
Pero también hay espacio para la compasión en sus dramas históricos. En Enrique VI, ante la incapacidad de Ricardo, duque de York, para llorar, Shakespeare parece sentarse a escucharle mientras él reposa en un diván. El propio Ricardo acaba comprendiendo el dolor que le provoca su silencio y su incapacidad para compartir sus sentimientos más tristes. Y concluye que «llorar es hacer menos profundo el dolor». El poeta invita a compartir el sufrimiento para aliviarlo.
Y, sin lugar a dudas, la obra de Shakespeare con mayor carga filosófica y análisis del ser humano es Hamlet. «La brevedad es el alma del ingenio» es una de las máximas con que el consejero real Polonio se contradice a sí mismo. Y es que dicho consejero suele pronunciar largos discursos que se hacen más confusos a medida que avanzan. Tras una extensa perorata sobre la imposibilidad de definir y delimitar el mundo que nos rodea, se sorprende a sí mismo pronunciando esa frase que le deja en evidencia. Utilizar mayor claridad y sencillez en las explicaciones, supone una inestimable ayuda para la vida cotidiana.
Nadie puede poner en duda que la clave de la comunicación entre personas radica en saber emplear una escucha activa y meditar profundamente antes de expresar los propios pensamientos. «Presta a todos tu oído, pero a pocos tu voz» es una de las recomendaciones que, también en Hamlet, esgrime el propio Polonio para instruir a su hijo Laertes. Tal consejo, es solo uno de los muchos que aparecen en el mismo soliloquio y que constituyen una de las pruebas más evidentes de la profundidad psicológica de Shakespeare: «Sé sencillo, pero en modo alguno vulgar. Los amigos que escojas y cuya adopción hayas puesto a prueba, sujétalos a tu alma con garfios de acero, pero no encallezcas tu mano con agasajos a todo camarada recién salido sin plumas del cascarón (…) Oye las censuras de los demás, pero reserva tu juicio. Que tu vestido sea tan costoso como tu bolsa lo permita (…) Sé sincero contigo mismo, y a ello se seguirá, como la noche al día, que no puedas ser falso con nadie».
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